BONUS.

368 48 10
                                    

A la mañana siguiente los países se encontraban reunidos en una pequeña cafetería que irradiaba calidez lo que necesitaban, puesto que afuera caía nieve y encima de eso la mayoría del grupo tenía una gran resaca por culpa de la borrachera a la cual habían sobrevivido de milagro. Pocos eran los que hablaban de vez en cuando ya que el dolor de cabeza les impedía pensar con claridad y la música ligera del ambiente al menos no les retumbaba.

Antonio soltó un bostezo, al mismo tiempo en que era servida su taza de café para que espabilara y en la misma mesa se hallaban Gilbert, Ludwig, Feliciano, Alfred y Arthur quienes permanecían en silencio esperando que el español comentara algo con su usual elocuencia y energía. Pero la verdad es que no estaba de humor para eso.

—Ni una palabra de eso a nadie, right? —pronunció el inglés, frotándose las cienes y el ceño fruncido por la jaqueca causada al recordar lo sucedido en la madrugada.

—Ve~, eso sí será un problema —respondió el italiano de orbes castaños sonriendo—. Tengo el vídeo completo donde sales cantando Hey Jude de los Beatles.

Y no podían faltar las risas que soltaron los presentes, quienes sin duda habían entonado la letra acompañando a un ebrio Arthur que no dejaba el micrófono en ningún momento, siempre que se reunían sucedía lo mismo y después se burlaban del rubio por su pésimo talento.

—Por cierto, ¿dónde está Francis? Lo perdí de vista cuando jugaban verdad o reto —interrogó España, arqueando una ceja y buscando con la mirada a la colombiana ya que tal vez ella sabría de su paradero.

Simple intuición.

—Hablando de eso, María desapareció de la nada.

Todos regresaron su atención hacia el de orbes carmesí el cual comía su pastel de fresas tranquilamente, como si nada hubiese pasado y los bombillos encima de sus cabezas empezaron a encenderse cuando llegaron a una explicación que descolocaba a todos por igual, menos a Antonio que prefería confirmarlo antes de sacar su arma. Mientras que el norteamericano se quedó callado, algo muy extraño en él y su expresión taciturna hacía que se ganara la confusión de los demás pero luego lo interrogarían sobre ello.

Catalina entró al establecimiento, vistiendo ropas casuales y lucía fresca cual lechuga como si no hubiese estado bebiendo alcohol en cantidades exageradas parecida a un albañil recién pagado hacia unas horas atrás. Conversaba de manera distraída con Francisco y se unieron al sitio donde se ubicaban los latinos que se mostraban naturales e intactos apesar de lo destructiva que había sido la fiesta; aún desconocían como es que lo lograban.

—¡Eh, Catalina! ¿No sabes del paradero de Venezuela? —preguntó el castaño, haciendo que la mencionada se girara lentamente con una sonrisa fingida.

A su lado Martín le dio unas palmadas en señal de consuelo porque el peso había recaído en sus brazos y no existía otra persona más indiscreta que ella, los demás latinos se rieron en voz baja al observar como la muchacha se puso pálida por las penetrantes miradas que le dirigían.

—Ah, María... pues, no lo sé. Intenté enviarle varios mensajes por whatsapp pero su teléfono salía apagado y la última vez que la vi estaba hablando con el yanqui en el patio de la mansión —respondió la morena, bebiendo de su café con leche y ocultando su rostro de los mayores.

Esta vez el protagonista de las preguntas fue Alfred, a quien asaltaron con interrogantes sobre la muchacha que no daba ni señales de vida y eso no inspiraba nada de confianza, en especial para Iván que lo mutilaba con sus orbes amatistas sin cambiar su imperturbable y al mismo tiempo terrorífica expresión. Sin embargo, éste negó varias veces, alegando que ella se había marchado dejándolo con la palabra en la boca pero todos estaban claros de lo que era capaz la potencia.

Aquello continuaba así hasta que Pedro exclamó algo y resonó en la escena, desencadenando el estado atónito de los países presentes.

Wey pero si la viste comiéndose con el francés en el estacionamiento, justo cuando íbamos a buscar el twister.

—¡Hijo de la chingada! Ya valiste por jugarle al vergas —se escuchó la voz de Itzel, quien no tardó en darle un manotazo en el cuello a su hermano por la imprudencia que había cometido.

Aún así no había vuelta atrás para ello, todos se quedaron en un silencio que de verdad daba escalofríos. Feliciano agradecía mentalmente que Lovino no estuviese allí porque hubiese ido como una fiera a sacarle los ojos al hombre pero eso no evitó que saliera a flote su lado sobreprotector y celoso ya que veía a la venezolana como una hermana menor; Gilbert permaneció en silencio similar a una tumba porque no le parecía extraño aquello, era un poco despistado pero no tonto como para pasar por alto las miradas furtivas que se lanzaban esos dos y por otro lado yacía Antonio quien se quitó sus lentes de sol, dejando salir un suspiro sonoro.

—No me sorprende ni un poco pero eso no quiere decir que se salvará de mi regaño —afirmó el castaño.

—Ya no colonias, Antonio —le respondió Arthur, quien en ese instante sentía empatía por él.

A ambos igualmente les había afectado en gran forma la independencia de sus colonias, eso iba mucho más allá de lo económico y lo político, puesto que fue un golpe bajo, algo que les hirió de manera sentimental en lo recóndito de su ser. Pero no era un tema que les gustaría tocar estando sobrios y conscientes.
Dos personajes allí se vieron rodeados de un aura oscura que comenzaba a emerger a su alrededor, aunque los demás no le dieron mucha importancia, no se encontraban contentos con aquella bomba que había reventado y en sus mentes ya empezaban a armar planes para acabar con ese rival que se interpuso en sus caminos.

—Boluda, ¿vos crees que Rusia y Estados Unidos se lo tomen bien? —cuestionó el rubio.

—Esos dos deben estar planeando como arrancarle la cabeza al pobre —contestó Colombia, percatándose de las miradas llenas de oscuridad que portaban los hombres.

Tú, que derrites corazones ℘ FranVeneWhere stories live. Discover now