CAPÍTULO 12: EL SUEÑO DE RASEC

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A través de la ventana del ataúd era posible observar el rostro Rasec. Su rostro parecía dormir, pero en realidad descansaba en paz bajo la misericordia ofrecida por los poderes de la muerte, que le había ofrecido aquel féretro con paredes acolchadas como último santuario para despedirse del mundo de los mortales.

A través de una vista más cercana al cristal se pudo percibir que el joven se hallaba vestido con el overol azul de tirantes y la camiseta blanca de mangas largas. La sección de overol azul del pecho, donde tomaba protagonismo un único bolsillo, le otorgaba al difunto una inocencia infantil.

Luego un flash luminoso obligó a todos a ser conscientes de que el ataúd se hallaba en la mitad de una iglesia, acompañado a cada lado por una larga hilera de bancos en la que diversas personas permanecían invadidas por la tristeza, el llanto y el desconsuelo.

—¿En qué momento falleció Rasec?—preguntó la voz de Luna—. Cuanto tiempo ha pasado desde la última vez que lo vimos.

—No puedo recordarlo con exactitud—respondió Marshall.

—Siento que ha pasado mucho tiempo—intervino Monique—, pero no puedo determinar cuánto.

Ningún miembro de la brigada era consciente de que lo que estaban viviendo era simplemente la ilusión de una visión. Una visión que ni siquiera les permitía reflejar su cuerpo en aquel plano, tanto así que si alguno inclinaba su rostro hacía al suelo no habría podido identificar sus zapatos.

En lo que sí acertaba la intuición de todos era que estaban siendo testigos de un momento ocurrido en algún punto de la historia de la humanidad. De pronto, el universo de la iglesia en la que hallaban fue desvanecido por un flash luminoso que instauró un blanco total en la realidad.

Cuando dicho blanco empezó a perder su brillo, se escuchó en el aire el piar de los pájaros y el susurro de los árboles en un vecindario. Un lugar en el que niños y jóvenes jugaban en medio de la calle, ubicada en medio de las casas.

Luego, la visión saltó en un instante de lucidez, a una vista satelital, que permitió contemplar el relieve de diversos países de Centroamérica. Entonces surgió un aproximamiento fugaz, rápido e instantáneo, que impulsó a la visión a infiltrarse en una de dichas naciones, hasta detenerse a una determinada altura en el cielo, desde donde se apreciaba la totalidad del vecindario.

—Estamos en México—indicó la voz de Troy—. Este barrio está lleno de nostalgia.

—Sí, puedo sentir la intensa alegría de esos niños.

La hermosa calle en la que jugaban los niños, pasó a convertirse en un escenario donde el tiempo se presentaba de manera aleatoria. A veces la lluvia caía en una tarde de agosto y en otra se vivía la magia de una madrugada en la que titilaban las estrellas.

Era el barrio en el que había crecido Rasec, quien aparecía y reaparecía en la calle mientras se perseguía con sus amigos. A veces los niños se transformaban en jóvenes y los jóvenes, jugando a la pelota, volvían a convertirse en niños.

Ya desde esa época la presencia de Rasec contaba con su carisma magnético y su admirable personalidad. Luego, cuando el niño se sintió observado, la visión se aproximó en línea recta hasta él y siguió avanzando hasta entrar por la puerta de su casa.

—Qué sensaciones tan interesantes me producen estos recuerdos—indicó la voz de Nathan—. Si el Universo fuese la sola vida de este niño, con sus tristezas y sus alegrías, sería suficiente para evocarla una y otra vez, sin llegar a aburrirme nunca.

—Sí—agregó Monique—, supongo que algún día podré repasar la historia de mi vida con la misma nitidez.

Tras el ingreso a la casa, la brigada fue testigo de un Rasec que ahora se encontraba en una edad mucho más juvenil. Era un hombre con un rostro maduro que ya había alcanzado su máxima estatura. En ese instante permanecía sentado en una mecedora, igual que otros amigos de su misma edad.

La Guerra Solar - 1. El Maestro del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora