Capítulo 3.2 - Cotidianeidad

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A pesar de haber dormido pocas horas, Miguel despertó descansado, sin ayuda de la alarma de su teléfono celular. El calor de la noche le hizo dejar la ventana abierta, despejando el camino para los rayos solares que inundaban su habitación, reflejándose en un largo espejo apostado en la pared junto a su ropero. Su cama era de una plaza, lo que le dejaba mucho espacio libre en la pieza, con pocos lugares en los cuales apoyarse para poder caminar. Por esta razón era importante mantener un orden mínimo del cuarto, cualquier ropa o efecto personal que estuviera dando vueltas en el piso podría causarle inconvenientes en el andar. 

Este estricto orden daba la sensación de inmensidad y le obligó a poner referencias en las blancas paredes de la habitación para ubicarse espacialmente, valiéndose de afiches de sus series favoritas para encontrar su cómoda, ropero y la salida del cuarto. 

Miguel se levantó lentamente, quedándose sentado en el borde de su cama, estiró los brazos e inspirando profundamente, soltó un gran bostezo, intentando imitar a alguna bestia salvaje que le confiriera energía para iniciar el día. Caminó hacia el pasillo y bajó la escalera, topándose de frente con su abuela, que iba a despertarle en ese momento para que desayunaran juntos. 

El muchacho se bañó rápidamente con agua fría -en parte para terminar de despertarse y para ahorrar gas-, mientras Mirta preparaba el desayuno. Comieron ligero y salieron a una feria cercana, necesitaban comprar vegetales, víveres y artículos de aseo; productos que tenían menor precio allí que en un supermercado. Volvieron cargando varias bolsas, distribuyendo lo comprado entre alacena, baño y cocina. 

Mirta se dispuso a preparar el almuerzo, lavando y pelando varias verduras en el lavaplatos, prendiendo su radio para amenizar la faena. Miguel subió a su habitación para trabajar, ingresando los formularios electrónicos de la empresa de telecomunicaciones en la que laboraba -Satelitelinet-, deteniéndose una vez en el día, para almorzar en compañía de las noticias de la tarde. 

Su enfermedad le restaba eficiencia, demorándose mucho más que otros digitadores en realizar su tarea, de no ser por tener conocidos en Satelitelinet, nunca habría encontrado trabajo en otro lugar así, que le permitiera producir desde su casa y retardarse como sólo él lo hacía. Terminó a las 6 de la tarde, dedicando lo que le sobraba de día en relajarse y mentalizarse para el día venidero, buscando la dirección del psicólogo en un mapa online para saber que movilización debía tomar mañana. 

Mirta salió después de almuerzo, a comprar el bono de interconsulta para la visita al especialista; y al volver, se dedicó a ver sus telenovelas. Por la noche buscó ropas adecuadas para su salida, planchando y dejándolas colgadas en un perchero. Debían salir temprano mañana y estaba ansiosa. Confirmó con Miguel la numeración del transporte que les llevaría a la consulta, que quedaba frente a la escuela de aviación del Capitán Manuel Ávalos Prado, en la comuna de El Bosque. 

La noche dio paso a la madrugada en un santiamén. Miguel se levantó a las 6 de la mañana, bajó torpemente a prender el calefón y se duchó en menos de 10 minutos, corriendo cubierto sólo con una húmeda toalla amarrada a la cintura a la habitación de su abuela Mirta -para despertarla-, donde se vistió con las ropas que la anciana le eligió el día anterior. 

Cuando estuvieron los dos listos, salieron en ayunas de la casa, esperando encontrar prontamente la locomoción y que esta llegara velozmente a su destino. Era una mañana tibia, con cielo despejado, presagiando una calurosa tarde de verano; pero, por suerte, Mirta lo había contemplado y llevó dos botellas con agua congelada para refrescarse a su salida. 

La consulta abría a las 9, lo que les daba una hora y media para llegar al lugar, y su cita estaba concertada a las 9:30, dándoles tiempo de sobra para arribar. El microbús llegó después de 45 minutos de espera, con pocos pasajeros, avanzando a mediana velocidad y deteniéndose en cada uno de los paraderos, quizás esperando captar más transeúntes, no logrando llenar la mitad del vehículo. Llegaron 5 minutos antes de ser llamados por segunda vez, llamado realizado para confirmar la consulta que se corroboró con su entrada y la entrega del bono a la recepcionista. 

La Última Morada - Zona ProhibidaWhere stories live. Discover now