Capítulo 37. «La vida de un elfo no es un lecho de rosas»

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—Quiero que confíes en mí. Pregunta cualquier cosa, como... —se detuvo, buscando en su mente algo que ayudara— Pregúntame sobre mi madre. Siempre has tenido aquella incógnita contigo.

Amaris tragó hondo. Últimamente Zedric parecía saberlo todo, un poder más allá de su conocimiento.

Pero con aquella visión llegó a entenderlo. No sólo sabía, también entendía y, por lo mismo, tenía que lidiar con las emociones de los demás mientras también lidiaba con las suyas.

🌙🌙🌙

—Te fuiste por un momento —fue lo que Zedric le dijo al verla volver de la visión—. Creo que...

—Shh... —murmuró ella, asimilando lo que había visto— Siento que ahora te entiendo más, y está bien, es sólo que...

—Dilo, no dudes.

—Siento que al menos mereces una explicación. Ese día me dijiste que sabías lo que pasó entre Ranik y yo, pero que no querías saber nada. Que me entendías. Ahora soy yo la que necesito saber lo que tú piensas de eso.

—Pero en tú visión has...

—No es suficiente.

Zedric bajó la mirada.

—Siempre he tenido celos de él —confesó—  Él es cómo tú. De tú pueblo. Incluso muerto puede estar contigo y yo...

—Pero él siempre ha sido mi amigo. Un hermano mayor.

—Eso es lo que ambos querían creer y, honestamente, me convenía.

Amaris parpadeó varias veces, confundida. No sabía que responder a eso. Cómo única salida encontró el acercarse de nuevo a él, entrelazando sus manos en un silencio apreciativo.

—Te quiero —le dijo a Zedric—. Saquemos esto adelante y no pensemos en lo demás.

🌙🌙🌙

El viaje rumbo a la isla de los elfos no fue extramadamente tardado, lo que lo demoró más fueron las torrentes lluvias que apenas y dejaron avanzar al barco o lo arrastraron con tanta fuerza que adelantó todo el tiempo perdido.

Llegaron ese mismo amanecer, cómo Zedric le había dicho a Amaris. La vista era asombrosa, surreal desde cualquier perspectiva en que la vieras.

La isla en sí era impresionante. Mucho más grande de lo que Amaris hubiera imaginado, alta, llena de niveles y subniveles que parecían no tener fin. Aún así, también llamaban la atención sus fronteras, ya que había una especie de islotes que la rodeaban, cómo casetas de vigilancia desde la que los guardias resguardaban sus tierras.

Le recordó a casa. A la su isla que ahora estaba resguardada por un enorme y brillante muro de hielo. Incluso los guardias, (que no tardaron en preguntar por su origen), eran familiares.

Aquellos guardias reconocieron a Suzzet enseguida. Hablaron con ella en privado y, después de eso, la dejaron entrar a sus tierras.

El muelle estaba atestado de personas excéntricas. Amaris nunca había visto personas tan cómodas con sí mismas, ropa tan vistosa, joyas, e intenciones de impresionar a los demás.

Tal vez se hubiera sentido incómoda si aún llevara la vestimenta que solía usar para los viajes, (vestidos sencillos, sin color ni volumen), pero afortunadamente Suzzet les había advertido que debían vestirse con lo mejor que tuvieran para bajar a la isla.

Y así estaba vestida. No había elegido un gran vestido, sino una túnica más o menos pomposa de un azul brillante que hacía destacar a sus ojos del mismo color. Oscuros. Llevaba la brillante tiara que su madre le había legado para mostrar su poder, no temiendo a las personas que la miraban con curiosidad por el camino.

Ecos de sol.Where stories live. Discover now