-¿Está mal si te deseo? -preguntó viendo al ángel al lado suyo, quien se removía incómodo ante lo dicho.
-Si es un deseo impuro, entonces está mal -volvió a encogerse. -¿Para qué me deseas?
-Para estar contigo por toda la eternidad.
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—¿Por qué sigues ahí? —aquella pregunta le vino tan repentina que no pudo evitar brincar, pero aquel tono de voz era imposible no reconocerle, estaba grabado en lo más profundo de su alma.
Su mirada cyan que antes miraba atentamente el horizonte, ahora miraba atónito y emocionado al maravilloso ser que se encontraba frente suyo. Sentía su cuerpo vibrar de emoción pura, y su alma retorcerse por aquel mirar.
Le sonrió, como hace tiempo que no hacía, ya que su sonrisa había sido tan socarrona durante años siendo demonio, y sin embargo esta salió tal y como cuando era un ángel.
El ser frente suyo se veía incómodo, no se veía como aquella vez donde casi le rebana la garganta, esta vez se le veía confuso, con la cabeza ladeada y el ceño fruncido, sus grandiosas alas estaban plegadas a su espalda, y uno de sus brazos sujetaba al otro que estaba a su costado.
—Te esperaba —dijo con la voz más suave que pudo pronunciar su ronca voz, volviendo a recargarse en el tronco del grandioso roble, claramente sin dejar de mirar a los heterócromos ojos.
—¿Para qué?
—No lo sé —el aire de aquel otoño provocó que algunas hojas cayeran, y se llevaran las voces de los dos personajes presentes. —Quería verte.
Aquella tarde no hubo más ruido, más que el de las pisadas del ángel acercarse al azabache, dejando dos metros de distancia entre ellos, y se sentó en el suelo repleto de hojas castañas para mirar el cielo.
El diablo se sintió endemoniadamente bien, sólo por la presencia del contrario.
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