Capítulo 11. 1ª parte: Primero corre y después pregunta 2.0

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Justo después de salir de la cama y poner los pies en el frío suelo, decidí que era hora de encontrar el valor suficiente para ir a hablar con mi padre.

Lo había dejado pasar varios días excusándome en que había estado ocupada, pero no era cierto, al menos no del todo. Si hubiera querido sacar unas horas para dar la cara lo habría hecho.

Normalmente cuando iba a mi casa avisaba, pero en esa ocasión no lo hice, no quería darle la oportunidad a mi padre para marcharse o prepararse una bronca. Quería cogerle de imprevisto y que pasara lo que tuviera que pasar.

El avisar era más bien para que mi madre no sospechara. No era una mujer tonta y aunque nunca me había preguntado abiertamente por mis conversaciones con su marido, estaba convencida de que tarde o temprano empezaría a sospechar.

Temía ese día. De solo pensar que pudiera averiguar toda la verdad sobre Raúl me cortaba la respiración.

Agité la cabeza con fuerza en un intento de que los malos pensamientos se esfumaran de mi paranoica mente, pero solo sirvió para que recordara que en cuanto abrí los ojos había visto en la pantalla del Nokia dos llamadas pérdidas de Daniel.

De la primera no me percaté porque aún estaba dormida, pero la segunda si hubiese querido, me habría dado tiempo a sacar el móvil de su escondite y responder, pero una vez más fui cobarde.

A pesar de que no quería, pensé demasiado en todo lo que había pasado. Conforme pasaban las horas, más cuenta me daba de lo exagerada y egoísta que había sido mi reacción. Ya no estaba enfadada, sino más bien avergonzada.

Tardé más tiempo del normal en desayunar y vestirme. Prácticamente el medio día ya se me había echado encima. Siempre que estaba a punto de salir por la puerta recordaba que tenía que hacer algo.

Acabé poniendo dos lavadoras, limpiando el salón y ordenando mi cuarto mientras esperaba para tender la ropa.

Cuando ya no tuve más excusas cerré la puerta y un escalofrió me recorrió de pies a cabeza. Respiré hondamente y emprendí el camino hacia mi coche que estaba aparcado cuatro calles más arriba.

El aparcamiento por mi zona cada vez se estaba volviendo más complicado. En ocasiones había tardado más de media hora en encontrar un hueco donde dejarlo, lo peor era que quedaba muy lejos de mi casa. Cuando aún quedaba sol me daba igual, pero por las noches no me hacía gracia tener que pasar por ciertas zonas sola.

La idea de alquilar una plaza de garaje cada vez me parecía menos loca, más teniendo en cuenta que había un garaje que se dedicaba a ello a tan solo dos minutos de mi piso.

Aparqué el coche en la entrada de mi casa, justo detrás del de mi padre. Mi esperanza oculta de que no estuviera se esfumó tan rápido como mi idea de hacer dieta cada vez que me ofrecían ir de tapas.

No quise dar más vueltas y fui directamente donde creía que lo encontraría, pero no estaba ni en su despacho ni en su taller trabajando.

En mi recorrido no vi a mi madre, por lo que me imaginé que estaría pintando.

—Hola —me asusté al escuchar la voz de mi padre justo detrás de mí.

—Te he dicho mil veces que no hagas eso —dije con fastidio a la vez que me llevaba la mano al pecho.

—¿Qué haces por aquí? —no parecía enfadado, pero no estaba sonriente como cada vez que me veía.

—Quería hablar contigo.

—¿De qué? —por su mirada y su forma de huir hacia el salón, pude intuir que en el fondo sabía perfectamente de lo que quería hablar.

—Aquí no —la casa estaba microfoneada. A pesar de que la policía ya conociera toda la verdad, no creía que tuvieran porque saber todo lo que hablábamos.

Jugando con fuegoWhere stories live. Discover now