CAPÍTULO 22: DÍAS DE REPOSO

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—Vaya, qué mal—contestó Nathan—. Supongo que ese señor sabrá aprovechar todas sus virtudes.

—Espero que no—dijo Rasec—. Pero no todo está perdido. Puede que la ofrenda que realizó el Maestro de Saint Denmark no esté a la altura de la bondad de tu corazón. Puede que la daga decida volver a buscarte, Nathan.

Nathan se ruborizó, no por la posibilidad de que aquel esotérico objeto pudiera regresar a sus manos, sino por la referencia que recibió a la naturaleza de su corazón. Su rostro sonrosado quedó a la vista de todos, hasta que Troy se atrevió a afirmar una verdad que provenía directamente de la esencia de la Pirámide de Kefrén.

—¿Por qué te sonrojas, Nathan?—preguntó con amable severidad—. ¿Te resulta muy duro aceptar que eres una persona de corazón puro? Ni las vidas de los enemigos que has dado de baja en nuestros ataques han logrado desteñir la santa naturaleza que habita en ti.

—¿Ahora todos van a decir que soy un monje?

—No, Nathan, eso fue algo que dijo Sofía alguna vez—dijo Luna—. Simplemente eres un hombre de corazón puro. Esa daga nos dejó en claro que tu bondad es mucho más avanzada que la de todos nosotros.

Al aludido hombre no le quedó otra opción que agradecer con una sonrisa a todos los que lo observaban. Los segundos de silencio que se instauraron en el aire fueron entonces interrumpidos por el toc toc de la puerta. Rasec autorizó el ingreso del hombre, que tenía una estatura promedio y un aspecto rechoncho.

Iba vestido con saco, chaleco y una pajarita, además de unos pantalones de tela negra. Y en sus manos llevaba doblado el overol de tirantes y la camisa manga larga, sobre los cuales se hallaban los zapatos deportivos negros. Todos aquellos artículos desprendían el mismo delicioso aroma floral que caracterizaba a Rasec, solo que un poco más intenso y refrescante.

—Maestro—dijo el hombre—, el almuerzo está listo. ¿Desea bajar al comedor con sus amigos o prefiere que suba la comida a la habitación?

—No, Nicolás—respondió Rasec—. Muchas gracias. Yo bajaré al comedor. No puedo darle oportunidad a que la pereza de estas sabanas me atrape.

—De acuerdo, señor.

Unos minutos más tarde, la Brigada Púrpura se encontraba en el primer piso de la mansión. En el comedor iluminado por la luz de la tarde, todos degustaron de un excelente menú, que fue acompañado por dos deliciosas botellas de vino que provenían de la misma bodega de aquella casa. A mitad del almuerzo, el chef de la casa se presentó para saludarlos y consultar sobre el gusto provocado por la comida.

Todos agradecieron con mucha felicidad por el servicio. Pensando en la media tarde, el chef los invitó a elegir entre una porridge de avena y banano o crepes de jamón york y queso semicurado. Marshall respondió, en nombre de todos, que dejaba la decisión en él porque confiaba plenamente en qué les ofrecería lo mejor.

—Ya lo escuchaste, Samuel—dijo Rasec—. Y por cierto, muchas gracias por atenderlos como reyes durante todos estos días.

—Con todo gusto, señor.

El chef se despidió. Unos diez minutos más tarde, un par de camareros se hicieron cargo de retirar los platos. Desde hacía una semana, el poder disfrutar el menú creado por el talento de un auténtico chef, le brindaba a la Brigada Púrpura una satisfacción enorme, que superaba de manera exponencial a todo lo que habían podido probar con los platos generados por las impresoras 3D-ChefGourmet.

—Y bien—dijo Rasec con tono bromista—, ¿cómo va la pareja Doble-T?

—A que te refieres—preguntó Marshall.

La Guerra Solar - 1. El Maestro del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora