-¿Por qué estabais tan segura de que vendría?

-Porque sabía que sentiríais curiosidad –respondió ella-. Y tenía razón, ¿verdad? Ésa fue la razón que os impulsó a acudir.

La sombra de una sonrisa cruzó fugazmente el rostro de Harry.

-Así es –confirmó él-. Tenía curiosidad por saber cómo era la mujer capaz de semejante audacia.

-Sois Harry… quiero decir, laird Styles, ¿verdad?

-Lo soy.

A la joven se le iluminó el rostro de alivio. Maldición, sí que era bonita. Harry tuvo que admitir que el mensajero no había mentido al describirla. En todo caso, se había quedado corto en elogios.

-Pensaba someteros a una prueba para asegurarme de que erais Harry, pero una sola ojeada ha bastado para convencerme. Me dijeron que vuestra mirada podía partir en dos el tronco de un árbol, y por vuestra expresión diría que bien podría ser cierto. Veros intimidaría a cualquiera, aunque vos ya sabéis eso, ¿no es así?

Harry no dio muestras de sentirse afectado por sus comentarios.

-¿Qué quieres de mí?

-Quiero… no, necesito –se corrigió-, vuestra ayuda. Tengo conmigo un tesoro muy valioso, y necesito ayuda para llevarlo a casa.

-¿Acaso no hay ningún inglés que pueda venir en vuestro auxilio?

-Es muy complicado, laird.

-Comenzad por el principio –sugirió él, sorprendido ante su propio deseo de prolongar aquel encuentro.

La voz de la muchacha le resultaba sumamente atractiva; era suave, tierna, y a la vez algo ronca y sensual, tal como la misma joven. Harry estaba entrenado para ocultar sus pensamientos de modo que estaba convencido de que la joven no tenía la menor idea de la impresión que le causaba. El maravilloso aroma que despedía era otra fuente de distracción. Era muy femenino y olía tenuemente a flores, lo que le parecía seductor y embriagador a la vez. Tuvo que luchar contra el impulso de acercarse más a ella.

-Esto os explicará todo cuanto queréis saber –repuso Gillian, mientras sacaba lentamente la daga y la vaina de su manga y las exponía ante él.

Harry reaccionó con la velocidad del rayo. Antes de que ella pudiera siquiera adivinar sus intenciones, le arrancó la daga de la mano, la aferró del brazo herido y la acercó hasta él con violencia, imponiéndose a ella con su altura.

-¿De dónde habéis sacado esto? –inquirió.

-¡Os lo explicaré! –chillo ella-. Pero, por favor, soltadme. Estáis haciéndome daño.

Las lágrimas que inundaban los ojos de la muchacha confirmaron a Harry la verdad de sus palabras y la soltó de inmediato. Apartándose ligeramente, volvió a exigirle que se explicara.

-La daga no es mía, me la han prestado –alegó Gillian; y entonces se volvió y dijo-: Alec, ya puedes salir.

Nunca había estado Harry tan cerca de perder la compostura. Cuando el niño Maitland salió corriendo hacia él, sintió que las rodillas no lo sostenían y que el corazón pugnaba por salírsele por la garganta. Estaba demasiado sorprendido como articular una sola palabra mientras Alec se arrojaba en sus brazos. A Harry le temblaron las manos cuando lo levantó y lo apretó contra su pecho.

El RescateWhere stories live. Discover now