El agua caliente me recuerda que estoy bien ahora, si quema me obliga a permanecer en la realidad.

Me apresuro, termino de bañarme y abro los ojos. Los azulejos marmoleados me hacen exhalar con alivio. Estoy bien. Lo repito una y otra vez. Estoy bien.

Me pongo ropa para dormir, un pijama rosa con puntos blancos. Peino mi cabello de manera robótica, todavía me estoy recuperando, y lo amarro en una cebolla apretada.

Mis padres ya están sentados, veo el cofre en uno de los costados del comedor y me trago el suspiro. Esta noche no me podré escapar. En el centro de la mesa hay un plato hondo lleno de pasta, tomo mi lugar a un lado de mi padre, frente a mamá. Ella sabe que amo su pasta, así que me alegra mucho cuando la prepara.

—¿Cómo te ha ido en la escuela, cariño? —pregunta papá.

Él pasa poco tiempo en casa por su trabajo, es una persona ocupada, pero siempre hace lo posible por hacer las tres comidas con nosotras, y en vacaciones se desconecta del hospital y nos vamos a un lugar bonito, tan alejado que me olvido de quién soy y puedo fingir que soy alguien diferente. El año pasado fuimos al Caribe, a Punta Cana, pasé muchas horas contemplando el hermoso paisaje, el contraste del agua azul verdoso y esa fina arena blanca que se colaba entre los dedos de mis pies.

—Muy bien, todas mis notas son buenas. —Tengo la necesidad de expresarlo, aunque sé que eso nunca les ha importado, jamás me han exigido, pero por algún motivo siento que debo compensarlos—. Y ya voy a acabar las horas de prácticas, ir a Bridgeton me hace feliz.

Papá sonríe de oreja a oreja.

—A mí me hace feliz que estés contenta, ¿cómo va la colecta?

—Genial, hace unos días recogí los botes y los llevé a Bridgeton, dentro de poco iremos a las calles a recolectar más dinero. —Es mi turno de sonreír.

Mamá nos cuenta sobre un nuevo diseño que está haciendo, nos invita a ir a su taller en la tienda para que podamos verlo, le aseguramos que iremos. No me lo perdería por nada. Es una mujer muy apasionada, cuando era pequeña me quedaba en el umbral viéndola trabajar, creo que trabajaba más de la cuenta. Ella se acostaba en el suelo, sobre papeles blancos y dibujaba tarareando una canción de Elvis Presley. Luego se daba cuenta de mi curiosidad y me animaba a sentarme junto a ella, me dejaba colorear y mover los pies siguiendo el ritmo de su voz.

Después de la charla y de la cena, recogemos los platos sucios, acto seguido, mamá agarra el cofre y lo abre. Su rostro se ilumina como si acabara de descubrir un tesoro. Coloca en el centro tres torres de fotografías, algunos álbumes. Nos sumergimos en la tarea de escoger las mejores para la celebración por su muerte.

Lilibeth Winter entraba a una habitación y la iluminaba con su sonrisa, soñaba con los cuentos de hadas y se creía una princesa, la gelatina verde era su favorita, y todas las enfermeras del hospital la adoraban, era muy inteligente y lista, sus notas eran perfectas, pero tuvo que abandonar la escuela cuando el cáncer empeoró. Le encantaba dibujar, hacía retratos y pinturas, escuchaba música y se escapaba de su cuarto de vez en cuando para ir a jugar al jardín de la clínica.

Era una niña de cabello castaño y ojos grises, delgada y de piel clara —muy parecida a su hermana mayor—. Cuando la leucemia vino se llevó su cabello y sus cejas, pero eso no la hacía menos hermosa, creo que incluso sus ojos se veían más luminosos. Ellas no tenían dinero suficiente para pagar las quimioterapias y los tratamientos, mamá en ese entonces era costurera y hacía algunos trabajos, Tess era bailarina en un club nocturno. Nunca hemos hablado de eso, Tessandra es muy reservada con ese tema, sé que odiaba trabajar ahí por lo que mi madre me ha dicho, creo que se fue de la ciudad para empezar una nueva vida. Seguramente vivieron cosas dolorosas, pero encontraron la manera de salir adelante.

Maldición Willburn © ✔️ (M #1)Where stories live. Discover now