PRÓLOGO

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El ambiente que perduraba en la cámara era tan fuerte que oprimía las mentes más débiles. Además, el aire de aquel lugar era demasiado pesado para los pulmones, tanto, que estos sufrían para aguantar un ritmo constante. Realmente, no había nada especial en aquel lugar, pero la tensión acumulada daba un misticismo raro de explicar. Los Cinco tenían que reunirse allí, en torno a un libro desgastado y en donde las velas consumidas aportaban una iluminación tenebrosa que ayudaba al misterio. No había ventanas pues estaban bajo tierra. A una profundidad difícil de imaginar, en donde la contaminación humana no puede modificar la realidad. Un lugar lejos de todo.

Cada uno de los Cinco, provenientes de los extremos del mundo, viajaban para ser los elegidos encargados de comenzar el cambio de la historia. Poco a poco, iban entrando por una pequeña puerta de madera, la única salida al exterior, y luego se iban sentando en su respectivo lugar. El primero en llegar, tuvo que esperar doce horas hasta que el ultimo entrara, pero no le importaba, su propósito era más importante que las relaciones personales.

Cuando todos se hallaban sentados en círculo, el tiempo se detuvo. Sus asientos llegaban hasta casi tocar el techo como si se uniera a este, pues todo en aquel lugar era madera, nada de lujos o excentricidades, todo tallado en las raíces de un árbol inmenso. En su mayoría estaba decorado con la intención de dar un curioso efecto de agobio. Los cinco grandes sillones parecían fortalezas con sus acabados en torres puntiagudas y la gran mesa central que reinaba en la sala, gozaba de unos grabados sobre historias jamás fueron narradas. Esta era tan amplia como para que los Cinco estuvieran cómodos, pero no tanto como para desperdiciar hueco. Se podía observar la historia del mundo, tanto en las paredes como en techo, en una madera cincelada con acabados extremadamente realistas.

Las velas, repartidas aleatoriamente sobre cualquier lugar que se deba iluminar, daban una estabilidad impropia del lugar, tan solo pensar que, si alguna se hubiera derrumbado, una tragedia consumiría aquel lugar oculto en el infinito subsuelo.

Los Cinco acercaron su sillón a la mesa no sin antes acomodarse la vestimenta. Sus túnicas rojas con capucha impedían ver sus rostros con claridad, así que se la quitaron uno a uno dejando al descubierto incluso parte de sus torsos. Sin embargo, las veinticinco cadenas metálicas que colgaban de sus cuellos, cinturas y brazos, se quedarían dónde estaban. Sus cuerpos estaban decorados con tatuajes en una tinta negra que brillaba en la oscuridad. Ellos eran capaces de transformar sus dibujos y hacer que se muevan, manchando cualquier parte de su cuerpo. Era una prueba inequívoca de que pertenecían a los Cinco, eran los elegidos.

Con un silencio impasible y una tensión creciente, comenzó la reunión más importante del casi milenio de historia recogida en Solus.

—Todos los Sumos Sacerdotes de Crowlard concuerdan en que es el momento. —El primero en hablar sería el Último Jaden. Un hombre de unos cincuenta años, con el pelo canoso y cuya calvicie comenzaba a tomar protagonismo.

—Lo mismo en Roarn y Gerase. —El segundo hombre, Turofell, era más joven que el primero y hablaba con una voz confiada pero atrofiada por alguna enfermedad. Sus ojos afilados y su mandíbula bien marcada apuntaban a la portada del gran libro sagrado. También era un Último, como los demás.

—Así que hasta en Roarn. Parece que esto es serio, demasiado serio. Yo casi que ni me lo cría, después de tantos años estudiando el Sacro Tomo, mis esperanzas de que todo ocurriera en mi época eran casi nulas. —Antes de terminar su última palabra una tos súbita dejaría la reunión interrumpida por un par de segundos. Aquel hombre era un anciano de unos ochenta y pocos años, aun así, tenía la voluntad de un joven y la autoestima de un Consejero Supremo. Pero aquellas personas solo eran hombres que servían a un fin. "Todo ser humano sirve a un propósito mayor" pensaba aquel anciano cada vez que su enfermedad frenaba la poca voz que le quedaba.

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