El desayuno Bárcena

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Los tres meses de castigo pasaron volando, la verdad es que ni les presté mucha atención hasta que llegaron los exámenes. Y los exámenes significaban que era mi última semana castigada. Dejé de ir a las prácticas de tenis y al club de ajedrez (asignaturas a las que asistía obligada), incluso me tuve que despedir de las clases de piano durante doce semanas. Abel regresó borracho de la fiesta de Luis y Lorenzo le prohibió salir con los Batos hasta nuevo aviso. Andaba por ahí con la cara larga, aunque estaba segura que sabía que se lo merecía. No vi a mis amigas más que en la escuela y pasé incomunicada con ellas en lo que duró mi castigo. Todos (menos Abel y yo) asistieron a un festival de danza artística, proyecto de la clase de arte, por lo que tuvimos que escribir un ensayo sobre un libro que ojeé, pero no leí. Como era un trabajo grupal, Abel redactó el ensayo, a mí me tocó exponer y metí la pata porque no tenía ni idea de qué iba la cosa. Mi mellizo sacudió la cabeza, me torció los ojos y no me habló durante tres días, y yo no le reclamé porque sabía que me lo merecía. Me enteré que los padres de Elena (una muchacha del paralelo A, con la que no me llevaba para nada bien) la internaron en un centro de rehabilitación, la sacaron a las dos semanas (cuál era el chiste, entonces) y luego habían tenido que hospitalizarla por una sobredosis. Seguía en coma era lo que comentaban sus amigos. Únicamente levanté una ceja y luego resoplé. Ya sabía que esa muchachita andaba en algo torcido.

El lunes tuvimos el examen de Física. Resolví todo sin estar plenamente consciente de ello (tenía la suerte de que los números se me dieran bien). Lo mismo pasó con Cálculo, Informática y Contabilidad; pero, en Literatura simplemente contesté lo que se me venía a la cabeza, en Arte hice un dibujo digno de una niña de dos años ciega y en Filosofía me quedé dormida.

Era cierto que había bajado en notas, gracias a Eloísa, y es que simplemente no me podía concentrar teniendo una habitación vacía y aburrida en la que pasar todas las tardes. Cada día que pasaba sentía que las paredes se estrechaban un poquito más y me agarraba el cuello de la blusa desesperada y terminaba parada junto a la ventana, mirando a la nada. Lució el sol todos los días, incluso hubo unos cuantos en los que llovió, y el efecto que producía en el cielo me hacía más llevadera la monotonía.

El viernes en la tarde por fin pude respirar con libertad: comenzaban las vacaciones. Habíamos planeado una acampada, un picnic y un día en la playa. La cosa era que Abel seguía castigado y Eloísa seguro me prohibiría salir de la ciudad. Eso significaba convencer a Lorenzo. Y lo intenté durante el fin de semana, pero estuvo pegado a Eloísa como chicle y mis intenciones se quedaron en nada. Para el domingo por la noche todas mis cosas habían regresado a la habitación y maté el tiempo releyendo un librito de poemas, había unos cuantos de Violeta Luna que me gustaban mucho, y con la música a todo volumen hasta bien entrada la madrugada. A las tres de madrugada llegó Eloísa aporreando la puerta pidiéndome que me fuera dormir. La ignoré hasta que la sombra de sus pies del otro lado de la puerta desapareció.

Muy puntual a las siete volvió a tocar mi puerta ordenándome que bajara a desayunar. Le hice esperar media hora y le empujé al salir de la habitación. Vi a Lorenzo al pie de las escaleras y me apresuré para abrazarlo y llenarlo de besos. Aún nos reíamos cuando apareció Eloísa con el ceño fruncido. Me aclaré la garganta y caminé rápidamente al comedor. Pronuncié unos “buenos días” y les lancé besos a todos mis hermanos. Ese lunes era el primer lunes de las vacaciones, es decir, “¡El desayuno Bárcena de comienzos de vacación!”, qué alegría. Ocupé mi asiento habitual junto a Abel, frente a Vivi, con mi papá a mi derecha, en la cabecera. Trajeron los huevos revueltos con tocino (que comí lentamente) y el jugo de naranja, que estaba helado, dulce y delicioso.

-Bueno, ¿qué haremos para las vacaciones?-preguntó Lorenzo doblando el periódico que tenía en las manos.

-¡Matemos negros!-gritó Abel. Le fruncí el ceño. Sabía que bromeaba, pero no me parecía gracioso. Lorenzo sonrió y luego sacudió la cabeza. Mis hermanas se rieron. Eloísa le dio una palmada en la cabeza.

-¿Qué andas fumando, niño?-preguntó torciendo el gesto. Me mordí la lengua para no dejar que una frase sarcástica saliera de mi boca. Me esforzaba mucho para evitar bromear enfrente de Eloísa. Me giré hacia Lorenzo.

-Papá, estuvimos organizando con los muchachos (las chicas y los Batos), para ver si nos dejaban hacer un viajecito a la mitad de las vacaciones. Queremos ir a la playa, organizar un picnic y una acampada, ¿te parece bien?-Lorenzo le echó una ojeada a Abel. Hablé antes de que me interrumpiera-. Prometo que Abel NO va ni a oler una cerveza y entre todas podemos evitar que los Batos beban. Te lo prometo, ¿nos dejas? Porfaaaaaaaa

Le sonreí exageradamente y pestañeé varias veces. Lorenzo sonrió y sacudió la cabeza, otra vez. Se acomodó en el asiento, se cruzó de piernas y me miró tocándose la barbilla. Ya olía a victoria. Luego le levantó las cejas a Eloísa y mi seguridad se desvaneció.

-¿Qué dices, Isa?

Regresé a ver a la bruja (más que a ella, a la pared que tenía detrás). Eloísa miraba a Lorenzo frunciendo los labios. Por un segundo me lanzó una miradita y regresó a ver a su esposo.

-Bueno, creo que Marina ya está grandecita. Creo que todo va a ir bastante bien. Es responsable y se hará cargo de Abel.

Forcé una sonrisita y asentí una vez con la cabeza. Ella siempre intentaba ganarse mi favor de esa manera: regalándome cosas que no quería ni necesitaba, dándome permiso para cualquier ocasión, pagándome clases para asignaturas que no me interesaban, poniendo a mi disposición ropa nueva sin pedirla, comprándome aparatos electrónicos que no entendía cómo utilizar. Y únicamente me castigaba cuando hacía cosas realmente estúpidas (como escaparme de casa, por ejemplo). Incluso no se enojaba cuando la insultaba, la ignoraba o la empujaba al entrar o salir de una habitación. No me reclamaba absolutamente nada, y lo peor es que yo de hecho intentaba enojarla (una manera para descargar mi propio odio contra ella) sin lograrlo. Respiré profundamente y dejé de sonreír. No iba a conseguir nada de mí.

-Gracias-murmuré secamente y luego regresé a ver a Lorenzo. Éste tenía una arruguita entre las cejas. Seguro que se preguntaba ahora sobre el misterio de mi relación con Eloísa. Obvio que las miradas de mis hermanos iban de ella a mí con rapidez. Era por esa razón que odiaba “¡El desayuno Bárcena de comienzos de vacación!”. Simplemente era otra ocasión (como los cumpleaños, aniversarios, reuniones familiares, vacaciones, navidad y año nuevo) para que terminara hastiada de todo y de todos. Nadie de la familia me entendía y yo no abriría el pico jamás. Le torcí los ojos a lo que quedaba de mi plato y me levanté apretando los dientes-. Bueno, papá, nos vamos a encargar de arreglar todo, ¿nos podrías prestar la van para el viaje? Luis, Carlo y María ya tienen licencia y se pueden turnar para manejar. Y no te preocupes por el dinero, Abel y yo tenemos ahorrado de nuestros cumpleaños y navidad.

-Seguro, nena.

-Gracias, papi-le planté un beso en la mejilla y comencé a caminar de espaldas. Les sonreí a todos (menos a Eloísa, claro) y le lancé un vistazo rápido a la bruja. Parecía que quería llorar. Me giré y salí del comedor con una verdadera sonrisita en el rostro.

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⏰ Last updated: Sep 13, 2014 ⏰

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