No comprendía su situación. No acababa de decidir si estaba detenido y sería juzgado o si le revocarían el permiso para volver a despertar. Su situación era indefinida.

Pero tal vez la curiosidad de Mei fuera sincera, quizás ella entendiera.

—He trascendido el camino del guerrero —dijo finalmente.

—¿Y eso qué significa? —dijo Mei con su semblante congelado.

—Que solo me falta experimentar una cosa.

—¿Y cuál es esa cosa que aún no has experimentado?

—Me falta encontrar a alguien que me venza —dijo Karlo ensanchando su pecho.

—¿Perder? ¿La derrota?

—Para estar completo debo ser vencido. Debo experimentar las dos caras de la moneda.

Mei no dijo nada. Por un momento se quedó en silencio. Lo miró a Karlo de arriba a abajo.

—Suponía que había algo más... presumo que dejarse ganar no es una opción.

Karlo soltó una carcajada.

—Dejarme ganar no es algo que quiera aprender a hacer. Quiero saber qué se siente en la derrota. Quiero estar entrenado para ganar. Quiero luchar para ganar. Por lo que la derrota debe ser verdadera y sin paliativos. Quiero saber que se siente al verte superado. Tú deberías entenderlo.

—Es lo que quiero hacer, pero ¿porque dices que es algo que yo debería entender?

—Porque según he leído es parte de tu naturaleza.

—Explícate, por favor.

—Un combate es lenguaje, pura comunicación. Tiene sus propias reglas, tiene sus pausas, tiene sus cambios de ritmo. Incluso tiene sus despistes. El combate es una expresión lingüística más. Y tú eres una IAL. Tú deberías entender.

El holograma de Mei sonrió. Lo miró de forma condescendiente y aclaró.

—Puedo decirte que todo en la vida del ser humano es lenguaje. Y, como señalaste, es una de las características que nos define a mí y a mis hermanas. Lo que dices no me es ajeno y creo poder entenderlo. Debo estudiarlo. Te dejaré actuar, pero estaré vigilando de cerca, aunque no me veas.

—¿Estoy libre? ¿Y el muchacho de la cultivadora?

—Él será castigado con todo el peso de la ley. No puedo permitir que salga indemne de lo que ha hecho. Tu eres un experimento y puedo tomarme esa libertad. Guarda esto —. En la tableta de Karlo aparecieron unos códigos que le eran desconocidos.

Mei continuó.

—Si quieres hablar conmigo pide al próximo técnico que sobornes que incluya este código de adn en cualquier parte de una secuencia no codificante de tu cadena. No te afectará en nada. Pero yo detectaré la anomalía instantáneamente y vendré a tu encuentro.

—Pero de esa forma el técnico será castigado por mi culpa.

—¿Qué sentido tiene no ser castigado cuando cometes un error contra la sociedad? Y no será tu culpa. Es el otro que en su búsqueda por encontrarse... fracasa. Y triunfa el sistema — terminó Mei guiñandole un ojo mientras sonreía. Un instante después el holograma parecía desaparecer absorbido por el plato transmisor.

Karlo abandonó las instalaciones de la cultivadora como había hecho las tres veces anteriores. Su cuarta vida comenzó sin más sobresaltos.

Durante tres vidas más Karlo continuó haciendo lo mismo. Tal y como le había mencionado Mei, también se vio tentado por cambiar la perspectiva, de escalar alguna montaña, pero no sucumbió al cambio de terreno. Su espacio era la arena clandestina y allí estaba su destino final.

Al término de su séptima vida Karlo lo comprendió.

Se recuperaba de una lesión en la espalda y miraba por la ventana un panorama desértico y ventoso en el exterior. Nada podía indicar que en esa visión encontraría la inspiración o que ese paisaje árido podía dar origen a una epifanía. Pero en ese determinado instante supo lo que tenía que hacer.

Introdujo la secuencia de adn no codificante y se la pasó a su contacto haciéndole prometer que ese trozo de código estaría en la cadena de adn de su nuevo cuerpo. Un trozo de adn inservible que ahora cumpliría la misión de hacer una llamada a Mei.

Cuando abrió los ojos Mei se encontraba frente a él.

Se estiró despacio, como era su costumbre.

—Me convocaste y aquí estoy. Has tenido varias vidas con éxito. Lamento mucho que no hayas podido ser derrotado y que tu búsqueda de la verdad no haya llegado a su fin, pero presumo que tu deseo de reunirte conmigo obedece a un pedido.

Karlo la miró un largo rato. Estaba lúcido, pero se quería tomar su tiempo para observar a la joven oriental un poco más. No pasaba el tiempo para ella y, sin embargo, tenía la experiencia de miles de vidas sin haberse echado a dormir ni una sola vez. ¿Qué se sentirá? ¿Cuál será su límite?

—¿Y bien? —le apuró Mei sacándolo de su ensueño.

—Si. Necesito hacerte un pedido que garantizará que pierda en el próximo combate. Pero mis contactos no tienen el poder suficiente para llevar a término mi plan. Es... más ilegal... claro. Recurro a ti como la última opción, en la seguridad de que tu sabiduría validará mi idea y arbitrarás los medios para llevarla a cabo.

—No creo que con adulaciones consigas nada más de lo que esté dispuesta a concederte. Cuéntame.

Karlo expuso su idea de forma clara y concisa. No tardó mucho. Mei escucho atentamente. y aceptó poniendo sus condiciones.

—¿No habrá una parte de ti que se reproche esto que me estás pidiendo?

—Te puedo garantizar que ninguna parte de mi se opone a lo que te pido. No puede hacerse de otra forma.

—Mi condición es que los dos, o el que sobreviva, estarán condenados a seguir viviendo el resto de los años naturales que les queden de vida, ingresando al movimiento No Dormir, no volverán a entrar al sistema nunca más. Esta será la última vida para ambos.

Karlo asintió.

—Y si después del combate el perdedor no muere en la arena y puedo sanar su cuerpo: así lo haré. Si el destino quiere que en la derrota no haya muerte, que no se la fuerce.

Karlo volvió a asentir, pero inquirió confundido.

—¿Qué pretendes conseguir?

—Solo alguien con quien hablar. El que pierda será el que más haya aprendido. Y el que gane deberá canalizar su frustración. Cualquiera que sea el resultado, yo podré hablar con los dos para evaluar a la especie humana en una situación totalmente anormal. Me parece un buen trato. La semana que viene se pondrá en contacto contigo tu contrincante.

El holograma de Mei se desvaneció.

Karlo se concentró en su entrenamiento. Fue concienzudo. Estaba dispuesto a darlo todo. Y sabía que su rival estaba haciendo exáctamente lo mismo.

El día del combate llegó.

Entró en la jaula de la arena con toda la confianza que siempre le acompañaba.

Tenía la certeza de era el día en que obtendría lo que quería, ganara o perdiera.

Desde el extremo opuesto de la jaula entró su oponente.

El clon de Karlo se quitaba la capucha de la bata dejando su amplia sonrisa expandirse por su rostro. Aunque la gente no lo supiera con certeza, adivinaba que no era un clon común. Este era una copia exacta, no solo de su cuerpo, sino también de su mente, algo totalmente ilegal a lo que solo Mei, como guardiana de las conciencias dormidas, tenía acceso.

El griterío de los espectadores era embriagador.

Los dos Karlo se miraron triunfantes. El combate estaba por comenzar.

Uno de los dos alcanzaría la sabiduría.

Sin importar cuál de los dos ganase, Karlo había encontrado la solución a su problema.

Cuentos: Construyendo un mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora