Mar de flores

588 58 79
                                    

—No tiene salvación, Agus. Tú mira la herida de su cabeza, parece una fuente.

Agus restregaba un puño sobre sus párpados; le ardían los ojos por el agua de mar. Su figura, delgada y baja, destacaba entre una multitud robusta y corpulenta. Desconcertaba cual flor salvaje en un campo de cactus.

—¿Recuerdas cuando te pedí opinión? —preguntó Agus—. Yo tampoco. Ve a por vendas.

El herido despertó en un ataque de tos. Apoyó sus codos sobre la cubierta del barco, pero no pudo ponerse en pie.

—¿Qué edad tienes? —le preguntó el capitán Nij.

El pelirrojo buscó la respuesta en los rincones de su mente y solo dio con el agujero por donde escaparon sus recuerdos. Miró a su alrededor. Debía decir algo, cualquier cosa.

—Solo recuerdo mi nombre. Gnuyheat.

El capitán se dirigió al pirata empapado.

—No sé desde cuándo juegas a ser un héroe, Agus, pero ha sido una buena pesca —señaló al herido—. Parece joven, pero será útil.

Gnuyheat levantó la mirada. Sus ojos parecían fundirse con el gris del cielo.

En lo alto del mástil, una bandera pirata ondeaba con orgullo.

—No formaré parte de una tripulación pirata. Exijo que...

—¿Exigir? ¿Dónde crees que estás? Sé más agradecido.

—¿Quién eres tú para enseñarme modales, pirata? —se mofó Gnuyheat.

El capitán agravó las heridas de Gnuyheat de una patada. El pelirrojo escupió sangre.

—Que no muera —dijo el capitán al resto de la tripulación, girando sobre su pata de palo—. Empezará limpiando los regalos de las palomas en la cubierta.

El jaleo exterior despertó a Gnuyheat. Se encontraba en el interior de un camarote seco y poco alumbrado, con vendas en la cabeza. No sabía cuánto había dormido pero, al levantarse, tuvo la sensación de llevar mucho tiempo sin moverse. Caminó hacia la puerta.

—No vuelvas a tocar la despensa —sonó la voz de Agus, más alto de lo normal—, confórmate con lo que sirven en el comedor.

—¿Qué despensa...?

—El capitán te está esperando arriba.

—Pero, Agus.

—No querrás llegar tarde, Carl.

Se escuchó el eco de unos pasos alejarse, seguido de la puerta del camarote abriéndose. Gnuyheat recibió a Agus con los puños.

—Tranquilo —Agus levantó las manos—, no tengo intención de hacerte daño.

Incluso cansado como sonaba, había algo sobrecogedor en Agus. Su mirada parecía estar diseñada en las profundidades del mar, en donde la luz no alcanzaba para la visibilidad y solo estaba permitido sentir el peligro.

—Oh. Pero yo sí —Gnuyheat no se dejó intimidar.

—Adelante, intenta tocarme —dijo simplemente, entrando en la habitación—. Estas vendas son para ti. Cámbiatelas una vez al día y aplícate la pasta que hay en el segundo cajón, ¿puedes hacerlo?

Cuaderno agridulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora