iv. Tan cerca y a la vez tan lejos

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Todo parecía una reminiscencia absurda, un chiste de mal gusto; o quizás era el universo riéndose de mí

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Todo parecía una reminiscencia absurda, un chiste de mal gusto; o quizás era el universo riéndose de mí. No había nada que no me recordara a él, a los momentos que habíamos pasado juntos, o a los otros Vengadores y todo lo que ellos me habían enseñado. Sin embargo, no tenía tiempo para lamentaciones. Tenía que trabajar rápido y de forma eficiente si quería que mi plan funcionase y si quería ser yo la que saliera beneficiada de todo esto.

Layra, la única de mis compañeras a la que de vez en cuando le dirigía la palabra, se dejó caer a mi lado en el sofá de la sala común con un suspiro. Yo estaba demasiado ocupada buscando información en la red como para decir algo, pero podía sentir su mirada taladrándome el perfil del rostro.

—¿No vas a descansar ni un momento? —me acabó diciendo—. Te veo muy acelerada.

La miré por un momento. Su piel era oscura, de un color chocolate muy bonito, su pelo era extremadamente rizado y negro, siempre recogido en una coleta. Sin embargo, sus ojos eran muy claros. Sabía que Layra había sido un experimento fallido para obtener la supervelocidad humana, y eso le había acarreado muchos problemas de salud. Tenía apenas veinte años, y los doctores decían que no viviría más allá de los treinta. Aun así, aquello nunca parecía molestarle. La admiraba: era una mujer muy fuerte.

—No, de verdad que quiero hacer avances en esto.

—Ya veo.

Devolví la vista a la pantalla de la Tablet, y aunque me escocían los ojos, no paré a descansar como ella me había dicho que hiciera. Podía intuir que ella sabía algo. O quizás no lo sabía, y sólo lo estaba adivinando. Me concentré y decidí no preocuparme sobre ello. Quiero decir, ¿quién no quería salir de allí?

Continué buscando información en diferentes idiomas y páginas encriptadas, pero no podía encontrar nada sobre lo que buscaba: la nueva localización de La Mano.

Al parecer, la organización seguía activa, y S.H.I.E.L.D. sospechaba que sus nuevos objetivos no serían exactamente pacíficos. Buscábamos a su líder, pero no había nadie que le hubiese puesto cara. Ni siquiera yo.

Entonces, el General Richards entró en la sala y todo el mundo se puso a trabajar de inmediato. Parecíamos niños pequeños que le tenían miedo a un hombre que no podría ni matar ni a una mosca. Era patético.

—Aeryn, ¿puedes acompañarme a mi despacho? Hay alguien que quiere verte.

Le miré seria un minuto e intenté no alzar una ceja. ¿A mí? ¿Quién querría verme a mí? Asentí y me levanté despacio. Me acerqué a mi taquilla y dejé mi Tablet dentro. Caminé hacia la salida con él, y después, hacia los ascensores.

Todo a nuestro alrededor era hormigón gris y aburrido. Monótono, sin vida.

—Me alegra ver que pasas más tiempo con tus compañeros —murmuró Richards.

Yo sólo asentí, salí del ascensor, y me detuve delante de la puerta de su despacho. Él estiró la mano hasta el pomo y lo giró mientras me miraba.

—Sé amable —me aconsejó.

Entré sin más, y se me fue el aliento del pecho mientras la puerta se cerraba detrás de mí. De todas las personas a las que no me hubiese importado ver, él era la única a la que no estaba preparada para dirigirle de nuevo la palabra.

FELT IT ━ Clint BartonWhere stories live. Discover now