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CAPÍTULO DOS:
EL ECO DE UN SILENCIO OCULTO.
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DERRY; MAINE10 de junio de 1989

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DERRY; MAINE
10 de junio de 1989

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—Mackenzie.

La voz ronca se burló, alegre. Los labios se cuervaron hacía atrás en una sonrisa espantosa, horrible. Largas uñas que parecían tomadas de un depredador prehistórico rastrillaban la piel de Mackenzie hasta terminar su camino en su cabello, jugando con él, casi tiernamente haciéndole nudos. Ella se estremeció. Sus ojos estaban pegados en sus pies y sus manos temblaban por mucho que tratara desesperadamente de calmarlas. Su respiración se hizo más rápida, más superficial, y literalmente podía sentir como sus costillas se agitaban como si estuvieran atadas por cuerdas, esforzándola por inflar sus pulmones. Tarareando, la criatura era monótona en su tarea autoasignada, manteniendola en su lugar hasta que cada mechón se movía individualmente del otro; Mackenzie se sobresaltaba cada vez que tiraba de las raíces de su cuero cabelludo, sin embargo permaneció inmóvil. Los minutos se arrastraron unos sobre otros, sintiéndose cada vez más como horas hasta que finalmente la soltó, con una aparente sombría satisfacción por su trabajo.

Había tenido experiencias de este tipo desde los últimos nueve meses, casi hasta el punto de terminar acostumbrandose a ellas. Nunca le había dicho a nadie sobre esto ni de lo que había visto ese fatigoso día de septiembre, ni siquiera a William y se había prometido a sí misma que nunca lo haría. No porque pensará de que él no le creería, sólo no quería que su hermano menor se preocupara aún más con ese tipo de cosas en la cabeza. Tampoco les había contado a sus padres toda la verdad. Sabía que no le creerían. ¿Porque lo harían? Ella apenas lo hacía, y de hecho había estado alli. Ella simplemente confirmó lo que ya sabían, que Georgie se había ido y que nunca volvería. La historia de lo que le había sucedido al pequeño Denbrough había sido fácil de armar para la policía del pueblo, incluso sin una declaración de Mackenzie. Para cuando llegaron allí, toda la sangre del niño había sid lavada por la lluvia, pero les hizo llegar a la conclusión de que se había caído, se había lastimado a sí mismo, muy probablemente con una lesión en la cabeza, al intentar recuperar su barco de papel, lo que hizo que quedara inconsciente, y cayera por el alcantarillado, desagarandose mientras Mack llegaba durante los eventos. aunque no a tiempo para salvarlo, y de ahí la explicación de su subsiguiente colapso.

Mackenzie había tenido un severo, profundo y completo colapso mental después de presenciar lo que verdaderamente sucedió en aquél día de septiembre. Rara vez solía comer y vomitaba todo lo que consumía, aunque no a propósito. Era como si cuerpo tuviera mente propia y la obligará a hacerlo. Casi nunca dormía, y cuando lo hacía experiencias como éstas la atormentaban entre pesadillas o en reales y vividas experiencias similares a la que estaba atravesando en este mismo instante; no eran para nuevas para la adolescente, pero aún así no dejaban de ser realmente aterradoras y espeluznantes. En la mitad de las pesadillas despertaba a toda la casa con sus gritos espeluznantes alimentados por los insoportables recuerdos que experimentaba. Zachary y Sharon Denbrough irrumpían en su habitación esperando verla asesinada, solo para encontrar a su hija todavía dormida en la cama, pero aparentemente atrapada en un aparente sueño interminable. Sostenía sus frazadas con sus puños tan apretados que, incluso con las sábanas actuando como una leve barrera, todavía obtenía marcas de uñas en forma de media luna en sus palmas. Y la mayoría de las veces, debían jalar de sus extremidades para despertarla; estaba enloqueciendo, lenta pero seguramente. En este caso, parecía que eso no sería de la misma manera; ella parecía no poder gritar ni moverse, estaba completamente muda e inmóvil.

Mackenzieee... —La voz croó en un ahogado y profundo suspiro.

La criatura olía raramente dulce. Era aparentemente débil, pero lo reconoció; olor a circo. Conjuraba vividos recuerdos en la cabeza de Mackenzie tan deliciosos como efímeros: cacahuates, palomitas de maíz, algodón de azúcar, papas fritas, hot dogs, buñuelos fritos, el humo de cigarrillos, y el chirriar de diversas atracciones como el gusano loco y la rueda de la fortuna, ajena a la soledad. Sin embargo, y sin ser ninguna sorpresa para la chica, bajo todo eso olía a inundación, a las oscuras sombras de una boca de tormenta, a desolación, a muerte. Era un intenso olor húmedo, arenoso y pútrido. Pero los otros olores comenzaban a hacerse más y más fuertes, pasando por su mente a toda velocidad, debilitando su cordura al tiempo que lo hacia su cuerpo; de un momento a otro su visión comenzó nublarse, sintiendo al mismo tiempo las venas palpitandole en las sienes y los tendones sobresaliendo poco a poco de su cuello y frente.

—Mackenzie, Mackenzie... repitió en un tono bajo que la adolescente pareció reconocer; era el mismo tono de una araña que intenta atrapar una desapercibida mosca en la telaraña; "bienvenido a mi hogar" le había dicho la araña a la mosca. Esas palabras con una melodía cantarina dieron vuelta en su cabeza ¿Donde escuchó eso? Sonaba casi poético, pero no recuerda haberlo sacado de alguna de sus clase de literatura con la señorita Douglas. No, era más familiar, como sacado de uno de los cuento de hadas que solía leerle a Georgie antes de ir a dormir. Ese pensamiento la cegó. Deseó por un segundo poder recordar el resto—¡Mackenzie!—Esta vez la criatura no ocultó el gruñido de su garganta, sacando a Mackenzie de sus pensamientos. Se dejó caer a orcajadas sobre el cuerpo de la chica, quien trató de inflar su pecho en un esfuerzo por mantenerse conciente y de combatir lo débil y atrapada que se sentía. La boca del payaso se torció hacia atrás mientras largos dientes como agujas salían de sus encías, la saliva goteaba de sus labios, empapando el rostro de ella. Campanitas que Mackenzie que nunca pudo ver en la oscuridad tintinearon con su descenso — Todos morirían a causa de tu comprometedor silencio, querida Mackenzie; todas las personas que amas morirán por tu culpa.

—No te tengo miedo. —murmuró.

El monstruo pareció sorprendido por esto por un breve momento, con las fauces abiertas lo suficiente como para tragar entera a la chica de un solo trago, y en ese momento comenzó a coserse de nuevo a su posición normal, la piel entrelazándose con la piel para reparar los espacios. Una risa gorgoteante salió de su garganta y su sonrisa se reformó a la par que sus ojos brillaron de un amarillo intenso—Pronto lo tendrás, Mackenzie. — Con eso, la boca de la criatura se abrió de par en par y luces destellaron en colores deformados e inquietantes que absorbieron a la adolescente y le hicieron sentir como si sus ojos se quemaran en su cráneo. Cuerpos ensangrentados bailaron ante ella, sus movimientos eran irregulares y tambaleantes mientras sus cabezas se balanceaban de un lado a otro en cuellos tan torcidos que parecían anzuelos de pesca. Mackenzie necesitó todo lo que tenía para evitar que su estómago explotara por su boca. La parte más horrible de todo esto fue que reconoció cada cuerpo mientras se retorcía y convulsionaba de formas que solo los locos mentales podían llamar baile. Parecía casi como si toda la ciudad de Derry bailara ante ella mientras sentía los gritos de los cientos de cadáveres asaltando sus oídos. Todos morirán por su culpa.

Trató de taparse los oídos, de poner la cabeza entre las rodillas, de hacer cualquier cosa para acallar los gritos; para escapar de su futuro. No podía hacer nada mientras sentía que su temperatura corporal descendía a cero; sus venas y arterias se congelaron en tubos de cristal mientras la amedrante parálisis atravesaba su cuerpo, comiendole los nervios; el corazón le vibraba en el pecho, la cabeza comenzaba a latirle con fuerza y los músculos comenzaron a pesarle en una aparente adrenalina contenida. No era sólo por el espanto de ver tales monstruosos acontecimientos pasar ante sus ojos mientras sus oídos casi sangraban al ser duramente impactados por los agónicos, asperos y estridentes gritos de los cuerpos, ni por ver a la macrocosmica criatura segundos atrás. Era, sobre todo, por el espanto de lo inesperado, de lo incierto que podría llegar a ser su propio destino y el de los demás.

Pronto. —La criatura aseguró, mientras todo lo que Mackenzie podía hacer era gritar.

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