Capítulo 2: Skywy Avenue

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- ¿Qué pasa?- Velozmente Daimen entró en el cuarto de baño mientras la chica señalaba a la bañera.

- ¡Era un bicho enorme con muchas patas y muy grande!- Chilló, haciéndome gestos para que saliera. Sí, era muy buena actriz cuando se lo proponía.- ¡Se ha metido debajo de la bañera!

Pareció comprender que era una broma, porque salió nada más escuchar eso, cerrando de golpe, pero yo ya estaba fuera. Me sobresalté y me giré, aunque no me veía.

- Supongo que habrás salido, ¿verdad?- Comentó, caminando hacia el comedor. Le fui siguiendo.- Bueno, la verdad es que lo suponía, toda la tripulación dice que eres muy rápida y que además eres ingeniosa, con lo cual capturarte es imposible...- Comenzó a narrar sus experiencias de los últimos días, algunas las conocía y otras no, parecía estar perdido en su mundo, llegando a un punto en el que no sabía si estaba hablando conmigo, o si era simplemente una consulta del psicólogo en la que  se había olvidado de tumbarse y el psicólogo había ido a por algo de beber mientras él seguía hablando. Sonreí levemente mientras seguía hablando y moviendo las manos, sin haber hecho caso de la mitad de lo que había dicho, únicamente concentrada en la expresión de su rostro.- Pero no perdemos la esperanza, y tenemos nuevos planes para hoy… Ah, por cierto, quiero las llaves del dormitorio de Surina en mi mesa en la comida.

- Mierda- Me había pillado, y encima se me escapó hablar. Me tapé la boca, pero el daño estaba hecho.

- ¡Ajá!- Chilló, tanteando el aire a su alrededor en mi búsqueda, a sus lados y detrás. Para su desgracia, estaba a unos 3 pasos delante de él, caminando de espaldas y de vez en cuando mirando hacia el frente para no matarme. Sonreí y corrí por un pasillo mientras reía y disfrutaba de poder observar sin ser observada, tocar sin ser tocada, escuchar sin ser escuchada. A veces tenía su cosa buena eso de ser un fantasma.- ¡Mierda!- Chilló, frustrado, cuando ya dejó de pelearse con el aire.

Resultaba sorprendente que una bruja tan inútil como yo, que apenas se supiera un hechizo de memoria, hubiera sido capaz de haber estado tantas semanas ya esquivando a una tripulación entera. Si hubieran sido todos los pasajeros del Lhanda los que tuvieran que encontrarme, haría tiempo que me habrían dado caza. Pero por alguna razón no avisaban de mi presencia. Supongo porque habría una recompensa sustanciosa si se repartía entre una tripulación, pero que se quedaba en una miseria si hablábamos del aforo completo del navío.

Mientras paseaba me encontré con mi pareja charlatana favorita. El viejo sabiondo y el crío cotilla. Siempre iban juntos y, lo mejor de todo, comentaban en voz alta los planes que ideaban en mi contra. Lo bueno era que tampoco prestaban demasiada atención por encontrarme, y resultaba bastante sencillo eludirles. El joven, que tendría  un par de años menos que yo (que acababa de cumplir los 19), caminaba con pasos lentos y despreocupados, las manos en los bolsillos, encorvado hacia delante y sin prestar atención del mayor. Tenía el cabello castaño verdaderamente oscuro, revuelto, corto y con una coletilla. Un pendiente adornaba su oreja izquierda y tenía una cicatriz en la parte derecha de la cara. Estuve al lado suyo, mirando a sus ojos verdes, y ni siquiera llegó a percatarse de mi presencia, y eso que con un simple movimiento de su mano me habría tocado.

- Sigo sin entenderlo- Dijo entonces, llamando la atención del mayor, más fuerte, moreno y alto, que sonrió mostrando unos dientes amarillentos del tabaco, y un ojo mecánico dorado bastante siniestro acompañado de otro negro como la noche, propio suyo. Con una risa golpeó la espalda del joven, alentándole a que se moviera de nuevo.

- Es bastante sencillo, sabemos perfectamente que esa bruja estaba en el cuarto de su amiga...

- Ya, pero ¿por qué no la buscamos ahí?- Le cortó él.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora