Capítulo 11. 1ª parte: Primero corre y después pregunta 2.0

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—¿Por qué? —me miró extrañado.

—Pues... —alcé la mano y señalé toda la habitación con el dedo índice. Al principio me miró como si me hubiera vuelto loca, pero a los pocos segundos comprendió lo que quería decir.

—No te preocupes. Retiré todos los micros hace un par de días. Ya no son necesarios. Puedes hablar con tranquilidad —se sentó en el reposabrazos del sofá.

—Quería pedirte perdón. Entiendo que estés enfadado conmigo por no contarte la vedad, pero lo hice pensando en tu seguridad y la de mamá.

—No estoy enfadado porque guardaras silencio —lo examiné con detenimiento. Parecía sincero, pero estaba convencida de que había una parte que no me estaba contando.

—¿Y por qué te marchaste de aquella manera? Intenté hablar contigo y me ignoraste.

—Alex, acababa de enterarme de que mi hijo al que creía muerto desde hacía más de dos años está vivo, escondido en sabe Dios que zulo porque un mafioso con poder quiere matarlo. Necesitaba espacio para digerir toda la información —lo que decía tenía bastante lógica. Incluso me empecé a sentir un poco tonta por no pensarlo antes de sacar conclusiones precipitadas que me habían quitado el sueño y el apetito.

—¿Entonces no estás enfadado conmigo? —mi mente paranoica necesitaba un claro y rotundo no para poder relajarme.

—Sí estoy enfadado, pero no contigo —suspiró con pesadez.

—¿Por qué?

—Soy vuestro padre. Es mi responsabilidad cuidaros y no he sabido hacerlo —bajó la mirada al suelo. Me sentí realmente mal por él.

—Nada de lo que está pasando es tu culpa —negó con la cabeza y volvió a mirarme.

—Sí que lo es. Debería haberme dado cuenta de que mi hijo había escogido un mal camino. Debería haber estado ahí para ayudarlo a rectificar.

—No podemos hacernos responsables de las malas decisiones de los demás. Yo era la que más horas pasaba con él y jamás sospeché nada. Raúl cometió un error que ha desembocado en todo esto.

—¿Lo ves? Tendría que ser yo quien te consolara a ti, no al revés —mi padre había cogido la fusta y no parecía dispuesto a soltarla con facilidad. Utilizaba todos mis argumentos para echarse más peso en la espalda.

No sabía hasta donde sería capaz de aguantar. Era un hombre fuerte, pero no invencible. Me daba miedo que toda la situación que atravesaba mi familia acabara por romperlo.

—¿Qué haces aquí? —mi madre apareció por la puerta del salón y me miró con sorpresa y una sonrisa en la cara.

Me quedé totalmente en blanco. Mi mente trabajó a toda máquina en busca de una excusa, pero aun así tardé en reaccionar.

—Me aburría —me miró extrañada. Normal. Estabas deseando largarte y ahora de repente cuando te aburres vas a verlos. No hay quien se lo trague.

Mi madre miró fugazmente a mi padre y después volvió a centrarse en mí.

—Últimamente cuchicheáis mucho. Me estáis ocultando algo.

No era una pregunta. Lanzó una acusación directa a la que nuevamente no supe cómo reaccionar. Por suerte mi padre me ayudó a salir de esa situación tan incomoda.

—No digas tonterías y ayúdame a prepararle un buen almuerzo a tu hija. Es el único recurso que tenemos para que sea nuestra para siempre —se levantó del sofá y se dirigió a la cocina.

—Ya lo es —mi madre me lanzó una sonrisa perturbadora.

Decidieron cocinar pollo al curry con verdura y cous cous, unos de los platos preferidos de mi madre. Lo decidieron juntos pero finalmente acabó cocinando solo el chef de la casa. En cuanto vio la cantidad de sal que mi madre le puso al pollo, le pidió muy amablemente que dejara que él se encargara de todo.

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