Salí de la ducha sintiéndome como otra persona y aparecí en la cocina ya cambiada, luciendo como una mujer decente. Julian, una vez más, había cocinado como el buen cliché que era y me senté frente a la mesa esperando sorprenderme. Un nuevo desayuno americano me sorprendió y nos sentamos para ver a Mirtha Legrand, una vieja aburrida, almorzando con sus invitados igual de aburridos.

Había algo en ese momento que me gustó, tal vez esa sensación de sentir que había tranquilidad, que ese rato que vivíamos era familiar. Lo miré y le regalé una sonrisa, sin saber exactamente que decirle. Gracias por cuidarme, gracias por traerme a casa sana y salva, gracias por limpiar todo mi vomito, gracias por no ser un idiota manipulador y ser el personaje de mi libro ideal. Nada salió de mi boca, solamente lo observó sintiendo eso, queriendo decirle eso con palabras que no podía soltar. Julian pareció entenderlo, como si viera mis ojos como ventanas abiertas y tomó mi mano, dejándome un pequeño apretón.

—Déjame decirte que en ropa interior estás muy buena.

Casi escupí toda la comida cuando lo escuché decir aquello, sintiendo que me sonrojaba por completo. Julian no sabía que le estaba diciendo eso a la persona más insegura con su cuerpo, a la chica que rogaba por tener relaciones con las luz tenue o directamente apagada. Decidí no decir nada, simplemente fingir que no lo había escuchado y rogar no haber dicho nada esa noche. Lamentablemente, el recuerdo me golpeó en la cara.




—No entiendo porque no querés llevarme en tus brazos —decía mientras Julian me ayudaba a subir el pequeño escalón de mi casa y abría la puerta con mis llaves llenas de llaveros. Estaba mareada y quería vomitar, en cualquier momento. Ya había vivido una situación horrible en el bar y al parecer no había dejado todo el contenido de mi estómago. Sentía mucho mareo y náuseas, sobre todo mientras caminaba con dificultades.

—Porque vas a volver a vomitar y no creo que quieras limpiarlo mañana. Yo limpié lo del bar, así que no lo vuelvo hacer.

Que verguenza, me quería morir ahí mismo. No iba a poder ir más a ese bar y por si fuera poco, estaba segura que todos iban a hablar de ese momento tan poco épico de mi parte. Me quería enterrar viva. Era la última vez en mi vida que tomaba tanto y casi ni comía. Me lo habían dicho toda la vida y aun así yo no lo había entendido.

Mi casa estaba en la total oscuridad y caminé a oscuras hasta que Julian me tomó la mano para llevarme al baño. Ahí me vi al espejo y me sorprendió lo mal que estaba. Él me dio algunas indicaciones y yo les seguía con vagancia, como si ya quisiera estar durmiendo. Me lavé la cara, los dientes y me quité esos zapatos asesinos. Julian apareció con una pastilla y agua, pero yo lo ignoré mientras avancé hasta la habitación. Hacía mucho calor y la ropa me molestaba.

Acto seguido, decidí desnudarme frente a él.

No hice un baile o a propósito, sino que la ropa me daba mucho calor y me la fui quitando. Primero las medias y luego el vestido, cuando me giré para ver quien me hablaba, recordé que Julian estaba en la misma habitación que yo. Me sentí una tonta y no pude hacer otra cosa más que avergonzarme al mostrarme desnuda. Podía ver sus ojos recorriendo mi cuerpo con una expresión que no comprendí, lo cual era terrible porque se suponía que yo había creado a ese hombre. ¿Era asco? ¿Era deseo? ¿Que pasaba por la mente de mi personaje?

Mi cuerpo era un desastre, producto de las miles de calorías que había perdido con el tiempo. Estaba llena de marcas que me hacía la ropa y estrías en lugares importantes como la panza o mi trasero. Lucía como un mapa de recuerdos de mi vida anterior, un mapa que me creaba a mi misma en ese momento. Yo era esa chica, yo era ese cuerpo.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Where stories live. Discover now