C A P Í T U L O 4

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—Joven, ¿te encuentras bien?

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—Joven, ¿te encuentras bien?

Tardé unos segundos en responder, y aún así lo hice sin saber muy bien lo que decía:

—Sí, sí, no se preocupe, estoy bien —dije sin dejar de observar el espejo. Aquel rostro seguía mirándome, con los ojos muy abiertos, como si estuviera permanentemente sorprendido.

—¿Seguro que estás bien? —volvió a insistir la anciana—. Tengo pastillas para la diarrea, aunque si ese no fuera el caso, también tengo laxantes. Si no sabes cómo usarlos puedo enseñarte...

Giré rápidamente el cuerpo hacia la puerta, horrorizado.

—¡No, no! ¡De veras que estoy bien!

—Bueno, si tú lo dices...

Los pasos de Doña Margarita alejándose resonaron por el pasillo, por lo que me sentí libre para volverme otra vez hacia el espejo. Giré la cabeza hacia el cristal, pero ¡ya no estaba! ¡Se había esfumado!


—¡Ya voy! ¡Ya voy! —exclamé, mas los golpes en mi puerta persistieron—

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—¡Ya voy! ¡Ya voy! —exclamé, mas los golpes en mi puerta persistieron—. ¡He dicho que ya voy! —grité finalmente, irritada.

Busqué mis llaves a toda prisa y abrí la puerta. La persona que me esperaba al otro lado me recibió con su habitual cara de amargado.

—¡Señor Morales! ¡Qué alegría verle! ¿Qué le trae por aquí?

El señor Morales no parecía ni la mitad de entusiasmado que yo.

—Vas atrasada con el pago.

Mi sonrisa se esfumó en lo que tardó en pronunciar aquellas palabras. ¿Yo, atrasada?

—No, eso no puede ser. Recuerdo muy bien que le pagué...

Y en ese instante algo hizo click en mi cabeza. ¿Tan rápido pasaba un mes?

—No se preocupe, tiene usted toda la razón —balbucí—. Lo lamento mucho, de veras, le prometo que le pagaré la semana que viene.

Mi casero gruñó en respuesta.

—Gracias por su comprensión, Señor Morales.

—No me las des. Si no fuera por tu abuela te habría echado de aquí hace años.

Forcé una sonrisa, tratando de contener las blasfemias que estaban a punto de salir de mi boca.

—Gracias, de todas formas. Que tenga una buena noche.

Y le cerré la puerta en las narices. ¿Fue educado por mi parte? No, por supuesto que no, pero si continuaba viéndole la cara a ese amargado mi boca me traicionaría, y lo más probable es que después de eso yo hubiera salido de aquí a patadas.

Suspiré con fuerza, llevándome las manos a la cabeza y apoyando mi espalda contra la puerta. ¿Cómo conseguiría el dinero? Ya trabajaba más de ocho horas al día de lunes a viernes, y los sábados de ocho a tres, y aún así solía llegar apurada a final de mes. He aquí la prueba.

—A la mierda —mascullé, decidiendo que lo que necesitaba era una buena ducha. Me dirigí hacia el baño, quitándome la ropa por el camino. Esa era la parte buena de vivir sola, que podías pasearte desnuda por el piso siempre que quisieras. Llegué al servicio y terminé de quitarme la ropa, dejándola sobre el váter. Me introduje en la ducha y abrí el grifo, notando como el agua caliente caía como una cascada sobre mí. Y en ese momento, justo en ese momento, sentí que nada importaba. Ni el dinero, ni Pablo, ni el señor Morales ni el hecho de que mañana tenía que abrir yo la cafetería. Nada. Sólo existíamos el agua y yo, rodeados de vapor. Extendí la mano hacia la mampara transparente, trazando un camino de líneas que verdaderamente no iban a ninguna parte. Recordé que de niña solía hacer eso, me gustaba dibujar mientras me duchaba. A veces hacía formas, otras veces, escribía palabras que luego borraba echando más agua encima. Sonreí inconscientemente.

Y entonces mi momento nostálgico se rompió. No, no se rompió, se quebró en miles de pedazos a tiempo que una bola de demolición al estilo Miley Cyrus lo atravesaba, pues el agua comenzó a salir más fría. Fría no, congelada.

—¡Joder! —grité, cerrando el grifo lo más rápido que pude. Me rodeé a mí misma con las manos, tiritando. ¿Por qué estas cosas me pasaban a mí?

Alargué el brazo, alcanzando la toalla y cubriéndome con ella. Estuve un rato así, disfrutando del calorcito que la toalla me había traído, hasta que salí de la ducha. Me sequé y me puse el pijama rápidamente, pues mi intención no era otra que cenar viendo algún reality show y luego irme a la cama. Escurrí mi pelo sobre el lavamanos, desenrredándolo en el proceso. A pesar de lo que varios de mis amigos creían, mi cabello, aunque era bastante lacio, no era para nada fácil de dominar. Precisamente por eso pasé varios minutos luchando contra él hasta que por fin conseguí peinarlo. Exhalé con fuerza y elevé la cabeza para observar el resultado en el espejo. No obstante, algo me impidió mirarme a mí misma en el cristal.

Un rostro gris me contemplaba desde el espejo, con los ojos como platos y la boca apretada en una fina línea.

Quise gritar, de verdad que quise, pero el sonido no brotaba de mi garganta. De todas maneras, ¿quién me habría escuchado? Al fin y al cabo vivía sola. Sin apartar la mirada del cristal di varios pasos hacia atrás, muy lentamente, hasta alcanzar la puerta. En cuanto mi espalda chocó contra la superficie de madera, tomé el pomo y tiré de él, saliendo a toda prisa del baño. Me apoyé en la pared del pasillo, asustada. ¿Qué mierdas era eso? No podía ser real, era imposible que lo fuera. Pero es que lo parecía tanto... Me armé de valor y me introduje otra vez al servicio, aunque esta vez no encontré nada fuera de lo normal. El rostro gris ya no estaba.

—Necesito dormir —me dije, dirigiéndome hacia el salón.

Cupido, no juegues con el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora