KOREA.

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K O R E A.

❝El aleteo de una mariposa puede provocar un huracán en otra parte del mundo

❝Yo no maté a mi padre❞

❝Yo no maté a mi padre❞

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          EL PUÑETAZO le dio en la mandíbula, contribuyendo a que, en apenas milésimas de segundo, el metálico sabor de la sangre se expandiese por sus papilas gustativas. Se encontraba aturdida ante tal golpe, su mirada ralentizada como si fuese ella la que estaba ebria y con muy poca fuerza de voluntad para ponerse de pie y ponerse cara a cara frente a ese monstruo.

«Me presento. Soy el fiscal Kim SeokJin. Estoy aquí para hacerle unas cuantas preguntas».

El temblor de cada una de sus articulaciones fue motivo suficiente como para que su medio inconsciente cuerpo permaneciese apoyado en la sucia y mohosa pared, con un papel pintado que se diluía allá en el techo a causa de las horrendas humedades. Percibió, por debajo de todo el dolor de su interior y su exterior, cómo ininterrumpidamente caían sobre su coronilla una hilera de gotas de agua, propias de la gotera que se cernía sobre ella.

«Quiero que me explique qué pasó aquella noche, señorita Ma».

Aún centrada en dicha agua, le sorprendió y le arrancó un chillido agudo y doloroso cuando su brazo fue agarrado con toda la brutalidad del mundo y él tiró de ella hacia el centro de la sala. Su cuerpo era arrastrado, la joven sentía que su abdomen era rasgado por los pedacitos de cristal que habían pertenecido a esa botella de cerveza que el monstruo había tirado al suelo ante su millonésimo ataque de ira, rompiéndola en pedazos.

«El silencio a veces dice mucho y a veces nada. Sé que está nerviosa, pero necesito que hable».

Junto con los pedidos de ese ser exigiéndola que se levantase, la chica escuchó el murmullo de la televisión, aún prendida, que expulsaba por los altavoces un ameno sonido de la —hasta podría llegar a ser— divertida emisión de un programa de variedades donde destacaban aquellos invitados famosos. La luz de la caja tonta convergía con la amarillenta de las farolas que se filtraba a través de las cortinas de ganchillo y depositaba su fealdad sobre el suelo de madera.

«¿Quiere un vaso de agua?»

Sus piernas no respondían, así que el monstruo agarró su larga melena morena y tiró de ella hacia arriba. La muchacha no tuvo más remedio que volver a apoyar todo el peso de su magullado cuerpo sobre sus piernas delgadas, blanquecinas y débiles. Apretó la mandíbula como gesto de dolor. Sustituyó el grito por un llanto ante la clemencia de su garganta, la cual dolía y rasgaba ante el paso de la saliva. Hizo una serie de movimientos nerviosos y enérgicos con tal de quitárselo de encima, pero estaba más que claro quién era el dominante de la situación allí y quién el que tenía más fuerza.

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