Capitulo 7

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Harry había tenido buenas y malas noticias aquella mañana. Las buenas eran que el dinero que le tocaría pagar de su bolsillo no era tan terrible como había temido. Lo malo era que la empresa que quería contratar para hacerle la obra no podía empezar hasta después de tres semanas.
Contuvo la impaciencia como pudo. Antes o después acabaría abriendo el bar otra vez, y esperaba que su clientela habitual regresara. Entre tanto, no tenía nada que hacer.
Después de dejarlo todo arreglado, se subió a la furgoneta y emprendió el camino de regreso a su casa, animado por saber que Mia y Cora estaban allí.
Encontró a sus invitadas en el mirador. Mia estaba sentada en la alfombra, tumbada de costado. Llevaba una camisa amarilla y uno de los faldones se le había subido, dejando al descubierto parte de la cintura, de pálida piel. Cora estaba tumbada a su lado encima de una manta rosa, pataleaba y rodaba a un lado a otro mientras Mia reía suavemente.
–No vas a tardar mucho, cielo.
–¿No va a tardar mucho en qué? –preguntó él adentrándose en la estancia antes de sentarse en su tumbona preferida, que causalmente estaba al lado de Mia, muy cerca.
Mia se enderezó hasta quedar sentada y se alisó la ropa. Estaba sonrojada, o por haber jugado con su hija o por verle a él.
–En darse la vuelta por completo. El médico me ha dicho que Cora está muy bien físicamente.
–A lo mejor estamos en presencia de una futura atleta.
Mia sacudió la cabeza.
–No si se parece a mí. Yo he conseguido tropezarme hasta con
mis propios pies.
–Eso es porque tu cerebro de genio está siempre ocupado con
otros asuntos.
–¿Te estás riendo de mí, Styles?
Harry se agachó y le tiró de la coleta.
–Puede ser. ¿Y qué? ¿Qué me vas a hacer? Soy más grande y mas rápido que tú.
Mia se sentó a Cora en el regazo y le acarició la cabeza.
–Me gusta el Harry adulto.
El comentario le pilló desprevenido.
–¿Qué quieres decir? –le había parecido un halago, por eso se despertaron sus sospechas. La Mia de anta- ño jamás había tenido el valor de coquetear con nadie.
–Quiero decir que me impresiona el hombre en el que te has convertido. Y no para demostrar nada; al menos, eso es lo que me parece. Ayer, por ejemplo, con el fuego, a cualquiera podría haberle provocado un infarto; tú, sin embargo, te lo tomaste todo con una calma envidiable.
El elogio le hizo sentir incómodo.
–Créeme, Mia, no tengo nada de especial. De lo que sí dispongo es de dinero, no todo el mundo tiene esa suerte. Si el Silver Dollar se viniera abajo, no me quedaría en la calle.
Mia frunció el ceño.
–¿Crees que eso podría pasar?
–Espero que no. El dueño de la empresa que me va a hacer la obra ha dicho que no puede empezar hasta dentro de tres semanas, lo que significa que voy a tardar bastante en poder abrir el bar. Pero estoy seguro de que la clientela volverá.
–No veo por qué no –Mia se miró el reloj–. Bueno, será mejor que vayamos a la cocina, no quiero que me peguen en las manos con una regla. Gertie me asusta.
–Gertie ladra, pero no muerte –Harry le ofreció la mano para ayudarla a ponerse en pie. Cora dio un bostezo enorme y él rio–. Es una niña preciosa. ¿Ha dormido bien esta noche?
–Más o menos.
–Me dejas que la tenga en brazos un poco.
Mia le dio a la niña y, guiados por el olfato, se presentaron en la cocina.
A Harry le gustaba tener a la niña en los brazos. Olía a champú y le hacía recordar la infancia. De repente, se preguntó qué herencia genética tendría por parte de padre. Pero, en el fondo, creía que eso no tenía importancia, que lo realmente importante era el amor y la educación que una criatura recibiera.
Gertie iba de aquí para allá en la cocina. Al verles, les ordenó que se sentaran a la mesa. Después, les sirvió granizado de té y limonada para acompañar a unas verduras.
A Mia se le iluminó el rostro.
–¡Comida casera! Estoy harta de comidas preparadas y calentadas en el microondas.
Harry sentó a Cora en sus piernas.
–En esta casa no vas a pasar hambre. Gertie es toda una
cocinera, bien podría ser la estrella de uno de esos programas de cocina.
Gertie enrojeció.
–Vamos, Harry, no exageres.
En ese momento, Mia se dio cuenta de que la empleada de hogar quería a Harry como a un hijo. Él, a su vez, la trataba con un respeto y un afecto enternecedores.
Probablemente, Harry detestaría la idea de que ella le encontrara enternecedor. Harry proyectaba virilidad de forma natural. Se le notaba en la forma de andar, en la anchura de sus hombros, en el tono grave de su risa... El Harry de ahora era más sofisticado y más maduro que el chico de años atrás, pero seguía siendo un tipo duro.
En el colegio, Harry había formado parte del equipo de lucha libre durante una temporada; pero aunque se le había dado bien, lo había dejado, prefiriendo el fútbol americano y el baloncesto. A Harry le gustaba el trabajo en equipo y la camaradería que eso conllevaba. Además, tenía habilidad para liderar.
Mientras Gertie le volvía a llenar el vaso, Mia se preguntó si ella y Harry habían notado el silencio en el que se había sumido pensando en Harry. En ese tiempo, él había conseguido vaciar el plato y se estaba sirviendo una segunda porción mientras sujetaba a Cora, que se había quedado dormida, con el brazo izquierdo.
Gertie recogió la mesa y se detuvo al lado de Harry.
–Sé que tenéis trabajo. Mia, ¿qué te parece si me llevo a dar un paseo a la niña por el jardín? Prometo que la tendré a la sombra.
Harry lanzó a Mia una mirada interrogante. –Tú dirás.
Mia asintió.
–Sí, claro, me parece bien.
Gertie sonrió complacida. Harry le pasó a Cora y la niña ni se movió.
Mia se dio cuenta del peligro de hacerse adicta a tantas atenciones. De repente se encontraba en una casa preciosa, aunque temporalmente, y no tenía que limpiar ni cocinar. Para remate, tenía niñera cuando la necesitara. El cambio de situación la hizo darse cuenta de lo mal que lo había pasado.
Una vez que se quedaron solos en la cocina, Mia ladeó la
cabeza y sonrió a Harry.
–Se te dan muy bien los niños. ¿Crees que algún día tendrás hijos? Harry, con el rostro ensombrecido súbitamente, se levantó de la mesa y, dándole la espalda, se sirvió una taza de café.
–No tengo pensado tener hijos –respondió él en tono cortante, un tono que decía «tema intocable».
Sin embargo, Mia estaba tan sorprendida que no se le ocurrió cambiar de tema.
–¿Por qué no?
Harry volvió la cabeza y le lanzó una furiosa mirada.
–Porque podría tener un hijo igual que yo y eso no se lo deseo a nadie. Ningún niño merece sentirse estúpido.
La vehemencia de él la dejó perpleja.
–¿Es por eso por lo que rompiste tu noviazgo, porque ella quería tener hijos y tú no?
Harry se volvió de cara a ella con la taza de café en las manos. –Nunca hablamos de tener hijos, no llegamos tan lejos.
–Lo siento –murmuró ella.
Al verle con Cora había pensado que Harry sería un padre
extraordinario.
–Cualquiera en Silver Glen te puede contar todos y cada uno de los detalles de mi noviazgo y su vergonzoso final.
–Olvida lo que he dicho, no debería haber preguntado. ¿Qué te parece si nos ponemos a trabajar con la contabilidad?
–Todavía no. Es evidente que te interesa el asunto y yo no tengo nada que ocultar. Resulta que me enamoré de una bonita y alegre rubia que disimulaba muy bien una ambición desmesurada. Me gustaba mucho y la hice muchos regalos, entre ellos un deslumbrante anillo de compromiso. Quizá salir con una actriz de cine satisfacía mi ego, no sé.
–Estoy segura de que se trataba de algo más que eso.
–En cualquier caso, da igual. La cuestión es que estuvo aquí tres meses trabajando en una película. Cuando acabaron de rodar, ella estaba convencida de que le encantaban la vida en Silver Glen y yo.
–Pero no fue así.
–Digamos que salió corriendo en el momento en que su director preferido le ofreció el papel de su vida.
¿No podíais haber llegado a un acuerdo?
–Ella no quiso. Al final, creo que fue lo mejor que pudo pasar; Silver Glen es mi hogar, pero no el suyo. Me devolvió el anillo, se disculpó, me dio un beso de despedida y se marchó.
–Lo siento, Harry. Debiste pasarlo mal.
–Esta ciudad es muy pequeña, es un pueblo, todos saben lo de todos, uno no se puede esconder.
La sonrisa irónica de Harry le encogió el corazón. Ella jamás le dejaría si Harry la amara. Evidentemente, a aquella actriz le importaba más el éxito que el amor; aunque, quizá, se había dado cuenta de que lo que había entre Harry y ella no era amor.
–Siento haberte despertado malos recuerdos –dijo Mia.
Le sorprendía sentirse tan cómoda con él, a pesar de no haberse visto en muchos años.
–Uno aprende de las equivocaciones. Yo cometí un gran error, pero lo he superado –Harry bebió un sorbo de café–. ¿Y tú? ¿Has tenido relaciones desastrosas con alguien?
Mia recostó la espalda en el respaldo de la silla.
–Yo no lo calificaría de desastre –contestó ella–. Salí con un profesor durante un tiempo. Teníamos mucho en común, pero no había chispa en la relación.
Harry esbozó una sonrisa sensual.
–Vaya, Mia, no sabía que conocieras el significado de la palabra chispa.
–No soy ni mojigata ni inocente. Aunque mi vida sexual, en comparación con la tuya, debe dar risa –declaró ella–. Y ahora, ¿te parece que nos pongamos a trabajar?
–Vamos al despacho entonces. Sígueme.
Mia le siguió por el pasillo sin hacer más comentarios. Su despacho daba al mismo vestíbulo que el mirador, en el lado opuesto. No pasaba mucho tiempo allí. Lo utilizaba más bien para guardar cosas que no le cabían en el despacho del bar al ser este tan pequeño. La estancia era luminosa y tenía una alfombra que invitaba a ir descalzo.
Ese día, sin embargo, él era un jefe poniendo al corriente a una de sus empleadas. Al mirar a su alrededor, se sintió enrojecer. El cuarto estaba hecho un desastre. Agarró unas revistas de deportes amontonadas y puso encima cartas sin abrir en un intento por dejar algún espacio libre en el que Mia pudiera trabajar.
–Perdona. Como solo entro yo aquí, no me molesto en limpiar. Mia miró a su alrededor con obvio interés.
–No te preocupes, sé que estás muy ocupado con el bar. Pero, si quieres, podría organizarte el despacho un poco. Es decir, si te fías
de mí.–Claro que me fío de ti –Harry agarró un paquete abierto y se lo dio–. Te he traído esto para que empieces.
Mia abrió las hojas de cartón y miró el interior.
–Esto es un ordenador portátil.
–Sí, último modelo. Un tipo de la tienda de informática me ha pasado todos los archivos del Silver Dollar a este ordenador. Por suerte lo había hecho la semana pasada, porque el viejo ordenador creo que ya no funciona, lo encontré lleno de agua.
Mia pasó una mirada de apreciación por el portátil.
–Siempre he querido tener uno tan delgado y ligero como este. Me va a encantar trabajar con él.
Harry apartó del escritorio la silla de cuero.
–Siéntate y enciéndelo.
Mientras Harry conectaba el cable a la red por si el portátil no estaba cargado, Mia abrió la tapa y lo encendió.
–Qué rápido es –dijo ella tecleando.
Harry alzó los ojos al techo con la sospecha de que Mia se había olvidado de él. Para poner a prueba su sospecha, se inclinó sobre ella y apoyó el brazo en el respaldo de la silla de Mia. Acercó la cabeza a la de ella hasta el punto de poder besarla si así lo deseaba. En realidad, lo deseaba desde la noche anterior. Mia olía muy bien. La tentación era casi irresistible. Pero era una invitada en su casa y el instinto le decía que no era lo apropiado. Sin embargo, le tocó el pelo con una suavidad que le hizo dudar de que ella lo hubiera notado.
Mia ni se movió.
Mia. –¿Dónde tienes los archivos de la contabilidad? –le preguntó
–Aquí los tienes todos –por detrás de ella, rodeándola, Harry señaló una pestaña del ordenador.
Mia olía a perfume y el cabello castaño oscuro le olía a champú. Sintió unas terribles ganas de besarle la nuca. Pero cuando ella dejó las manos muy quietas sobre el teclado, se dio cuenta de que Mia, por fin, había notado que él casi la estaba abrazando.
–Harry... –dijo Mia volviendo la cabeza. –¿Qué?
Mia se mordió el labio inferior.
–Al aceptar el trabajo, pensé en si llegaríamos a tener relaciones.
Harry se enderezó a la velocidad del rayo. Al parecer, Mia era mucho más audaz que antes. Y también, al parecer, él ya no era el frío seductor de antaño, porque la mirada de ella estaba a punto de derretirle.
¿Cómo había podido perder el control de la situación con tanta rapidez?
–Eso no tiene gracia –dijo Harry–. Vamos, abre los archivos y deja que te explique cómo funciona la contabilidad.
Mia se dio media vuelta en la silla giratoria hasta darle la cara. –Me encantaría que pasara.
–Calla.
–¿Por qué?
–Hablas como si quisiera seducirte –contestó Harry.
–Más bien al contrario. Lo que me gustaría es seducirte yo a ti. ¿Había pasado a un universo paralelo? Era la única forma de
explicar aquella conversación surrealista.
–¿Quieres vengarte de mí por lo que te hice en el colegio? – preguntó Harry pasándose una mano por la nuca.
Mia le dedicó una dulce sonrisa.
–Te noto disgustado.
–No estoy disgustado, pero... Mia, creo que estás estresada –declaró él a la desesperada, buscando una explicación al extraño comportamiento de ella–. Creo que deberías acostarte un rato.
–¿Es una invitación, Harry?

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