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Al llegar a la cena, vio que todos estaban sentados ya, se apresuró a ir al lugar que Belén le había reservado, y se sentó

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Al llegar a la cena, vio que todos estaban sentados ya, se apresuró a ir al lugar que Belén le había reservado, y se sentó.

—¿Otra vez perdida en los jardines con el viejo? —preguntó Franco.

—No te metas en lo que no te importa —le regañó Belén.

—Estamos muchos chicos aquí que podemos darte lo que buscas, princesa —dijo Franco ignorando a Belén y viendo a Vicky—. ¿Por qué buscas al viejo? ¿Te gustan así?

—Por Dios, Franco, ¿no vas a cansarte nunca de molestarme? —preguntó la muchacha.

Franco era un interno que ya estaba cuando ella ingresó al centro. Nunca le había caído bien porque le molestaba la forma en que la miraba. A los pocos meses, Franco salió y ella se sintió feliz al respecto. Sin embargo, tuvo una recaída importante y por ello sus padres lo volvieron a internar. Era un joven de unos veinticinco años, desaliñado y desprolijo, que tenía problemas de alcohol y drogas, y que parecía estar obsesionado con Victoria.

Al terminar la cena, algunos fueron a la sala común para jugar algún juego de mesa o ver televisión, mientras otros se retiraron a sus habitaciones a leer o a dormir. Vicky y Belén decidieron ir a dar una vuelta por los senderos del jardín, la noche estaba calurosa y esa era una actividad que ambas disfrutaban.

—¿Qué tal tu tarde? —inquirió Victoria.

—Bien, normal. He estado conversando con Mili, ¿sabes? Y me dijo que las charlas de Alexandre son muy buenas, y que quizá me haría bien ir a una de ellas. Dice que podría ayudarme a superar lo de mi abuela —añadió.

Victoria no dijo nada, sabía que su amiga no estaba llevando bien el duelo.

—Si crees que eso te ayudará deberías hacerlo —musitó.

—¿Por qué no vienes conmigo? —inquirió Belu dándole la mano a su amiga.

—No lo sé, Belu, no creo mucho en esas cosas...

Las amigas caminaron de la mano por un buen rato sin hablar. Era algo que ambas disfrutaban de hacer, la soledad era menos dolorosa cuando podían compartir sus presencias, incluso sin palabras de por medio.

—¿Vamos a dormir? —inquirió Belén al fin.

—Voy a quedarme un rato aquí —dijo Vicky y su amiga asintió—. Ve tú, te alcanzo enseguida. Descansa.

Vicky fue hasta el jardín de las orquídeas y se metió en lo que ella llamaba su refugio. Era un árbol de tronco grande con una rama gruesa y no muy alta a la que le gustaba trepar. Se sentó allí y se recostó por el tronco para poder mirar el cielo.

—No es que no crea en ti, es que estoy enfadada contigo —susurró y luego suspiró—. Es injusto, todo lo que ha sucedido, es injusto. Es injusto que te hayas llevado a Matías y me hayas dejado a mí aquí, es injusto que Leo se haya tenido que ir y que me haya olvidado como lo hizo, que me haya dejado por alguien más cuando yo le di todo lo que era, le di mis sueños, le di mis secretos. Es injusto, todo es injusto —musitó al borde de las lágrimas.

Ni el cielo ni el infierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora