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Veinte años, cabello negro y ojos rojos. El nuevo líder de los alfa había subido al trono. Su pareja, una mujer dos años menor con una cabellera blanca y ojos celestes, ella era incluso más bella que cualquiera.

Veinte años y una noche el llanto de un bebé alertó una nueva vida, una nueva generación y al próximo líder. Aquella noche, sin que nadie se diera cuenta la luna caprichosa se reía de aquella región ahora unida.

El pueblo se regocijó cuando vieron al hijo alfa de la manada, porque aquel pequeño nacido era como sus padres y sería el próximo gobernante.

—Señor —Sí, la cruel luna estaba lanzando miles de improperios contra la manada unida, contra aquella unidad—. Encontramos una familia gamma a varios kilómetros.

—Acaben con ellos —El actual líder tomó los hombros de su hijo, de ahora diez años, y lo empujó hacia uno de los guardias—, lleven a mi hijo con ustedes, quiero que aprenda lo que significa nuestra actualidad.

Prometo hacer hasta lo imposible para volver a verte en nuestra próxima vida.

El pequeño niño de diez años tenía los mismos rasgos de su padre; cabello negro, ojos rojos y piel morena debido al sol que le recibía cada mañana, cuando salía a jugar con los demás cachorros.

El gran hombre que iba a guiarlo en su primera orden real era un amigo de la familia. Se había ganado el respeto de toda la manada al conseguir varias cabezas de deltas y gammas en menos de dos años y aquello era celebración pues eran conocidos como traidores. Su deber era exterminar a cada uno de ellos.

Kato, el pequeño lobo negro caminaba a lado del amigo de su padre. Iba a quedarse a su lado hasta que el apestoso aroma dulce aturdió sus sentidos logrando que soltara un gran estornudo que alertó a los demás. Porque el olfato de los niños era mucho mejor que el de los demás. Si Kato había estornudado se debía a la cercanía de un delta o un gamma.

Se separaron, tuvieron la equivocación de separarse, dejando al pequeño alfa entre aquel espeso bosque.

Kato pronto encontró el rumbo de su olfato y siguió avanzando, con el hocico pegado a la tierra hasta llegar a una enorme casa con el aroma dulce calando su nariz e irritando sus sentidos. Odiaba aquel aroma. El pequeño aulló tan fuerte como pudo y escuchó las patas de sus compañeros acercarse. Solo entonces él se armó de valor para entrar a la cabaña, encontrando a la familia, temblorosa en un rincón.

Eran realmente otro mundo, sus rasgos eran mucho más delicados que el de los Omega y su aroma era más dulce. Kato estaba tan asqueado con el aroma que volvió a aullar esperando que sus compañeros llegaran al lugar y así acabar con aquella cabaña que le parecía repugnante.

La puerta se abrió de un golpe y el amigo de su padre le dio un asentimiento, agradeciendo su ayuda e indicándole que con ello sería reconocido cuando volvieran a la manada.

Kato se alejó viendo como los demás lobos destrozaban a la familia, acabándolos a mordidas y rasguños, la familia. Los Gammas no lucharon ni por un segundo y murieron de una manera fácil.

Surem, el amigo de su padre, se transformó a su forma humana y le dio una cuantas palmadas a su lomo, felicitándolo por haber encontrado la cabaña gamma en tan poco tiempo.

—En dos días el aroma se evaporará, vámonos de aquí antes de que los delta lleguen. Un gamma siempre tiene a un delta tras su espalda.

Los demás lobos asintieron y salieron de la cabaña. Kato igual lo hubiese hecho, pero el chillido de alguien tras él lo asustó y detuvo su andar. El pequeño vio que los demás hayan avanzado una gran porción de tierra. Solo entonces se permitió voltear encontrándose con unos ojos amatista que calaron su alma hasta lo más profundo, llenando su alma y rompiendo su espíritu.

—Apestas —dijo Kato y tenía razón. El pequeño gamma tenía el mismo aroma empalagante que sus demás familiares—. Hey, niño, debería matarte, pero como soy tan bueno dejaré que vivas.

A decir verdad Kato tenía miedo, el sentimiento que se creaba dentro de él le daba miedo. Aquel pequeño que parecía rozar a penas los cuatro años le mareaba de una manera que no podía explicar.

Ser lo suficientemente paciente para tu llegada una vez más a mi vida.

El pequeño de ojos amatista le siguió observando, como cualquier pequeño al ver un juguete y Kato no supo qué hacer en aquel instante. Porque sentía que su hogar estaba junto a aquel niño, que debía protegerlo.

Pero sus principios decían una cosa muy distinta. El niño era un gamma y, él, como próximo líder alfa, debía arrebatarle la vida. Entonces ¿por qué no podía? Kato respiró profundo y caminó hasta la cocina de aquella cabaña. Tomó un trozo de una piña y la acercó hasta el niño que ignoró la fruta y siguió observándole. Como si supiera de aquella extraña sensación que bañaba su cuerpo.

Y no volver a dejarte ir.

Iugh, enserio apestas —Kato tomó al niño entre sus brazos y avanzó hasta la sala, no quería que el pequeño siguiera a un lado de toda su familia muerta y ensangrentada, incluso su ropa estaba sucia, quizá Surem había confundido al pequeño y lo dio por muerto, de todos modos, Kato tampoco podía matarlo.

Le sonrió y dejó el pedazo de piña en la mesa junto al gran sofá.

—Detrás de cada gamma hay un delta, no te preocupes seguro alguien ya vendrá por ti —Kato estaba tomando la decisión incorrecta.

Y su única opción fue simple, dejó al pequeño niño en el sofá y entonces tomó su forma animal antes de salir de la cabaña y empezar a correr hacia los demás, sintiendo un poco de angustia en su pecho a cada paso que daba lejos de aquella pequeña cabaña en la que había tomado la decisión incorrecta.

Sin lágrimas esta vez
Sin ser el villano esta vez

El Lobo Y El Zorro (Omegaverse) [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora