Prólogo

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Lo común sería pensar que pilotar un Ferrari último modelo era un lujo al que casi todo el mundo aspiraba. No era el caso de Joel. Nunca lo había sido. De hecho, no le gustaba. Los deportivos eran ruidosos, poco prácticos y llamaban excesivamente la atención. Ni siquiera su velocidad resultaba de utilidad para su verdadero trabajo, ya que en las congestionadas calles de la ciudad y las concurridas autopistas rara vez tenía la oportunidad de pisar a fondo su acelerador.

Pero era lo que se esperaba de alguien que, supuestamente, dirigía una empresa con un éxito creciente. Lo normal en los "nuevos ricos", como él pretendía ser, era hacer algún despilfarro de dinero absurdo. Así que allí estaba: conduciendo un cochazo rojo carísimo respetando los semáforos y levantando miradas tanto en las aceras como a través de las ventanillas de los otros conductores. "Menudo desperdicio...", se lamentó por enésima vez. Solía hacerlo dos o tres veces cada vez que se montaba en aquel coche.

En aquella ocasión regresaba de la oficina a altas horas de la noche. Técnicamente se había quedado a organizar unos requerimientos burocráticos con Lionel; pero en realidad habían quedado para repasar los últimos detalles de su próxima misión. Iba a ser en contra de un hacker que estaba pasando información a las autoridades para evitar una posible condena. Lo típico. Iba a ser un trabajo aburrido. Pero al menos pagaban bien.

Justo al salir de la ciudad, dirigiéndose hacia su casa en el extrarradio de la ciudad, recibió una llamada de su secretaria. Descolgó la llamada con el manos libres sin despegar la vista de la carretera.

—Buenas noches, señor Armitage. Lamento llamarle tan tarde—le saludó la conocida y sensual voz femenina a través de los altavoces del coche.

—Buenas noches, señorita Jones.—. La voz le salió apática. Tenía la mente puesta en la carretera—. ¿Ha ocurrido algo?

—Sí, señor. Lo lamento, me temo que he cometido un pequeño error con su agenda de esta semana—. Su voz tembló. Seguramente estaba nerviosa por reconocer su fallo. Joel reprimió un suspiro de descontento—. Resulta que, finalmente, la reunión con Thomson Sec. estará programada para el viernes por la tarde.

—No—. Espetó con sequedad—. Ya sabes que los viernes no trabajo—. Nunca sacrificaba la tarde del viernes por trabajo, era la primera lección que le enseñaba a todos sus asistentes. Normalmente usaba ese espacio personal para visitar la base... o para ir a ver a Amelia y Lily, como iba a ser el caso de esa semana.

—Lo sé, pero han insistido en que cambiarla a otro día sería imposible...

—¿Insinúas que tengo que ceder ante cualquiera sólo porque "me insista"?—. Apretó el volante hasta que el cuero del mismo emitió un crujido sordo.

—No, claro que no, señor...

—Entonces diles que la entrevista se hará el jueves, como estaba previsto, o no habrá entrevista—. Habló con un tono gélido y autoritario que hizo temblar a la mujer al otro lado del teléfono. 

Pudo imaginársela perfectamente, sentada en su sillón con tapetes de piso alquilado, temblando y apretando el teléfono en la mano, consumida por el pánico...

—S-sí, señor Armitage...

—¿Algo más?

—Sí, señor—. Hubo un sonido de rozamiento en el teléfono de su interlocutora, probablemente al pasar la hoja de la libreta donde solía apuntar las cosas a mano y que siempre llevaba consigo—. Ha llamado el detective Reynolds de nuevo. Insis... Digo, vuelve a pedirle respetuosamente una audiencia con usted para un caso que está investigando.

—...—. Aquel nombre hizo un eco extraño en su cabeza, como un "ding" lejano en su memoria—. ¿Podría repetir el nombre?

—Sí. Detective Nathan Reynolds, señor.

—Reynolds...—murmuró para sí mismo. Sí, el nombre le era extremadamente familiar. No supo situarlo exactamente, pero supo de inmediato que estaba relacionado con su verdadero trabajo—. Está bien, dele la próxima cita disponible. Y dígale a Lionel que me llame en cuanto pueda.

—Citaré al detective para mañana a mediodía, señor. Y le mandaré un mensaje al señor Lionel inmediatamente.

—Perfecto—. Antes de que la mujer se despidiera y colgara el teléfono, añadió—: Ah, señorita Jones. Una cosa más.

—¿Sí, señor?

—Después de la reunión con Reynolds puede usted recoger su escritorio. Está despedida.

Call Out My NameWhere stories live. Discover now