Capítulo 18. «Ver más allá»

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Caminar.

Caminar por mucho tiempo.

Caminar a lo largo de un sendero lleno de pena.

La pena de los demás, constante, contagiosa.

La arena, rugosa.

El viento, frío.

—¡Zedric! ¡Zedric! —los gritos de sus amigos desde la senda de los vivos.

Pero eran gritos lejanos. Por más que Zedric los buscara nunca lograba encontrar de dónde venían.

—¡Zedric! —esta vez el grito fue distinto—. ¡Zedric!

Lo conocía. Aquella voz provenía de un líder, de su mayor rival. Ranik.

—¿Dónde estás? —gritó Zedric de vuelta, el eco resonando de alguna forma entre aquellas áridas tierras—. ¡Ranik!

—¡Ven! —Ranik devolvió—. ¡Aquí! ¡Sigue mi voz con tú poder!

Zedric sintió sus sentidos agudizarse.

En un momento sintió todo a su alrededor.

Más bien a todos a su alrededor. Se trataba de miles de mentes, todas llenas de poder y dolor, mandando sus pensamientos hacia él.

Zedric soltó un gemido de dolor y se llevó las manos a la cabeza. El dolor que las personas de alrededor transmitían era difícil de asimilar, fuerte, pesaroso, y enfocado en un mismo momento, cada uno más grotesco que el otro. En su muerte.

Sólo entonces Zedric entendió lo que sucedía. Estaba en el inframundo, inmerso en alguno de los muchos caminos que lo rodeaban.

Siempre se hablaba de ellos, de una vida después de la muerte, pero nunca en reuniones importantes. Eran temas tabú, sólo los jóvenes y niños hablaban de eso abiertamente.

—¡Zedric, no te pierdas! —una voz femenina lo sacó de su aturdimiento, así que olvidó por un momento todas aquellas voces en su cabeza, subiendo la mirada hacia el cielo que, sin nubes, parecía totalmente amarillento y pestilente.

—Corre —esta vez la voz vino de Ranik, con su fuerza y liderazgo de siempre.

Zedric corrió entre todas aquellas almas en pena. Al tener conciencia plena de lo que había debajo de él pudo verlas bien. Era un río de almas el que lo contenía, miles de ellas aferrándose a él y a lo poco que le quedaba de vida. Como si todas al mismo tiempo pudieran sujetar sus pies y jalarlo hacia la muerte, sintiendo que no encajaba entre ellos.

La cima de la llanura estaba cerca. A lo lejos vió a sus antiguos compañeros de viaje. Hiden, el chico que nunca se alejaba de Ranik, Elena, que con su ferocidad y devoción había matado a más de una docena de lobos antes de irse, Cara, con el rostro más luminoso que nunca, y...

Ailum. Pronto estaba a su lado, abrazándolo, diciéndole lo mucho que lo extrañaba.

Ailum se separó de él, lo miró con un rostro helado y dijo:

—Has pasado los campos de la pena y el río de las almas. Todos aquellos que no querían morir, que no se lo esperaban, que están asimilando su destino... —señaló todo lo que había dejado detrás— Todos están aquí. Ahora Ranik te dirá todo lo que tienes que saber.

Ranik. Zedric por fin centró su mirada en él que, en el centro del grupo, se veía poderoso. Había en él un conocimiento que Zedric podía sentir pero no comprender.

—Parece que la muerte te ha hecho poderoso —fue como alcanzó a saludarlo—. Hay algo en tí mucho más fuerte que antes.

Ranik asintió, conocedor del cambio en él.

Ecos de sol.Where stories live. Discover now