LuciFer

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"Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, más las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía dominar.

Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras."

~Marcos 5: 4 - 5"

... † ...

¡Hola!, mi nombre es Samantha, tengo dieciséis años y quisiera ser tu amiga.

Y es que la verdad la soledad en estas cuatro frías paredes es por momentos tan abrumadora que he preferido la muerte, más cuando aquellos horribles demonios de formas tan tétricas aparecen frente a mí y cortan sin compasión mi pálida piel o arrancan de mi adolorida cabeza fragmentos de mi frágil cabello.

Y quizá te preguntaras ¿Cuál es tu historia? Pues bien, ahora la sabrás.

Mi historia comienza como la tuya, o como la de la mayoría. Una niña feliz, llena de vida y de ilusiones, rodeada del amor de una familia.

Pero todo falló, todo se arruinó aquel gris tres de octubre, a pocos días después de mi cumpleaños número trece.

Luci y yo jugábamos a las afueras de su enorme casa, aquella de aspecto tenebroso y muros de piedra oscura, sus grandes ventanas siempre lucían apagadas y las puertas de reja pocas veces eran abiertas. Se situaba justo en los límites del pueblo, cerca, muy cerca de un pequeño riachuelo que no tenía más que basura y un olor realmente desagradable.

La razón de visitar aquel lugar era que Luci, mi amigo me había convencido.

Yo le seguí aunque sabía de sobra que aquel sitio era prohibido, y no solo por mis padres, sino también por la gente del pueblo que aseguraba que quien se adentrarse en aquel bosque firmaba su muerte, lenta pero segura.

Ese fue mi mayor error.

Él había tocado mi hombro con su tersa mano y era mi turno de atraparlo, por lo que corrí en busca de su captura.

Luci se dirigió cada vez más cerca de aquel gran roble el cual mis padres me habían impedido visitar, sin embargo en aquel momento mi lucidez se esfumó y solo reinó en mí la adrenalina del momento.

Luci se apoyó en las raíces del gran árbol que se alzaba majestuoso ante nosotros y carcajeó mientras tocaba con ambas manos a la altura de su estómago, señal del dolor que le provocaba tanta risa.

También me detuve, justo frente a él y ambos aguardamos a tomar suficiente aire para poder continuar.

O al menos eso creímos.

De la copa del gran roble descendió una sombra tan oscura acompañada de un frío viento que logró erizar mi piel. Mis pies quedaron inmóviles en aquel cúmulo de tierra y aunque traté de proteger a mi amigo de aquello desconocido, fallé irremediablemente ya que Luci cayó al suelo después de haber sido envuelto por la misteriosa sombra, provocando que de un momento a otro, mi bello amigo Luci, aquel chico de hermosos ojos azules, de cabello rizado y tan rubio como el oro no existiera más.

El miedo sin duda me paralizó.

Después de aquella tarde, todo cambió.

Las noches para mí se convirtieron en infiernos eternos, dolor inmenso que no era capaz de soportar. Por las madrugadas los gritos de mi desgarrada garganta hacían correr a mis padres y permanecer la mayor parte de la noche al pie de mi cama, pero ni si quiera ellos alejaban a las voces que se empeñaban en morar en mi mente.

Mi pequeña hermana de risos castaños no jugaba más conmigo y eso me dolía.

Y aunque llegue a pensar que nada podría empeorar, lo que estaba por venir me consumió.

Al transcurrir de un par de meses de aquel incidente con Luci, en una de esas frías noches de invierno, dos oficiales de policía acompañados de un par de hombres fuertes vestidos por completo de blanco tocaron a la puerta de mi hogar, ellos me buscaban.

Hablaron con mis padres, y cada vez que me miraban notaba en sus pupilas el terror que ellos guardaban.

Mi padre, un hombre alto y de cabello castaño sostenía al abatido cuerpo de mi madre quien solo lloraba mientras ocultaba en el hueco de sus manos su rostro triste y lleno de pena.

Tras haber intercambiado algunas palabras ellos, los dos hombres de blanco se miraron el uno al otro y sin perder más tiempo me tomaron a la fuerza, me condujeron a las afueras de mi hogar, lejos del amor.

Me colocaron una gran camisa color crema que impedía que mis manos se movieran y sin tacto ninguno me subieron a una gran camioneta color blanco.

El camino fue realmente largo, mis lágrimas surcaban mis mejillas y mis suplicas quemaban como hoguera mi atrofiada garganta. Miré por la ventanilla, pero la espesa neblina ocultaba a mis ojos el camino recorrido.

A los pocos minutos de que la camioneta se detuvo frente a un gran edificio antiguo situado en mitad del espeso bosque, los dos fuertes hombres me bajaron y tras pasar por debajo del umbral de la entrada me llevaron a una de las habitaciones en la última planta del enorme edificio.

Las paredes lucían sucias y llenas de arañazos que no eran más que la prueba del sufrimiento de uno que otro antiguo prisionero. Me ataron a la cama y se marcharon dejándome sumida en completa oscuridad y a merced de los demonios que me torturaban sin compasión.

Soy Samantha y por las noches las tétricas sombras vienen a torturarme, arañan mi piel para poder beber mi sangre, toman mi cuerpo y lo atormentan. Luci no ayuda, permanece en una de las esquinas de la habitación tan solo mirando y sonriendo, después carcajea mostrando sus afilados dientes.

Ayer me ataron a la cama porque Luci me dijo que golpeara a uno de los hombres que me trae comida.

Hoy una mujer de cabello negro dijo a mis padres que no podrían llevarme nunca a casa, dicen que soy peligrosa. Dicen que mate a un niño aquella tarde del tres de octubre, y también dicen que maté a mi hermanita de risos castaños.

Lo que ellos no saben es que yo no lo hice. En realidad todo lo hizo LUCI.

... † ...

LuciFer ©Where stories live. Discover now