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A finales del verano el clima se volvió más caluroso.

El concubino ciego se encontraba sentado en el suave diván de las habitaciones de servicio. Su cabeza reposaba en el pilar y sus ojos se hallaban medio cerrados.

Había pasado medio mes desde la última visita de Jue Yu, el mismo tiempo desde que Xiao Bao hubo dejado el palacio.

Aquel chiquillo fue sacado del palacio sin tener la oportunidad de despedirse, se fue sin más ni más. Ni siquiera tuvieron el tiempo de verse por última vez. Todos los buenos deseos que le quería expresar jamás se los podrá decir. No pudo separarse de Xiao Bao, de aquel chiquillo que le acompañó por siete años. Sin embargo, al final tuvo que ser fuerte.

No sabía si ese niño le odiaría o no, tampoco si le daría lata a Jue Yu. Desconocía si había dormido bien durante el viaje. Pero de lo que si estaba seguro es de que lo había enviado al mundo exterior sano y salvo.

En esta vida, jamás volvería a ver de nuevo a aquel chiquillo.

Para mediados de julio el calor se intensificó. Su apetito no iba del todo bien. No podía comer nada, ni siquiera podía pasar la avena. Los criados que le servían en las habitaciones de la servidumbre estaban muertos de miedo. Cada uno de ellos se arrodillaron y le rogaron que comiese algo; aguantándose las náuseas se trago la comida, entre más comía más sufría, hasta que no lo soportó y vomitó en el edredón y sobre la cama, ensuciando todo.

Con el paso de los días el cuerpo del concubino se hacia más y más delgado. El emperador no pudo evitar preocuparse.

El médico real no se atrevía a darle muchas medicinas. Todos los días delegaba a los sirvientes a preparar la avena medicinal mezclada con semillas de loto y miel como complemento para equilibrar el qi y su sistema circulatorio.

El concubino se recostó en el suave diván, hecho esto, se quedaba así el resto del día. El diván era el mismo que habían traído cuando se mudaron del palacio frío. Xiao Bao siempre se sentaba en el, Yu Li siempre se echaba en el, y ahora, el único que lo usaba era él.

Cuando el sol bajaba, los sirvientes movían el diván al patio, bajo la sombra de un árbol. Estar así, recostado, lo hacía sentir como si estuviese en el pequeño patio del palacio frío, con Xiao Bao sentado no muy lejos de él en la silla de ratán y a Yu Li acostado junto a él boca abajo, bastaba que estirara un poquito su mano para sentir el pelaje suave y liso de Yu Li.

Hizo memoria de esos recuerdos, recuerdos que protegió tras una máscara y que cada vez que se manifestaban absorbían su débil fuerza de seguir viviendo.

Justo después de salir de la corte el emperador venía a hacerle compañía; incluso llegó al grado de tratar los asuntos del gobierno y otros muchos desde las habitaciones de la servidumbre. Independientemente del lugar donde se recostase el concubino, él le prestaría su regazo para que descansara su cabeza y estuviera cómodo en aquel diván.

Hablaba con el concubino, mientras este se quedaba con los ojos cerrados; de vez en cuando daba un sonido de asentimiento como respuesta. No sabía si le había escuchado o no.

El emperador lo abrazó e inclinó su cuerpo para tocar la frente del concubino con sus labios, —¿qué quieres que haga para que puedas perdonarme?

La situación con el concubino no había mejorado nada, por lo que las esperanzas del joven monarca se esfumaban cada vez más.

Amaba a Wen Mu Yan y a cambio este lo odiaba.

Deseaba que Wen Mu Yan viviera en paz y pudiese dejar su odio atrás.

Una brisa suave se hizo presente, moviendo ligeramente los cabellos en la frente del concubino.

Abrió la boca y habló en un susurro, —permite que me vaya del palacio.

El concubino ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora