Mariposas negras

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Caminaba por la acera, con la sonrisa más esplendorosa que nunca había tenido. Pasó su lengua por sus labios rosados e hinchados y cerró los ojos al recordar el hermoso momento que había pasado. Aquel beso que hacía solo veinte minutos había dado, marcó un antes y un después en esa tarde.

Finalmente había entregado su labios y junto al chico del que gustaba hacía meses, por no decir años. Y él era tan perfecto que con solo recordar su rostro, el corazón comenzó a latirle tan rápido que tuvo que apretar los libros contra su pecho para que no saliera disparado.

¿Cómo podía ser que con tan solo un beso en una heladería todo lo que ella pensaba del amor se fuera al caño? Una semana atrás vomitaba al ver a las parejas felices caminando de la mano, y creía firmemente que el amor adolescente estaba sobrevalorado. Se sentía sumamente estúpida cuando veía a aquel chico, dueño de sus suspiros, y el aire desaparecía de sus pulmones.

Pero no podía negar que esas sensaciones cálidas en su cuerpo que causaban su mirada tan potente, eran hermosas. Y jamás lo admitiría, pero le gustaban. Mucho. A veces, con tan solo una sonrisita robada, su día entero cambiaba para bien. Y cuando llegaba a su casa luego de la escuela, se tiraba en la cama, hundía el rostro en la almohada y gritaba: ‘’¡¿Qué rayos me pasa?!’’

El amor es lo que te pasa, susurraba su inconsciente. Aquella sonrisa boba, que llevaba en ese preciso momento mientras llegaba a su hogar, no salía de su cara. Ni aunque tratara pensando en cosas tristes ni recordando oscuros momentos podía hacer que las comisuras de sus labios descendieran.

Pero había algo que le molestaba, y es que ni siquiera habían cruzado palabra. Su encuentro fue casual, y casual también fue su beso. Un beso robado en un descuido, y que luego el viento se llevó. Cerró los ojos en ese instante cuando el roce húmedo apareció, y al abrirlos, él ya no estaba. Furiosa, le dio una patada al suelo y una lágrima descendió por su mejilla. Con enojo la arrebató de su piel con la palma de la mano.

—Por Dios no seas tan imbécil. El amor es tonto, para débiles. Y tú no lo eres. —se dijo entre dientes mientras cruzaba de acera.

Sin embargo, a pesar del desconcierto que le causaban los actos del chico, no podía evitar sentir esas famosas ‘’mariposas en el estómago’’, y le encantaban. Era un cálido sentimiento que iba desde su vientre y se extendía hasta la punta de sus dedos. Burbujeante y divertido, y que en su ausencia la hacía sentir vacía.

Pero por suerte, esse día estaba llena de él. Y se sentía tan enérgica que podría haber saltado diez metros si hubiera querido.

Pero no pudo.

Algo comenzó a pincharle el estómago. Al principio parecían pequeñas agujas clavándose en su piel, pero luego el dolor se hizo más fuerte, y las agujas dieron lugar a las dagas filosas. El grito de dolor más fuerte y desgarrador de la Tierra abandonó su cuerpo cuando cayó al suelo de rodillas, implorando piedad. De su boca cayeron pequeñas gotas de sangre que luego se transformaron en ríos corriendo por sus comisuras.

Llevó su mano a la cintura y sintió la tela de su camisa mojada. Al mirar hacia abajo entendió que no era agua, si no la sangre más roja que había visto brotando de su vientre. Cayó de lleno al piso y giró sobre su costado, incapaz de controlar el dolor. Ya no eran dagas, eran sierras arrancando su piel, cientos de pinches picando el interior de su estómago.

Cuando pensó que nada más podría pasarle, los mordiscos comenzaron. Ni dientes ni garras, era algo extraño devorando su carne. Por fuera podía ver su piel levantándose y algo más raro aun…

Algo aleteando.

Ya no podía más, quería entender qué causaba su sufrimiento. Agujeros se formaron en su vientre, y sin creer lo que veía, observó unas mariposas negras volar de su cuerpo, con sus alas salpicadas de sangre. Su sangre.

Su espalda se arqueo por la violencia con la que los insectos salían despedidos de sus entrañas y se elevaban al cielo. Cuando creyó que ya todas habían salido, se permitió emitir un suspiro. No trato levantarse porque sabía que era en vano, alguien que caminara por allí la vería.

O tal vez no.

Al cerrar los ojos y rogarle a Dios que la ayudara, lo peor de todo ocurrió. Su esternón se partió al medio, y luego le siguieron los músculos debajo de la piel de su pecho. Una última mariposa negra nació, más grande y esplendorosa que todas, y lo hizo en el lugar donde el amor había hecho más efecto en ella, su corazón.

Después de todo, estaba equivocada. El amor era para débiles, y ella había sido una desde el principio. 

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⏰ Last updated: Sep 10, 2014 ⏰

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Historias Cortas y Retorcidas ©Where stories live. Discover now