Capitulo 2

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La burlona sonrisa de Harry le encogió el corazón. La dislexia no era una barrera fácil de pasar. Mia sabía que Harry había logrado una puntuación superior a la media en las pruebas de inteligencia. En lo referente a la creatividad y a relacionarse con la gente, Harry era muy superior a ella. Era un hombre listo y con talento; desgraciadamente, sus capacidades no corrían paralelas al modo en que la educación tradicional evaluaba el logro personal.
–Me has preguntado por qué te di clases –dijo ella volviendo a la pregunta de antes.
–Sí, me gustaría saberlo.
–Supongo que fue por distintos motivos. En primer lugar, el profesor me pidió que lo hiciera. Por otra parte, me pasaba lo mismo que a la mayoría de las chicas del instituto, quería estar contigo.
Harry se frotó la mandíbula.
–¿Eso es todo?
–No –había llegado el momento de ser brutalmente honesta–. Quería que te fuera bien y creía que podía ayudarte. Aunque te esforzabas en disimular, yo sabía que te dolía sentirte...
–Estúpido –dijo Harry, interrumpiéndola–. Esa era la palabra que estabas buscando, ¿no?
Mia se lo quedó mirando; al parecer, Harry seguía teniendo dudas respecto a su capacidad intelectual.
–¡Harry, por favor! Eres un hombre que ha tenido éxito en los negocios y a quien la gente respeta. Y te ganas la vida trabajando, aunque no te hace falta. Has conseguido que el Silver Dollar Saloon sea un lugar especial. ¿Qué importancia tiene que no te fuera bien en el colegio? Ya no somos niños. Has demostrado, sin lugar a dudas, que tienes mucho talento.
Harry apretó la mandíbula.
–¿Y tú, Mia, a qué te dedicas?
–A la investigación médica en la zona de Raleigh y Durham, en El Triángulo. Mi equipo intenta demostrar que la serie de vacunas que se les administra a los ni-ños no suponen riesgos para la salud.
–Y yo me gano la vida vendiendo cerveza.
–No te pongas así, esto no es una competición –le dijo ella enfadada.
–No, claro que no, jamás podría competir contigo. ¿Cuántos idiomas hablas?
El sarcasmo le dolió. Entonces, miró a Cora, que dormía tranquilamente.
–Será mejor que me marche –dijo Mia con voz queda–. No era mi intención sacar a relucir el pasado.
Una fría desilusión le encogió el pecho. Harry y ella se pusieron en pie al mismo tiempo. De repente, el rostro de Harry mostró consternación y vergüenza.
–No te vayas. Perdona, he sido un bruto. Tú no eres responsable de ser un genio.
–Soy una mujer –declaró Mia–. Y me he destrozado la vida.
De repente, Mia se echó a llorar. El miedo y la incertidumbre le dificultaban la respiración. No se sentía una persona inteligente, sino presa del pánico y desesperada.
Mia se cubrió el rostro con las manos, avergonzada de estar derrumbándose delante de Harry.
En ese momento sintió en el hombro la cálida mano de él. –Siéntate, Mia. Todo se va a arreglar.
–Eso tú no puedes saberlo –como de costumbre no tenía pañuelos.
–Toma –Harry le ofreció un inmaculado pañuelo blanco de
algodón que acababa de sacarse del bolsillo posterior de los pantalones y que aún conservaba su calor.
Ella se sonó y, temblando, se secó los ojos.
Harry la hizo sentarse a su lado en el sofá y, automáticamente, ambos miraron a Cora para cerciorarse de que la niña estaba bien.
–No te preocupes –dijo ella intentando reír–, no estoy al borde de un ataque de nervios.
Harry sonrió y le apareció un hoyuelo en la mejilla. –¿Por qué no me cuentas lo que te pasa?
–Es una historia muy larga.
–Dispongo de toda la noche.
Vio auténtica preocupación en los ojos de él. En realidad, le vendría bien una opinión imparcial. Se encontraba en una encrucijada, tenía ofuscado el entendimiento y, unido a la falta de sueño por el bebé, se sentía incapaz de tomar una decisión racional.
–Está bien, te lo contaré –respondió ella.
–Empieza por el principio –Harry estiró un brazo a lo largo del respaldo del sofá y ella no pudo evitar reaccionar a la proximidad de él y a su aroma de hombre. Los pantalones caqui y el polo con el logotipo del bar enfatizaban su virilidad.
Mia suspiró y descansó las manos sobre los muslos para controlar su temblor.
–Después de cumplir veintinueve años me di cuenta de que quería tener un hijo. Ya sé que es un tópico, pero así fue.
–¿Qué opinaba el hombre que estaba contigo?
–No había ningún hombre en ese momento. Bueno, hubo uno, pero solo durante unos quince minutos. Afortunadamente, nos dimos cuenta al momento de que éramos incompatibles.
–En ese caso, ¿quién querías que fuera el padre?
–Nadie –respondió ella–. Yo tenía una buena educación y era independiente económicamente. Decidí que podía tener un hijo sola.
Mia vio la sombra de escepticismo que asomó al semblante de Harry. Ahora, por fin, se daba cuenta de lo ingenua que había sido y de lo mucho que había sobreestimado sus capacidades.
–De acuerdo, pero alguien tendría que poner el esperma, ¿no? El tono jocoso de Harry la hizo enrojecer.
–Bueno, sí, claro, pero lo tenía todo pensado. Al formar parte de la comunidad científica de Raleigh sabía lo que pasaba en la mayoría de los laboratorios de investigación; y, por supuesto, en los que se dedicaban a la investigación sobre fertilidad.
–Sigo sin saber quién puso el esperma.
–A eso voy. Cuando encontré un médico y un laboratorio que me gustaron, me sometí a ciertas pruebas para saber si estaba sana y si ovulaba bien.
–¿Y estabas sana y ovulabas bien?
–Sí. Por eso, cuando el momento fue el adecuado, fui a un banco de esperma y seleccioné a un donante.
–Un donante que, supongo, era un estudiante de doctorado y con una capacidad intelectual similar a la tuya.
Mia sacudió la cabeza con vehemencia.
–No, nada de eso. Jamás le haría una cosa así a un hijo mío. Quería un hijo normal.
–Cielos, Mia. ¿Estás diciendo que querías que Cora fuera menos inteligente que tú? –la expresión atónita de Harry le sorprendió.
–Yo no diría eso exactamente –contestó ella a la defensiva–. Pero sí elegí a un donante que era un trabajador manual y con una inteligencia totalmente normal.
–¿Por qué?
–Porque quería que mi hijo tuviera una vida feliz.
Harry no sabía qué decir. «Quería que mi hijo tuviera una vida feliz». Esas palabras eran reveladoras. Por primera vez comprendía que la vida escolar de Mia había sido tan dolorosa y difícil como la suya, aunque por distintos motivos.
En ese momento llamaron a la puerta y se vio libre de hacer un comentario. Al cabo de unos minutos, Mia y él estaban tomando unos aperitivos y unas hamburguesas. Pensando que Mia en el bar no había bebido alcohol, había pedido un par de refrescos para acompa- ñar la comida.
Mia comió como si fuera la primera vez que lo hacía en una semana.
–Esta comida está buenísima. Muchas gracias –dijo ella–. Llevo días alimentándome a base de platos precocinados y pizzas congeladas. Mi madre me ayudó durante una semana y media después de nacer la niña, pero luego se cansó y yo, al final, le dije que volviera a su casa.
Harry arqueó una ceja mientras se servía más patatas fritas.
–Me has dejado en ascuas –dijo él–. Termina de contármelo todo, por favor.
–Tenía la esperanza de que hubieras perdido el interés. Es una historia bastante triste y no dice gran cosa en mi favor.
Cuando Mia se limpió un poco de tomate que se le había quedado pegado al labio inferior, Harry, con sorpresa, sintió una punzada de interés sexual. Reprimiéndolo, se recostó en el sillón.
–Soy todo oídos.
Mia era delgada y de ademanes elegantes. No llevaba maquillaje ni joyas, su feminidad era natural. En el colegio la había besado una vez, más debido a la curiosidad que a otra cosa. El ardor que le produjo le había sorprendido y le había asustado. Pero como había necesitado la ayuda de Mia en relación a los estudios, no había querido asustarla con su libido.
Ahora, al pensar en su relación con una Mia de quince años, se preguntó qué le había atraído de ella. Mia había sido una chica callada y tímida, aunque se había mostrado firme y se había enfrentado a él en más de una ocasión.
A ojos de un adolescente, la Mia quinceañera no había tenido nada de especial: pecho liso y poco desarrollada. Sin embargo, algo le había gustado de ella. Y Mia nunca se había reído de su ineptitud ni se había mostrado paternalista.
Ahora, como adulto, se maravillaba de que Mia hubiera soportado su arrogancia y su impertinencia.
Harry guardó silencio a la espera de que continuara.
Mia se terminó la bebida, recogió los platos y, cambiando de postura, se sentó sobre sus piernas en el sofá.
–La cuestión es que... la inseminación artificial es bastante cara. Yo había imaginado, erróneamente, que al ser joven y estar sana me quedaría embarazada a la primera intentona.
–Pero no fue así.
–No. Y tuve que seguir un mes tras otro cuando me venía la regla. Y no hacía más que llorar.
–¿Por qué era tan importante para ti?
Mia parpadeó. Parecía perpleja de que alguien le hubiera hecho una pregunta semejante.
–Quería tener a alguien a quien querer. Puede que no lo recuerdes, pero mis padres eran bastante mayores. Mi madre me tuvo a los cuarenta y tres años. Así que... aunque les quería mucho, comprendí que quisieran jubilarse e irse a vivir al sur. La verdad es que cuando vivíamos en el mismo Estado tampoco nos veíamos mucho.
–¿Por qué no?
Mia titubeó unos segundos.
–Aunque estaban orgullosos de que yo fuera tan inteligente, no
sabían qué hacer conmigo. Una vez que salí de casa, nos distanciamos aún más. Estoy segura de que, en parte, es culpa mía. Nunca supe comunicarme bien con ellos ni hablarles de mi trabajo. Y además...
–Continúa.
–Cuando era adolescente me enteré de que mis padres nunca habían querido tener hijos. Yo fui un accidente, lo leí en uno de los diarios de mi madre. Resulta que mi madre se quedó embarazada de mí cuando estaba en plena menopausia, ella creía que no podía concebir. Así que fui una desagradable sorpresa en más de un sentido. En fin, mis padres hicieron lo que pudieron y se lo agradezco.
Harry pensó en su familia, muy unida. Su madre siempre cariñosa con todos sus hijos. Por supuesto, como en cualquier familia, discutían, pero no podía imaginar su vida sin su madre y sus hermanos, eran parte de él.
–Lo siento –dijo Harry en voz baja–. Eso debió dolerte mucho. Mia se encogió de hombros.
–En fin, me has preguntado por qué tener un hijo era tan importante para mí. La verdad es que necesitaba alguien a quien querer y que me quisiera a su vez –Mia posó una mano encima del bebé–. Tuve que intentarlo ocho veces hasta conseguir quedarme embarazada. Ese día, el día que me enteré que por fin lo había conseguido, fue el día más feliz de mi vida.
Como Harry hacía poco que la había visto llorar, supuso que la euforia no había durado mucho.
–¿Tuviste un embarazo difícil?
–No, en absoluto.
–¿Te hacía preguntas la gente?
–En el trabajo, no. Los de mi equipo son muy profesionales, nuestras relaciones son de trabajo, pero no personales. Quien lo sabía todo era mi amiga Janette, que había intentado quitarme la idea de la cabeza en varias ocasiones; pero cuando me quedé embarazada, me ayudó mucho, incluso vino a las clases de preparación para el parto y también estuvo en el hospital cuando nació Cora.
–Entonces... ¿qué salió mal? ¿Por qué has vuelto a Silver Glen y has venido a mi bar?
Mia apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.
–Varias cosas. Tenía un buen sueldo y ahorros, pero me los gasté todos en quedarme embarazada; aunque no me pareció irresponsable, ya que sabía que podía vivir con poco y volver a ahorrar. Con lo que no había contado era con una mala pasada del destino.
–¿Qué te pasó?
–Mientras estaba de baja de maternidad, retiraron los fondos destinados a mi investigación y cerraron el laboratorio en el que trabajaba. Así que ahora tengo una hija y estoy sin trabajo. Y, para rematar, la mujer con la que compartía un piso alquilado decidió irse a vivir con su novio y dejó el piso.
Harry se inclinó hacia delante y apoyó las manos en las rodillas. –Vaya una mala pata. Mia logró sonreír.
–Creo que no me encontraría tan baja de moral si Cora durmiera por las noches, pero le da por dormir de día y se pasa las noches en
vela. –Lo comprendo, a mí a veces me pasa lo mismo. La broma la hizo sonreír. En el pasado, Harry  era el alma de De repente, Mia se sintió avergonzada. Había llegado el
momento de marcharse.
Pero justo cuando estaba disponiéndose para irse, Cora se movió y se echó a llorar.
Harry clavó los ojos en las diminutas manos que se agitaban. –Creo que alguien se está poniendo de mal humor.
–Tengo que darle de comer.
–¿Has traído las cosas para el biberón? Si no, puedo hacer que
alguno de los empleados vaya a comprar...
–No, gracias, no es necesario. Le doy... el pecho. Harry enrojeció.
–Sí, claro. Ve al dormitorio si quieres, hay un sillón bastante cómodo. ¿Te parece bien?
–Sí, perfecto, gracias –Mia sacó de la bolsa un pa-ñal y los artículos que necesitaba para limpiar a la niña–. No tardaré mucho, me marcharé tan pronto como la cambie y le dé de comer.
Harry se puso en pie al tiempo que ella y se la quedó mirando mientras ella trataba de calmar a la niña. Por suerte, Cora se calló e incluso sonrió.
–No digas tonterías –dijo Harry–. No hay motivo por el que tengas que darte prisa. Es más, me encantaría tener a Cora en los brazos durante un rato cuando acabes. No te importa, ¿verdad?
Mia se lo quedó mirando boquiabierta. ¿Harry Styles quería tener en los brazos a un bebé? La idea le produjo un hormigueo en el estómago. ¿Por qué era tan sensual ver a un hombre con un bebé?
–No, claro que no me importa. Pero... ¿no tienes cosas que hacer? Harry se metió las manos en los bolsillos traseros de los pantalones y sacudió la cabeza.
–¿Es una broma? Que hayas venido es lo más interesante que me ha pasado en un mes. Vamos, ve a darle de comer a la criatura. Te espero aquí.

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