Capítulo 11: Dibujos

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Petyr abre el segundo cajón de la mesa de su despacho y saca una gran caja azul. Alessia le mira sin decir nada y sin entender muy bien qué está pasando. Son las once y doce de la noche y ninguno de los dos podía dormirse, así que Petyr le dijo que tenía una sorpresa y pidió a la peliazul que le siguiese. Ahora, la curiosidad de la chica desea ver qué se esconde bajo la tapa de la caja. No necesita esperar mucho más tiempo para descubrirlo, porque el rubio la abre y se la acerca. Los ojos de Alessia se iluminan al ver un sinfín de láminas repletas de dibujos de todo tipo: a color, en blanco y negro, figurados, abstractos, terminados, en proceso, bocetos... Pero todos ellos increíblemente bonitos y bien hechos.

—Wow... —se le escapa a la niña, que no deja de observarlos. —¿Los has hecho tú?

—Sí —confirma Petyr, orgulloso. —Son diseños para tatuajes.

—¿Tatuajes?

—Antes de entrar en la CT tatuaba. Me apasionaba y de paso me ganaba un dinerito. Los que lleva Dante, por ejemplo, se los hice yo —confiesa.

—Son geniales... —dice con sinceridad mirando los dibujos. Alessia le sonríe, contagiándole.

—Gracias. ¿Alguna vez te has hecho uno?

—Ella me hubiese matado —resopla. Petyr no puede evitar fijarse entonces en la herida que aún tiene en la nariz. Suspira y se lo piensa dos veces antes de decir lo que va a decir.

—¿Quieres que te haga uno?

—¿Cómo?

El hombre carraspea. —Un tatuaje, para cubrirte la marca del código. Sé que no te gusta y por eso pensé que...

—Por favor —contesta, para sorpresa de Petyr.

Saca una caja mucho más grande de la que extrae multitud de elementos que Alessia desconoce pero que figura que son para tatuar. Ella observa los dibujos uno a uno. Después, mira su muñeca y piensa cuál podría encajar con el número dos. Hay uno que de repente le llama enormemente la atención. Está segura de que es el indicado para acompañarla durante el resto de su vida, aunque le falta algo. Petyr ve cómo la chica se levanta, va a la cocina y vuelve con una servilleta y un bolígrafo negro que descansaba en un lapicero sobre la encimera. Garabatea unas palabras en la servilleta y se la muestra a Petyr, que sonríe. —¿Estás segura?

—Estoy segura.


Son las doce menos veinticinco de la noche y el despacho es la única habitación iluminada de todo el piso. Una niña cicatrizando mira fijamente a un hombre que ha cometido demasiados errores en su pasado. En ese momento ocurre. Ella toma aire y extiende su brazo hacia él. "Estoy confiando en ti". "No te voy a fallar". Ninguno dice nada. Petyr toma su mano con tanto cuidado como si fuese de porcelana, como temiendo que si aprieta demasiado se rompa en mil pedazos. Alessia cierra los ojos unos segundos. Intercambian una sonrisa que revela más de lo que les hubiese gustado dejar entrever, pero ambos hacen como que no se han dado cuenta.

El hombre gira su mano con cuidado y comienza a limpiar y desinfectar la zona. Les llevará un rato entre pruebas, agujas y todo un largo proceso donde no entrarán en juego por primera vez ni Cinnia, ni Dámaso, ni la CT, ni el código. Simplemente ellos, habiendo pasado la medianoche e ignorando al mundo hasta que el trabajo está completo.

—Es perfecto —admira ella. Petyr observa el resultado una última vez antes de vendarlo. Un fénix negro con las alas extendidas, cuyo cuerpo esconde un pecado capital injusto, está rodeado de rosas perfectamente detalladas y de llamas. Junto a él, hay escritas casi con disimulo, de forma discreta, cuatro palabras: HOY EMPIEZA MI LIBERTAD.

A las dos y veinte de la madrugada, Petyr le dirá a Alessia que irá a dar una vuelta con el coche a ver cómo está el panorama de esta noche; pero nunca llegará a salir de casa. Por una noche no. Porque ella se lo pide. Y porque, por una vez, él tampoco tiene ganas. Se quedarán en cambio viendo una película juntos en el sofá esperando a que pasen las horas reglamentarias para poder quitar la venda y aplicar la crema al tatuaje. Volverán a mantener la distancia de siempre, cada uno en su extremo del sillón. Pero ya no habrá incomodidad. Ya no serán dos desconocidos compartiendo un asiento. Ahora serán Petyr y Aless, dos desgraciados que en vez de dormir se dedican a ver Toy Story. O al menos al principio, porque Petyr acabará quedándose dormido al cabo de un rato. Alessia negará entonces en silencio con una sonrisa, cumplirá con todos los cuidados que le dijo su compañero de película con respecto al tatuaje y antes de irse a su dormitorio provisional deslizará suavemente sus finos dedos por la mano de él, comprobando que ya no le tiene miedo.


Al día siguiente, Alessia despierta y repite la rutina del día anterior, añadiendo esta vez los cuidados para el tatuaje. Le duele la barriga, pero más dolor sintió anoche de parte de la aguja y no se quejó. Sale de su habitación y se sorprende al encontrarse sola. En la nevera, no obstante, hay una nota.

«Buenos días, he tenido que ir a trabajar. Parece que a los de la empresa no les parece bien que sea un nini por más de un día. ¡Lo siento! Siéntete en tu casa y come lo que quieras. Nos vemos luego,

Petyr»


La peliazul bosteza y decide optar por un desayuno clásico: café y tostadas. Sentada en el sofá, se percata de que Petyr ha estado con el portátil antes de irse, porque lo encuentra sobre la mesa con la pantalla encendida. Tiene la sesión iniciada en Twitter, con la cuenta de Dámaso abierta. "Le preocupa bastante", piensa ella. No piensa tocar nada porque no es suyo, pero una idea asalta su mente. Posiblemente otra mala idea, añade su yo interior. Pero lo hace. Coge su móvil y se dice a sí misma que debe pedirle un cargador a Petyr en cuanto vuelva, porque le queda un 50% de la batería. Para otra persona eso sería más que suficiente, pero Alessia tiene una manía insana con tener el móvil bastante cargado. Si no lo está, se siente bastante incómoda. Ese es el principal motivo de que los móviles le duren tan poco: el desgaste que sufre la batería de todo el que cae en sus manos por la cantidad excesiva de cargas.

Entra a Twitter. Su cuenta tiene unos 600 seguidores, aunque en la vida real no tiene prácticamente a nadie. No suele publicar fotos ni datos de su vida personal, sino más bien sus pensamientos de forma bastante ambigua. Teclea en el buscador el nombre de Dámaso Greco e inmediatamente la aplicación le sugiere un perfil verificado que se corresponde con la cuenta oficial del periodista. Cien mil seguidores. Sigue a doscientas personas. Alessia se muerde la lengua con suavidad haciéndose a la idea de que no va a funcionar, pero decide probar a meterse en la boca del lobo y pulsa el botón de "seguir". Posteriormente, decide hacerle un lavado de cara a su perfil. Cambia el pseudónimo que tenía por su nombre real y quita la foto que tenía de unas flores para poner una donde su rostro se reconoce. Será solo por un rato, para tener más opciones de que su plan funcione.

Para su sorpresa, funcionará. Funcionará tan bien que Alessia casi se atraganta con la tostada cuando al cabo de media hora su móvil suena y ve el icono de notificación de Twitter. Desliza el dedo para desplegar la notificación y la comisura izquierda de sus labios le tira hacia arriba al leer la información. "¡Dámaso Greco (✓) te siguió también!".

El Código [Watty Awards 2019]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora