Lunar

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Me rugieron las tripas audiblemente. Me había saltado el desayuno y el almuerzo, faltaba poco para cenar. Levantarme e ir a la cocina me resultaba más tentador que nunca; pero no iba a salir de mi habitación, no, ese día no.

La lluvia continuó cayendo, todo estaba en silencio, algunas gotas se estampaban contra mi ventana y resbalaban formando diferentes caminos. Una solitaria y asustada hormiga correteaba, indecisa, serpenteando entre los charquitos que había en el alfeizar de mi ventana.

Me entró pena, me sentí estúpidamente identificada con esa hormiga. Imaginé que los charquitos y la lluvia eran un reflejo de mi propia vida…más que de mi vida, me recordaban a mi madre. Una mano mía se posó en el cerrojo de la ventana, no sabía si matar a la hormiga o dejarla entrar a mi habitación. Apoyé la frente en el vidrio y con los ojos bizcos seguí el movimiento zigzagueante del insecto. Una gota de lluvia le cayó encima y la hormiga, de forma imposible, fue aventada hasta el vidrio. Fruncí las cejas e involuntariamente sonreí, con una voz mental recreando las palabras que hubiese dicho la desesperada hormiga.

Llamaron a mi puerta y tuve que olvidarme, a regañadientes, del bichito.

-Señorita Bárcena, ¿no desea algo de comer o de beber?

-No, gracias-murmuré ignorando los ruiditos que habían regresado.

-¿Puedo ofrecerle algo más?

-¿Qué tal si le dice a mi madre que deseo que salga y que un rayo le caiga encima?  

La mucama guardó silencio y, después de unos segundos, escuché el eco de sus pasos alejándose por el pasillo.

Puse los ojos en blanco y regresé a la ventana. La lluvia seguía cayendo, el día iba tomando un tono grisáceo.

La hormiga había desaparecido.

Mi teléfono móvil sonó con el tono predeterminado que no me había tomado la molestia de cambiar desde hacía un año. Giré la cabeza buscándolo con la mirada. Vibraba en mi mesita de noche, a tres metros de mi ventana y me daba un flojera tremenda levantarme. Lo dejé sonar.

Volvieron a llamar y esta vez sí me levanté. Di pasos cortos y lentos. Agarré el móvil y me fijé en la pantalla. Era Anne, mi mejor amiga, la que llamaba.

-Mande-contesté regresando a mi ventana.

-Oh, Marina, hola.

Me acomodé en el pequeño sofá.

-Hola, Anne.

-¡Vaya, qué ánimo! ¿Qué ocurre?

-Eloísa me castigó otra vez-murmuré haciendo una mueca.

-¿Otra vez? ¿Ya no van con éste tres castigos en el mes?

-Sí, creo que sí-suspiré.

-¿Crees que puedas salir mañana?

-Podría escaparme.

Anne soltó unas risitas. Yo sonreí desganada, mientras jugueteaba con una llave que parecía de plástico enganchada al móvil.

-No deberías, Marina.

-Pero lo haré, ya sabes.

Se quedó callada un momento, yo esperé a que respondiera. Miré más allá de mi ventana, a los árboles de la calle. Ya estaba un poco oscuro el cielo.

-Sí, hmm, bueno, no debería permitírtelo, pero...Eh, mañana a las siete, ¿bien?

-Estaré en tu casa antes de que amanezca, Anne. Luego no tendré oportunidad para escapar.

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