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Mangata.



Ref/: El camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua.


Y todas las noches

Bajo la vía láctea

Parecen eternas

Si tú no estás

Y todas las noches

Desde mi ventana

Conjuro tu nombre inmortal.

– Zoé.


***


     La noche anterior había compartido más que la cena, las miradas cómplices, el coqueteo en las tenues palabras susurradas, el irse hasta tarde a la cama una vez más entre historias de historias.

Habían dormido juntas, sí. El corazón de Alex estaba desbocado, hizo mucho en la noche y estaba segura que no era por el clima tropical que las rodeaba. Luz se había dormido acurrucada en su pecho y el aire cálido que expulsaba el daba directo en la piel, se le erizaban los vellos del cuello y las espalda a cada respirar.

No durmió mucho, a diferencia de la menor, que parecía agotada pues, al arrullo de su voz se quedó dormida en medio de oníricas historias.

Esta mañana estaba resplandeciente, despertaron a ver la salida del sol por allá de las 5 de la mañana y Alex le juró y perjuró que solo las emergencias la hacían levantarse a esa hora.

Las mañanas muy tempranas no eran para nada lo suyo.

Luz rió al verla bostezar las infinidades de veces que lo hizo, aprovechó el frío que la mañana otorgaba y la rodeó, sintiendo poco después los brazos de la mayor hacer lo mismo con su cuerpo.

Y dentro de sí se aseguró de guardar aquel momento.

A las tres de la tarde fueron a andar en una lancha, tal cual. Una lanchita de un pescador que hacía más ruido que una fiesta patronal. Fueron a las islas cercanas y tomaron mil fotos y luego mil fotos más.

Cada que tenían oportunidad se besaban, de alguna manera aquello les causaba gracia pues, no es como si hicieran algo malo, pero se sentía divertido hacerlo de aquella forma. Como si de dos niñas haciendo travesuras se tratar.

Y nunca se soltaron las manos.

Ni siquiera cuando aquel leve punzón hizo acto de presencia.

A las 10 de la noche pidieron la cena, sonreían pícaras mientras comían, por ratos, Luz se mordía los labios recordando la manera en como Alex la besaba, con tanta experiencia, su lengua enseñándole cómo debía hacerlo, sus labios suaves sobre los suyos.

Mentiría si dijera que Alejandra no la enciende, no la provoca.

Y es que, era así tras cada beso, sentía todo su cuerpo reaccionando a la mujer de ojos grises. Era toda su alma estremeciéndose tras cada contacto.

Después de comer se sentaron el porche de la cabaña con una manta sobre sus hombros, la manta de Alpaca que aun guardaba Alejandra. Era su favorita.

Un amor -indebido- incomprendidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora