—hola —respondí al tomar el teléfono y ponerlo en mi oreja.

—buenos días —respondió un alegre Santiago al otro lado del teléfono

—buenos días —

—solo llamaba para confirmar que estudiaremos hoy —dijo el muchacho alegremente

—no —me apresuré a decir —es decir, Victoria no está en buenas condiciones y será mejor que la llevemos a su casa.

Trate de buscar una mejor excusa solo que eso fue lo único que se me ocurrió, no quería estar ahora con Santiago y menos a solas.

—oh entiendo —respondió

—sí, será mejor que lo dejemos para otro día —dije entre tartamudeos

—sí, además quería saber —comenzó a hablar un poco mas lento —sobre lo de ayer... ¿nosotros estamos bien con eso verdad?

—si claro, por supuesto —respondí con la mayor seguridad de la que fui capaz.

Después de eso Santiago se despidió y yo me quede en medio de ese gran salón donde se encontraba la recepción, recordé que le tenia que pedir a mi padre que hiciera instalaran una extensión de teléfono también para mi habitación, mitras mis pies recorrían el camino de regreso a mi cuarto escuché un silbido conocido, Mi padre.

—buenos días por la mañana —saludó sonriendo al verme.

—hola pa —dije intentando disimular mi desvelado y demacrado rostro.

—hola mi amor, no sentí a qué hora llegaron a noche —dijo caminando en mi dirección

—temprano en realidad —me apresuré a decir.

—eso espero, dile a Victoria que baje su madre llegara pronto—dijo con una sonrisa extraña que me hizo pensar que le sabia perfectamente que ella no se encontraba bien.

Mi padre tiene ese don en particular de saber cuándo le estoy mintiendo, lo supe desde que mamá ya no estaba con nosotros, el si que tiene un instinto paternal. Al mismo tiempo esa sonrisa me confirmo que no habría castigo alguno lo cual logro hacer que me relajara infinitamente.

Regresé a la habitación donde vi que vitoria aún seguía en el baño y por lo que yo vi, aparentemente duraría un buen rato ahí. Decidí tumbarme en la cama nuevamente y al uno de los diarios de María José en mi mesita de noche no pude evitar sonreír al recordar a mi vecina, me senté en la cama con el diario en mis manos y comencé a leer.

Colombia 1825

Hoy después de tres semanas Daniela regresó de su viaje, ella no se molesto en enviar una nota para decirme que había regresado hasta que me la vi en un día normal de iglesia.

Fue un día inusualmente caluroso y soleado donde era conveniente usar sombrillas para evitar que el sol dañara nuestra piel, mi madre dice que no hay peor piel que una piel quemada por el sol, alegó que no somos ni campesinas ni escalabas.

Desde la partida de Daniela no he tenido ánimos de jugarle bromas al sacerdote en el confesionario, desde su ausencia no acudo a confesarme, desde su partida no puedo sonreír de hecho. Caminaba de la mano del Sargento Rodríguez que como se había hecho costumbre me escoltaba a cada visita que hacia a la casa de Dios, en realidad agradecía su compañía y las largas charlas que teníamos en ocasiones, sin embargo, ese día no tenía ganas de charlar.

debes confesarte María José —me reprimió mi madre una vez entramos a la iglesia— hace mucho no lo haces.

no he cometido ningún pecado —me excusé

Mil TormentasWhere stories live. Discover now