Cada una de sus palabras resuenan por todo el patio y provoca que los soldados comiencen a gritar palabras de alientos. Miro fascinada cómo Erwin parece querer comerse el mundo hasta que una voz amarga y asqueada rompe el ambiente.

— Yo no elegí estar aquí —dice Grisha, con una voz tan potente como la de Erwin.

Mi tío se queda observándola durante unos segundos debido a lo repentino y fuera de lugar de sus palabras.

— ¿Ah? Escoria, la próxima vez que interrumpas el discurso de un superior, te mando a limpiar los baños con tu puta lengua —dice aquel superior, el que desentonaba con todo el resto—. ¿Me entendiste?

Grisha le mantiene la mirada desafiante, pero no objeta nada.

— Te he preguntado si me entendiste, mocosa de mierda —insiste y esta vez se descruza de brazos.

Ella asiente con enojo y Erwin retoma el discurso.

— ¡Les doy la bienvenida a todos, soldados! —dice con una media sonrisa. — Ahora les presentaré a el resto de sus superiores: Hanji Zoe, líder del Escuadrón de Investigaciones, Alistair Krumm, líder del Escuadrón de Soldados Principiantes y Levi Ackerman, líder del Escuadrón de Operaciones Especiales. Para no darles más información por hoy, los invito a seguir a Alistair para recoger las llaves de sus habitaciones y el talle de sus uniformes.

Seguimos a Alistair hasta uno de los otros edificios y allí pasamos quince minutos para organizar todo. Las habitaciones podían compartirse —con gente del mismo sexo—, así que elijo a Tris como compañera y nos dirigimos al patio para encontrar la nuestra.

Cuando entro, no me sorprende lo que veo: es una habitación casi idéntica a la que tuvimos estos tres años. Consta de una litera, una cama individual, un armario de madera que sólo puede guardar cinco prendas y un escritorio. La única luz que entra lo hace por medio de una ventana que tiene un vidrio roto y que, para darle más mediocridad al asunto, lo adorna una cortinas tan sucias que no consigo distinguir ni el estampado.

Cierro la puerta y un fuerte olor a humedad y suciedad me inunda las fosas nasales. Es tan fuerte que siento náuseas y siento la necesidad de llevarme la mano a la boca para no vomitar.

— La de la sede era definitivamente más limpia —comento, asqueada.

— Sí... —afirma Tris, mientras trata de reprimir una mueca de asco. Luego, apunta a donde está la ventana. — Pero no teníamos escritorio, ¿no?

— Sí, bueno... —me acerco hasta allí y con la mano libre toco la superficie de madera y comienza a tambalearse. — Si no se cae a pedazos.

No quiero dormir entre inmundicia, así que me dirijo hasta el Edificio Principal —que consta de la cocina, el comedor y un depósito—. Busco entre las cosas y tomo todo lo que necesito hasta que un escalofríos me recorren el cuerpo entero y siento cómo unas manos envuelven mis hombros con violencia. Estaba tan sumergida en mis pensamientos que no me doy cuenta y suelto todo lo que tengo por el susto.

— ¿¡Eres imbécil!? —le digo a Marco mientras siento cómo el pecho me palpita. — ¡Joder, me asustaste!

— Perdona, no era mi intención asustar a la mejor tercer recluta —contesta burlón.

— Cállate, idiota.

Por alguna extraña razón, no puedo evitar sentir un poco de vergüenza cuando me recuerdan que había entrado dentro de los mejores diez. Sé de sobra el esfuerzo que di y que merezco estarlo, pero una parte de mí odia que la gente sólo lo menciona para recordar que soy la sobrina de Erwin. Al final parece que terminé creyéndolo.

Las alas de la libertad [1] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora