El hombre de las pesadillas

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No podía dormir. Daba vueltas en la cama sin cesar, con el sudor corriendo por su frente. Había tenido la pesadilla más real de su vida, casi en carne viva. Cada fibra de su cuerpo estaba alerta, expectante a que algo horrible sucediera y acabara con su vida. Lentamente se levantó de la cama, en plena oscuridad. Cruzó descalza la estancia entre su cuarto y el baño, sintiendo el frío del suelo calándose en sus huesos y helando su alma.

Aún podía ver el rostro de aquel hombre, blanco y arrugado, como si fuera una máscara de porcelana resquebrajada a punto de romperse. Un mar de lágrimas corría por su rostro, aún podía escuchar la respiración de ese monstruo en su cuello. 

Estaba sola en su casa. Odiaba cuando sus padres se iban y debía quedarse sola. Su oído se agudizaba y podía escuchar cada sonido del lugar. La puerta corrediza que se abría y cerraba sin razón, interruptores que subían y bajaban. Incluso las gotas de agua que caían de la canilla de la cocina.

Una... dos... tres...

Deslizaba las manos por las paredes, tratando de encontrar algo sólido en su inestable existencia. Llegó a la puerta del baño, tomó la manija y con un chirrido escalofriante, se abrió. Encendió la luz, temiendo que hubiera alguien allí esperándola, pero no había nada. Suspiró y se miró al espejo: su reflejo era normal, ningún fantasma apareció, ni su rostro se desformó como en las películas. 

Más tranquila que cuando se despertó, abrió el grifo y el agua fría corriendo por sus manos le produjo una sonrisa. Se lavó la cara, para despabilarse un poco y cuando se secaba, algo ocurrió que hizo que la toalla se le cayera al suelo.

Las respiraciones del hombre.

Pausadas y monónotas, entraban por sus tímpanos y calaban su corazón. El sonido era similar el viento al pásar entre las ramas de un árbol. Observó su rostro en el espejo y se dio cuenta de que estaba pálida. Miró a su alrededor, mareada y asustada. Encontró un palo de escoba en una esquina y lo tomó con ambas manos, como si de un bate de béisbol se tratara. Respiró hondo y golpeó la cortina de la ducha, pero solo agitó la tela en el vacío. 

Una... dos... tres...

Intentó calmarse. Era estúpido lo que hacía, tenía casi dieciocho años y le tenía miedo a los inventos de su mente. Dejó el palo donde estaba y cuando se disponía a salir del lugar, ante sus ojos apareció algo extraño. Frente a ella colgaba una especie de baba transparente y pegajosa. Tragó con dureza y levantó la mirada al techo.

El grito que emitió desde lo más profundo de su ser desgarró sus cuerdas vocales. Allí, sosteniéndose de las paredes con las manos y las piernas, se hallaba aquel hombre de sus pesadillas. Sus extremidades estaban retorcidas y no parecía tener fin. Su cuello era muy largo y su cabeza, que colgaba justo sobre la de ella, desprendía un olor hediondo que luego se dio cuenta que provenía de los múltiples hongos e infecciones que recorrían su nuca. Profundos tajos que dejaban ver su carne se movían cada vez que el hombre respiraba

No sentía sus manos, que golpeaban con fiereza la manija de la puerta en vano ya que no podía abrirla. Se arrastró por el suelo hasta apoyar la espalda contra la dura madera. Se preguntó cuan delgada era la línea que separaba la realidad de los sueños, y cómo podían romperla los seres que vivían en su cabeza. El rostro del hombre se acercaba cada vez más al suyo, y lo único que podía hacer era gritar. Pero su gritos morían en el olvido de la soledad de la casa en la que vivía, no había nadie que pudiera ayudarla.

Historias Cortas y Retorcidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora