¿Adiós?

1.5K 104 27
                                    

Kōtaro jamás esperó encontrar a Keiji frente al gran edificio en el que estudiaba. Fue una hermosa casualidad, por supuesto. Pero pese a la enorme alegría que estaba experimentando, Bokuto no pudo evitar notar el ligero aire tenso que permanecía entre ambos.

Finalmente, se abrazaron, quedando allí por un largo momento, apenas un par de míseros minutos que se sintieron eternos, un minúsculo período de tiempo que alcanzó para que el otro le transfiriese toda su  maravillosa calidez. Y fue sublime, porque bajo la mirada de cualquier persona esos dos podían ser una pareja, una muy buena pareja; incluso el chico, torpe y distraído, que se hallaba envolviendo con sus brazos el cuerpo del más bajo, pensaba lo mismo. También el pelinegro, que se dedicó a respirar con parsimonia, cerrando los ojos para concentrarse en aquella situación que le abrumaba tanto, para concentrarse en ese... calor inocente que le poseía desde el lado izquierdo de su pecho hasta consumir por completo su ser. Y lo absorbió, aceptando cada grado de las flamenantes llamas que el adverso liberaba. Aceptándolas, pero no correspondiéndolas. Eso rompió el corazón del contrario, esa ausencia de... cariño, esa falta de afecto.  "Cuando alguien te ama, eso se nota solo", recordó que le dijeron alguna vez. Pero el peliclaro no lo notaba, ¿Entonces qué más podía significar? Ambos se separaron, echaron un largo vistazo a los ojos del otro, y tras despedirse comenzaron a avanzar por rutas distintas. Ese era el adiós, claro, y a pesar de que probablemente se verían por allí cualquier otro día, se sintió totalmente distinto. "Hoy renuncio a ti", podías leer en el rastro que quedaba tras el desordenado muchacho mientras caminaba. Del ojiverde solo podías interpretar una disculpa oculta tras sus orbes, que lucían tan cansados y arrepentidos que resultaba penoso. Como un perro que espera por el regaño de su amo cuando sabe que hizo algo mal. Solo que, claro, él no tenía ningún amo, no había nadie a quien debiese rendirle cuentas acerca de su vida además de a sí mismo.

Pero, ¡Oh! ¿No es eso también difícil? ¿Rendirte cuentas a ti mismo? Explicarle a tu reflejo que algunas de las acciones antes consideradas como positivas ahora no paran de restar y restar. ¡Y no se detienen! Continúan, y siguen, rompiendo un poco más tu alma, desarmando un tanto más quien eres. Probándote, retándote a que te atrevas a recostruir tu ser.

No cualquier extraño puede hacerlo, ¿Uh? No cualquiera es capaz de lograr tal hazaña. Y aunque lo intentaran muy fuerte, haciendo que sus manos sangren, desgarrándose, no terminarían de lograrlo. No terminarían de reconstruirte porque, ¡Hola! No tienen derecho a hacerlo. Y pueden seguir intentando, e intentándolo, e intentándolo; pueden seguir insistiendo, como si no hubiese un mañana, pueden llegar a dar su vida por ti, para que, quizás, unos pocos pedazos de lo que dejaron atrás se te amolden. Y sin embargo, pese a todo ese sacrificio, no habrían hecho nada, cariño. No habrían hecho nada, y no habrían llegado a ningún lado, porque tú seguirás agrietado hasta que decidas que es suficiente. Si dejas que cualquier otro haga el trabajo, y tú solo te detienes a tomar un atisbo de sus sobras, seguirás estancado en el mismo agujero. Ese agujero que te consume día a día, ese agujero que calcina tus nutrientes, dejándote famélico y vacío. Te quedarás en ese pozo sin fondo, lanzándole desechos por el resto de tu vida, creyendo que alguna vez, posiblemente, estarás satisfecho; aún cuando sabes que no es así. Aún cuando sabes que ese mismo truquito no te ha funcionado en mucho tiempo, que ese truquito no te ha funcionado en AÑOS. Porque llevas años consumiendo personas como cigarrillos, llevas tiempo tomando una buena pieza de ellos tratando de reconstruirte, pero solo logrando lo contrario con una fuerza impresionante. Como si el destino se burlase de ti, haciendo exactamente lo que le pediste que no hiciera. Casi jactándose con sorna, pisoteando tus "logros", como los llamas.

Las personas no son trofeos, cariño. Alguien debería habértelo dicho.

Quizá, alguien debió haberte advertido que eso que hacías no te iba a llevar para ningún lado, porque ahora estás allí, de pie, puede que incluso con unas cuantas grietas de más. La única diferencia ahora es que tras de ti, un camino de corazones rotos brillan, refulgentes, uno a uno. Y ahora dime, cariño, ¿Eso es realmente lo que deseabas? Que cada chico que estuvo contigo se preguntara "¿Por qué le conocí?", casi en broma, tratando de auto-consolarse mientras miran al cielo. Ahora dime, cariño, ¿Cuando fue que comenzaste a ver más el suelo?

Keiji despeinó su cabello, levantando los ojos al notar que había llegado a su destino. Se sentó en una de las tantas mesas que adornaban el jardín de su cafetería favorita, y se dedicó a trazar suaves líneas en el libro de bocetos (sacado de su bolso) que permanecía frente a él, todavía siendo consumido por su propia y lúcida frustración.

Entre tanto, Kōtaro continuó caminando, y no se detuvo en ningún momento. Pasó frente a su casa, pero simplemente no le apetecía sentarse a descansar. Quería seguir, avanzar hasta que sus piernas ya no tuviesen fuerza para seguir andando. Quería, necesitaba, drenar.

"¿Por qué?", seguía preguntándose. Y aunque había sido él quien decidió renunciar al otro, todavía podía sentir como su pecho se enfriaba cada vez más. A la vez, la puntita de los dedos de sus manos iban perdiendo el delicado color rojizo que solía tener cuando se hallaba en la comodidad de un lugar cálido.

Y es que, cariño, ¿Qué más puedes hacer cuando te rompen el corazón? Cuando te destrozan desde el fondo, aún sin intención, ¿Qué más puedes sentir? De la cabeza del peliclaro no salían la imagen de aquella intensa y absorbente mirada esmeralda. Bokuto sabía muy bien que en cualquier momento, en cualquier lugar, podía observar directamente los ojos ajenos y quedar encantado con estos. "Te amo", diría, sin siquiera pensarlo. Y no, no es que lo amara solo por sus ojos, eso bien podría ser nada más que el comienzo. Pero, ¡Oh! Debía admitir que esos profudos pozos verdosos le mantenían hechizado. Pero incluso así, incluso de esa forma, el albino no podía parar de darle vueltas a una idea en su cabeza, algo no tan descabellada como solía ser él mismo. La misma idea que le había otorgado la determinación de decir "adiós". Porque aunque muchos no lo entiendan, en ocasiones esas palabras son las que más cuesta pronunciar. Como si ciegamente te aferraras a todo eso que te hace daño, por el simple hecho de que puedes pasarla bien al menos por un rato. Como si esa "satisfacción" que dura apenas un milisegundo fuese suficiente como para servir de curita, para cubrir (al menos de forma momentánea) la gran herida que deja la nociva acción que nos envicia. Como si el borracho, en medio de su borrachera, mirara con una sonrisa boba a todos a su alrededor, y estirara una expresión aún más boba en medio de la resaca. Sin quejas ni lloriqueos. Porque todo el mundo disfruta los dolores de cabeza incesantes, y las continuas náuseas; sí, claro.

Y entonces parecía natural que el alto y fornido chico con alma de niño pensara: "Si es unilateral este amor, no lo quiero. ¡No lo quiero! Prefiero dejarlo en libertad. Que vuele alto y libre, al tiempo que zurca el brilante cielo. Porque no importa cuanto te ame, siempre me amaré a mí más, siempre me amaré a mí primero". Y tenía que parecer natural, porque entonces, si era así, quizás podría seguir avanzando por el resto de los días de su vida sin creer que alguien le había clavado una estaca en su pecho. Sin creer que era por ello que se le dificultaba respirar.

"Es injusto, Akaashi". Se dijo a sí mismo cuando sus pies dolían tanto que ya no podía avanzar más. "Es verdaderamente injusto". Musitó, al tiempo que una lágrima se estiraba por su mejilla, recorriendo todo el camino hasta el borde de su rostro. Y lo dijo porque, en efecto, no iba a dejar de ser injusto, tan injusto como cuando te arrancan tu dulce favorito porque ya has consumido demasiado por un día. Kōtaro se sentía como un niño sin su caramelo. Y, ¡Ay! Vaya dulcito le habían arrebatado, o no... ¡Vaya dulcito al que había renunciado! Pero era entendible, porque demasiado dulce produce caries, ¿No? Y, por su puesto, no quieres que el amor de tu vida sean las caries que habitan en tu corazón.

⌞ ✿ ⌝

Que onda weyes, jnanska. Esto lo escribí hace un tiempito, pero no me convencía. De igual forma lo dejo por aquí, ustedes juzguen qué tal todo, ah. 💕💗💞 Por cierto, sí, yo aparezco cada mil años. Perdón x tanto AJDJAKEJAK. Mil gracias por leerme, les mando un besito toh' dulzón a cada una de sus mejillitas, amén.

✿| One-shots  → BokuAka ; [HQ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora