El que partió: embarcó.

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Llevo años navegando por el mismo río, marchitado, desgraciado, desperfeccionado, arrugado; así mi apariencia es, detrás de lo tan particular que fui, de lo tan amado, palpado, cariñosamente tratado.

El día que me existencia decidió partir fue el mismo día en el que decidió embarcar. Siempre ha sido así, tanto para mí, como para los semejantes a mí. No atribuyo a nadie el germen de mi llorosa vida, si es que puede llamarse así.

Tan limpio, deslumbrante, y provechoso fui.

Y es que, si sé hablar, si me permito describir mi desgracia, es gracias a lo tanto que escribieron en mí, y hablaron ante mí, pues así aprendí a expresarme más allá del silencio, más allá de mi esencia.

Llevo años muerto en el mismo río, oculto, destruido, separado de lo que un día fui, de lo que un día me perteneció a mí.

Me han besado colores¹, colores que volaban, que mataban a otros más débiles y pequeños que ellos, colores que mataban, pero que también eran lapidados por otros seres, mayores que ellos, más fuertes que ellos, más altos, más inteligentes dicen ser y demostrar al destruir.

Pequeños colores que a más de dos ojos asqueaban, siempre siendo evitados, pocas veces admirados, analizados, y después diseccionados. Pues eran colores, colores que volaban, pero que a distancia carecían de belleza para unos, aunque para otros se derretían en ella, pintando el paisaje, enamorando la retina. Disputas causan los pequeños colores voladores, andadores, trabajadores.

Disputas...

¿Pero quién disputa por mí? Nadie, absolutamente nadie.

Todos los semejantes a mí son apreciados, utilizados, y a veces, desolados.

Depende de quién nos obtenga viviremos diferentes destinos.

Llevo años colapsado, desgraciado, muerto, pero ya nadie me puede ver, es tan improbable que mi existencia destaque como lo hizo una vez. Morí hace tiempo, pero, ¿por qué sigo hablando?

Antes fui hermoso, acariciado; ahora estoy empapado, y repartido en lugares perdidos.

Perdidos para mí, pues no conozco más de lo que pude ver del partir hasta el embarcar.

¡Triste ser yo, que muerto estoy, pero me siento vivo!

Llevo años sintiendo calor, frío, pasos, ruido, gritos, llantos, carcajadas, cabellos, zapatos olvidados, trapos, accesorios, escupitajos, naturaleza, estornudos.

Llevo años sintiendo tanto, que ni siquiera sé si en mí, o en los semejantes a mí, la muerte vive en sí.

Nos ignora, nos desconoce, nos desprecia... ¡y es que quisiera llorar!

Palabra que tanto escribieron en mí, y dijeron ante mí.

¡Lo suplico! ¡Deseo llorar!

¿Por qué siento el agua, el calor, el frío, pero no siento la muerte en mí?

¿Qué significa morir?

Es tan lamentable vivir así.

Un dulce ser me besó con sus manos, sintiendo por primera vez calidez en mis esquinas, en mi rigidez.

Sonreía mientras escribía en mí, y después lo hacía desaparecer, quemando y arrugando mi piel, con fuerza, sin querer, o eso creo.

Me amó tanto, me sentí tan preciado.

¡Quiero de nuevo ese tacto, quiero sentirme unido de nuevo, quiero sentirme igual que cuando nací!

¡Lo suplico! ¡Lo quiero!

Siento tanto dolor al recordar lo que fui, lo que amé ser, lo que tanto me apreciaron...

Susurros me hicieron temblar, susurros fríos que maltrataron mi ser, desequilibrándose.

Aquel dulce ser andaba, y andaba; botas altas, negras, húmedas, cubrían su existencia, evitando que se perjudicara con lo que su cuerpo tanto necesitaba, pero su piel y cabello detestaban. Lo necesitaba, pero lo rechazaba.

Empezó a correr, confundiéndome, no sabía a donde me llevaba, a donde me dirigía.

Se agachó, viendo yo así muy cerca lo que sería mi próximo hogar, el lecho donde moriría lentamente, o al menos donde querría hacerlo, aunque en ese momento lo observaba sin saberlo.

Y me soltó, y me moví, despidiéndose ella de mí:

- ¡Adiós, barquito de papel, adiós!

¹Colores: Insectos.

└ Obra de José Ricardo

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Obra de José Ricardo


MORTWhere stories live. Discover now