Claroscuros en el alma

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—Pablo, voy al Hatsuhana un momento. ¿Querés que te traiga algo de ahí? —preguntó él, justo antes de marcharse.

—No, gracias. Hoy se me antoja mucho más una buena hamburguesa de tocino y alguna gaseosa. —Un dramático bostezo interrumpió la frase—. Andá tranquilo, nos vemos en un rato.

—Dale, no me tardo.

Unos pocos minutos después, el joven Escalante ya se encontraba sentado sobre una de las sillas en el interior del restaurante, a la espera de que le trajeran el pedido solicitado. Sus ojos estaban concentrados en su teléfono móvil. Toda vez que se enfrentaba a ratos muertos, se dedicaba a leer noticias o revisaba los nuevos mensajes en la bandeja de entrada del correo electrónico.

Mientras analizaba un extenso artículo relacionado con asuntos financieros, los alrededores pasaron a convertirse en una mancha difusa llena de ruidos inconexos. Cuando se sumergía en la lectura de algo interesante, prácticamente nada podía distraerlo. No obstante, fue una de esas pocas excepciones la que lo sacó del ensimismamiento de modo abrupto. Sin importar si hablaba en español, en inglés o en alemán, el chico podría reconocer la voz de ella en cualquier parte. Conforme su mirada viajaba hacia la televisión, el acelerado golpeteo en su pecho le produjo un leve mareo.

—Muchas gracias por haberme invitado al programa, me siento honrada de estar aquí hoy. —La joven inclinó la cabeza hacia delante a manera de reverencia—. Todavía me cuesta mucho creer que haya tantas personas viendo esta entrevista. No soy tan interesante como algunas de ellas piensan, en serio.

Los posteriores comentarios y las risas del anfitrión parecían zumbidos extraños a oídos de Mauricio. Él solo podía prestarle atención a la invitada. "¡Maia, esa es Maia! ¡Oh, por Dios! ¡Qué lejos ha llegado!" La respiración de repente se le hizo dificultosa. De no haber estado sentado, quizá se habría tambaleado. Ni siquiera logró escuchar cuando uno de los empleados del local le dio el aviso de que el pedido estaba empacado.

—Señor, su orden ya está lista. —El hombre tuvo que tocar el hombro del muchacho para atraer su atención—. ¿Pagará en efectivo o con tarjeta?

El joven Escalante sacudió la cabeza para así reacomodar los pensamientos. Le ofreció una rápida disculpa al dependiente mientras sacaba la billetera. Con movimientos torpes, tomó la tarjeta de crédito y se la entregó. Su vista regresó de inmediato a la pantalla, como si esta fuese un imán.

—El camino para llegar hasta aquí no fue nada fácil. Es una larga historia —declaró la violinista, con un gesto facial melancólico.

—Estamos deseosos de escuchar todo lo que el hada de Berlín quiera contarnos. —El conductor sonrió de forma cordial—. Adelante, querida.

Las palabras de Maia acerca del pasado fueron pronunciadas con un dejo de tristeza. Sin entrar en demasiados detalles dolorosos, la muchacha relató lo complicado que había sido para ella seguir adelante con sus estudios de violín. Haciendo un esfuerzo considerable para mantenerse serena, habló de los años en que se enfrentó a la indiferencia de muchos y a la crueldad recurrente de otros. Ninguno de sus compañeros le tendió jamás una mano amiga, ni siquiera cuando se enfrentó a la trágica muerte de su madre. A medida que la narración avanzaba, un par de lágrimas se escaparon de sus grandes ojos azules.

—Hubo algunos momentos en que me planteé seriamente dejar de tocar. Quería huir muy lejos y olvidarme de todo. Me había quedado sin familia, sentía que a nadie le importaba lo que me pasara. Por suerte me equivocaba. —Se quitó la humedad de las mejillas con el dorso de la mano izquierda—. Gracias a la costumbre de tocar por las noches frente a la tumba de mi mamá, conocí a varias personas maravillosas que me ayudaron a encontrar nuevas fuerzas para continuar luchando. Una de esas personas está conmigo hoy, aquí mismo...

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por Claudette Bezarius
@ClaudetteBezarius
Fiorella canta a cappella cada mañana. Mauricio, su vecino, la escuch...
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