CAPÍTULO 24: MÉXICO

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Las voces continuaron con su dialogo: ¿Por qué lo dices, Nathan?", "Pues porque en los momentos más tenaces, entiendes que tu energía de mortal está conectada con este mundo, haces parte de un ecosistema, ¿no?", "Así es... solo quería escuchar tu respuesta. Nuestra esencia está conectada hasta con la más remota estrella".

De pronto, el sonido de las voces aumentó. "Va a ser difícil explicarlo", "Creo que la que más se emocionará será mi querida Luna". Al escuchar su nombre, Luna se levantó de inmediato de la hierba y empezó a trotar en contra del viento suave que se hacía cargo de transportar las voces. Se detuvo al llegar al borde del bosque y entonces se fijó en la extensión del valle verde.

Su mente no tuvo que realizar ningún esfuerzo para reconocer al par de sombras que caminaban en medio del valle. La joven militar fue inundada por una sensación en la que no podía entender si debía reírse o llorar. Cuando los demás miembros de la Brigada Púrpura aparecieron tras ella, también reconocieron de inmediato al par de hombres caminando hacia ellos.

—¿ERES TÚ, NATHAN?—gritó Troy—. ¿ERES TÚ, RASEC?

En un instante, la mente de cada una de las personas presentes en el bosque se zafó de su cuerpo para viajar directo hacia el lugar en donde se encontraban los dos. La visión remota les permitió vislumbrar sus rostros sonrientes y la serenidad que ambos irradiaban. Con dicha verdad al alcance de los ojos, la visión fue fulminada, condenándolos a regresar a sus respectivos cuerpos.

Unos quince minutos después, Nathan y Rasec terminaban de ascender por las faldas de la colina que conducía a lo alto del bosque. Fue Nathan quien ordenó que por favor los esperaran en lo alto. Cuando terminaron de subir, tuvieron la sensación de que ambos desprendían un fuerte calor, como si fuesen carbones al rojo vivo recién sacados de una fogata.

Tanto Nathan y Rasec eran conscientes del fuego invisible que liberaban.

—¿Qué paso con los abrazos y los estrechones de mano?—preguntó Rasec—. Ninguno se atreve a saludarnos, ¿no?

—¿Por qué están tan calientes?—dijo Monique—. Parece que hubiesen salido de un volcán.

—Lo que pasa es que alcanzamos a pasar por el infierno—bromeó Nathan.

—Así vamos a estar durante un buen rato, por lo menos una hora más—indicó Rasec—. Y sí, lo mejor es que tomemos distancia si no quieren quemarse.

Los dos hombres se internaron en el bosque, encontrando en la sombra de los arboles una gran dosis de alivio al calor que irradiaban. El clima propiciado por los arboles disminuyó la intensidad del calor emitido por aquel par de carbones humanos. Cada uno eligió el tronco vertical de un árbol para recostarse antes de pedir sus barras energéticas y las botellas de agua.

Solo hasta ese momento, Luna se atrevió a preguntar lo que todos los demás deseaban y necesitaban saber.

—¿Cómo es posible que hayan sobrevivido a la explosión? Estaba claro que no tenías más energía, Rasec.

—Y en efecto no tenía más. Hubo que acudir a un viejo truco.

—O sea que si tenías—dijo Trinity—un as bajo la manga.

—Algo así—respondió Nathan.

Rasec empezó a explicar entonces, que antes de darle la orden a Luna de que activara el detonador, había ubicado su mano sobre una de las bombas de uranio X-56N. Con su otra mano, apretaba la mano de Nathan, quien en ese momento creía que aquel gesto representaba un ritual para morir fulminados y sin dolor.

Pero en el instante mismo en que el detonador obligó al uranio a iniciar su proceso de fusión nuclear, Nathan sintió que el tiempo pasó a un plano infinito, logrando que la realidad marchara a una velocidad tremendamente lenta. Fue entonces cuando observó la sonrisa de Rasec, quien mantenía su mano en el artefacto explosivo.

La Guerra Solar - 1. El Maestro del CaosWhere stories live. Discover now