Capítulo 1

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Era una mañana de jueves del año 1815. Estaba muy asustado, corriendo por mi vida. Me escondí tras un árbol y suspiré aliviado cuando la multitud se alejó. La gente seguía resentida por la batalla perdida. Aquella guerra que marcó el fin de mi imperio: la batalla de Waterloo. 

Cuando di por hecho mi salvación, la muchedumbre me alcanzó. Un pequeño destello de luz fue lo último que vi.

...

—¿Dónde estoy? —me encontré en una casa, muy acogedora, había varias comodidades, era un hogar de algún noble, lo sabía por experiencia, aunque... Evidentemente, no era lo mismo comparado a mí. 

Mi sorpresa fue tal al ver que no había ningún noble (al menos conocido para mí) en aquella casa: se trataba de un apuesto hombre, tal vez un par de centímetros más bajo que yo,  unas llamativas patillas que se posaban en sus mejillas  y anchos hombros. Se me iluminaron los ojos la ver aquel ángel caído del cielo. ¿Acaso era mi ángel de la guarda? No, no. Patrañas, los hombres no deben pensar así de sus iguales. Yo tengo una bella amante en Francia que sé que añora mi regreso. Pero... ¿volveré? 

Mis pensamientos fueron interrumpidos por una grave y armoniosa voz.

—Llevas durmiendo tres días, ¿estás bien? —preguntó aparentemente preocupado.

—¿Ah?

—Soy Simón Bolívar —respondió de forma tranquila.

—Yo soy...

—Napoleón Bonaparte, el gran general francés, quien lideró grandes tropas e hizo de Europa su imperio —interrumpió.

—Y... ¿Cómo sabes tanto de mi?, ¿me conoces?

—Desde luego, quien no te conozca es un inculto —exclamó extrañado.

—Lo último que recuerdo es que me secuestraron. ¿Fuiste tú?, ¿dónde estoy?

—¿Secuestro? —arqueó una ceja—. Yo jamás haría esa atrocidad.

—Oh... Perdón por la confusión. No puedo considerar todas estas comodidades un secuestro.

—No te preocupes, si yo estuviera en tu situación tal vez hubiera pensado lo mismo.

Sonreí, sentí un calor en mis mejillas, tal vez estaba sonrojado, ¿cómo lo cubriría? Tal vez Simón Bolívar pensaría algo extraño sobre mí si me ve así.

Pero a pesar de mis pensamientos, solo sonrió. Rompió el silencio en aquella habitación —¿Quieres cenar algo? Haz de estar hambriento.

—Castañas.

—Ammm... ¿Estás bien?

—CASTAÑAS, TE DIGO.

—Mejor ve a dormir, te sentará mejor —palpó mi hombro.

—NO QUIERO, ¡TENGO HAMBRE! —grité desesperado por el vacío en mi estómago.

—Buenas noches —salió molesto y confundido.

No me quedó otra opción más que dormir, así olvidaría el hambre.

...

Al día siguiente, me despertó un delicioso olor a desayuno. Por su escencia, supe que se trataba de avena.

Abrí los ojos, dando con una elaborada comida. Pronto topé con una atenta mirada que me iluminó la mañana.

—Buenos días, ¿cómo dormiste? —preguntó sonriente.

—Muy bien, ¿y tú?

—Bien, gracias por preguntar. 

Me entregó el desayuno. Me observaba mientras comía, tal vez notó ese sentimiento extraño que tuve en ese  momento, por lo que se fue.

En el instante que Simón Bolívar cerró la puerta, inspeccioné la habitación, dando con algunos sobres abiertos de fina caligrafía marcando su nombre.

Eran enviadas desde la república de Nueva Granada, firmando con el nombre de Manuela Sáenz.

¿Qué era este sentimiento? Algo me carcomía el corazón, ¿CELOS?



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⏰ Last updated: Jun 04, 2019 ⏰

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Crónicas de un amor históricoWhere stories live. Discover now