Misión en Alejandría, parte 2 (Cam II)

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Cameron:

El corazón me estaba latiendo muy deprisa y eso era malo, pronto empezaría a entrarme el hambre de comer cerebros y delante de Sergey y en restaurante a plena luz del día no quería que me pasara.

Sergey me miraba de una forma en la que intentaba transmitirme calma, como si lo tuviera todo controlado. Si no hubiera aprendido a conocerle bien, me habría creído esa seguridad, pero ahora sabía que no había cosa que temiera más que sus seres queridos estuvieran en peligro. Por eso me forcé a sonreír y a fingir que seguía disfrutando de la comida con naturalidad. Ambos éramos imperturbables, es decir, no podían leernos la mente con telepatía. El problema de esto es que la gente así, no solía ser gente normal precisamente. Los ángeles sabían eso y, sumado a que no teníamos ángel guardián custodiándonos, si reparaban en nosotros sospecharían al instante. Teníamos que irnos de aquí.

—Pide la cuenta —le dije.

—Y yo que esperaba que JD acabara pagándola...

Iba a sacar su cartera, cuando alguien apareció en un pequeño escenario que había al fondo del restaurante indicándonos que nos iban a cantar una canción. La pareja de ángeles se pusieron a aplaudir y pensé que esta era la nuestra, que podríamos aprovechar esta ocasión para pirarnos incluso sin pagar...

No contaba con que en el escenario aparecería ella.

Llamas de fuego azul se propagaron por todo el escenario, rodeándolo. Sergey y yo nos quedamos boquiabiertos, aunque por diferentes motivos. Con movimientos sensuales de cadera danzaba una esbelta figura femenina de busto generoso, piernas estilizadas y gráciles brazos. Sus cabellos resplandecían como el cobre y se fusionaban con las llamas. Toda ella era una silueta de fuego. Una llama ondulante y cautivadora. Una djinn.

Y no cualquier djinn.

<<¿Qué está haciendo ella aquí?>>

No lograba comprenderlo por más que lo intentaba.

—Sergey, la cuenta —le apremié.

—Cam, vete yendo tú. Yo estaré bien.

—¡¿Qué?! ¡Ni hablar! Tú te vienes conmigo.

Pero el brujo me estaba ignorando. Él debía de estar tan sorprendido como yo o más de encontrarse a la sociópata de su prima cantado en un escenario aquí en Alejandría, con dos potestades de Miguel mirando.

La melodía étnica que había empezado a sonar se me hacía familiar, aunque no caía por qué. Irina se acercó como si fuera una sirena bajo el agua hasta el micrófono que la aguardaba en el escenario. Las llamas se estiraban, amenazándonos, y se retorcían y entralazaban entre sí cuando empezó a cantar:

Thus saith the Lord: (Dijo el Señor:)

Since you refuse to free my people (Puesto que te negaste a liberar a mi gente)
All through the land of Egypt... (por toda la tierra de Egipto)
I send a pestilence and plague (envío pestilencias y plagas)
Into your house, into your bed (Dentro de tu casa, de tu lecho)
Into your streams, into your streets (En tus arroyos, en tus calles)
Into your drink, into your bread (En tu bebida, en tu pan)

Fue ahí cuando caí en la cuenta: se trataba de la canción de esa película animada, El príncipe de Egipto sobre las plagas, solo que en versión balada de blues. La voz de Irina era etérea y vibrante. No tenía la mejor voz ni la más profesional, pero había algo en su timbre que, junto con su belleza sobrenatural, tenía a todo el restaurante clavados en sus asientos con la boca abierta y los oídos en éxtasis. Yo parecía ser la única a la que no le había afectado su hechizo pese a que una dulce fragancia que olía a una serie de químicos artificiales muy sutilmente mezclados con alguna clase de flor de fragancia tan penetrante como desconocida envolvió toda la sala. Esto era surrealista, ¿me habría ahogado en realidad en el fondo del mar y todo esto sería una alucinación por la falta de oxígeno?

Donde Dios dejó su videocámara: S.E.X.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora