El Engarce Maldito -VIII-

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La mañana despuntó radiante, la lluvia había cesado por la madrugada y el cielo había amanecido despejado por completo. La cálida luz del sol se colaba por las ventanas de la posada iluminando el comedor, dónde se desperezaban y saludaban Fausto y Ledthrin.

Con un gesto el cazador le dio a entender a la posadera que tomarían el desayuno, al tiempo que escogía una de las mesas. El recinto estaba prácticamente vacío, solo había un par de comensales sentados al otro extremo, ocupados en sus asuntos y envueltos en amena charla.

—Así que fuiste pupilo en la casa de las orejas puntiagudas. —Fausto iniciaba conversa con el guerrero, sin dejar de mirarle el culo a la posadera que regresaba al mesón luego de servirles el desayuno.

—De cierta forma fui criado en Asherdion, solo regresaba a Ismerlik en los veranos. Eso desde que cumplí los nueve. —contestó Ledt—. Tu has estado en Ismerlik ¿no?

—Solo un día, cuando me enviaron de regreso. Larga historia —Tomó otro trago de cerveza—. Estuve una vez en Sarbia, arribé por el paso de Anduil. Era un mocoso, debo haber tenido doce inviernos. Sí, un día quise ir más allá de los dominios del reino, cogí mi arco, mi saco de caza y me adentré en la espesura hasta donde mis pies podían llevarme. Sin darme cuenta en unas semanas estaba en Sarbia, incluso me topé con una procesión y vi muy de cerca a la emperatriz. Una mujer muy bella, lo recuerdo muy bien.

—No es una mujer —tosió Ledt—. La emperatriz es una de las últimas Guardianas. La última hembra de su raza.

—Cómo sea, de que era agracia' era agracia'.

—¿Viste su rostro?

—¡Pija de Semptus! Ledt. Recuerdo que vestía unos trapos que apenas le cubrían el cuero. Y claro, no podía verle la jeta con esa mascara de pájaro que le cubría to'a la cara.

—Se dice que muy pocos han visto su rostro. Hay quienes cuentan que lo cubre porque no hay quien se resista a su mirada. Pero yo creo que son sólo supersticiones. —Ledthrin se llevó la mano al mentón—. Tengo recuerdos de aquella procesión, estuve allí de niño, con mi padre.

Fausto no le prestó real atención a lo que Ledthrin le contaba. En ese momento miró de reojo la entrada, una silueta encapuchada había ingresado a la tasca y tras dar una mirada en derredor se dirigió a unas mesas del fondo. Si no lo hubiese visto llegar, no le habría llamado la atención después. Era una figura delgada, a Fausto le pareció que era una mujer; parecía que buscaba o esperaba a alguien.

—¿Qué? —preguntó Ledt, al notar la distracción de Fausto.

—Nada, todo bien —se apuró en responder, volviendo a centrarse en su compañero—. Acaba de entrar alguien, por la hora asumo que alguien local, pero por sus vestidos parece un forastero.

—Eres bastante suspicaz, cazador —observó el guerrero—. ¿Te parece sospechoso?

—Na', se me hace que espera aquí a algún amante suyo. ¿Será que le conozco?

—Cierto, dijiste que estos lindes eran tu hogar. ¿Conoces a todo el mundo de por aquí?

—Hará tres inviernos ni me asomo por estos laos. Sí, conozco a varios pero este es un pueblo de paso, van y vienen desde el norte y al sur, aunque las caras se repiten —bostezó—. ¡Que flojera!, ¿a ti también te despertó el temblor?

—No logro conciliar del todo el sueño. —acotó Ledt.

—Ya, pero volviendo al temita, campeón. Que tal es esa elfo, la hija de lord Therion de la que hablaste con Lidias. ¿Nowi, nowai?

— Nawey. Pues..., es una elfo, ya lo dijo Lidias, ¿supongo que se ve como una elfo, aún? —río Ledthrin.

—No, no, ya sabes —Fausto silbó al tiempo que dibujaba una silueta con sus dedos.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora