Gnuyheat, tan pronto como ubicó el rostro de Agus, reconoció al hombre que le había salvado la vida. Aflojó los nudillos.

—Preferiría haber muerto antes que deberle mi vida a un pirata.

—Nadie te impide morir ahora —Agus se colgó un cigarrillo en la boca—. El comedor está a unas habitaciones y no lo has pisado en los dos días que llevas en el barco, ¿pretendes matarte de hambre?

—No comeré nada preparado por vuestras manos.

Agus soltó una pequeña risa nasal, estaba esperando que Gnuyheat dijera algo por el estilo.

—Descuida; el actual cocinero suplente es pésimo, sospecho que cocina con los pies —bromeó—. Veo que tienes fuerzas para quejarte. Sígueme, tienes trabajo que hacer.

Pasaron unos días más. Gnuyheat rechazaba la comida que servían en el comedor y se dedicaba a robarla de la despensa, lugar que escuchó a Agus mencionar.

Así como estaba, desubicado en el tiempo y en el espacio, a su alrededor podría haber nacido y muerto una generación sin que se diera cuenta.

Gnuyheat descubrió que tenía, en comparación con el resto, la agilidad de una sombra y la audición de un ciego. Se le hacía realmente fácil escuchar conversaciones a escondidas y robar. Había reunido una pila de información y secretos de algunos piratas.

Por ejemplo, Agus tenía poca resistencia al alcohol, era muy mal perdedor y tenía una marca de nacimiento del que se acomplejaba.

Tropezar con uno de los cubos de agua sucia espabiló a Gnuyheat, demasiado tarde. El capitán, que pasaba cerca, le premió con una patada de madera. Parecía que Nij se hubiera despertado aquella mañana con su pie izquierdo, el cual era el que le quedaba.

El pelirrojo cayó al suelo, abrazándose el cuerpo. Bajo la ropa, una paleta de tonos morados manchaba de colores su piel.

El sol se había escondido tras una nube blanca y no hacía calor, pero la cubierta seguía oliendo a sudor.

—Entre todos debemos cuidar a Hope —decía el capitán Nij, refiriéndose al barco—. Debes frotar el suelo en la misma dirección de la madera, para poder sacar la suciedad de las grietas.

—¿Desde cuándo hay instrucciones para limpiar, viejo? —replicó Gnuyheat con odio.

—Aprende a callar y a obedecer a tu superior, mocoso.

Gnuyheat tiró el trapo a un lado, llevaba tiempo deseando golpearlo.

—No antes de que tú aprendas a hablar sin dientes —advirtió con sus puños.

Nij estaba a punto de mandar a volar a Gnuyheat, si no fuera porque Agus se interpuso.

—Déjamelo a mí —dijo Agus, que había llegado corriendo—. Yo lo saqué del mar, me haré responsable de él.

El capitán lo miró fijamente. El cigarrillo que llevaba Agus apretado entre los dientes se había consumido tanto que quedaba más cenizas que papel.

Nij emitió un gruñido y se alejó de ellos.

—Maldito viejo —murmuraron a la vez Agus y Gnuyheat.

Cuaderno agridulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora