Pero el frío no estaba conmigo, no como lo había estado durante todo el año. Esa mañana, todo era cálido y agradable. Me aterrorizó pensar cuánto tiempo tendríamos hasta que el frío volviese a nosotros.

El móvil vibró encima de la mesita de luz, interrumpiendo los mecanismos de mi cabeza que giraban y giraban sin parar.

Quedé de pie cerca de la cama, viendo con aprensión el nombre del primer mensaje.

Mina.

Odiaba los celos, y yo siempre había sido celoso. Nunca me sentí tan patético como aquella primera vez en que alguien le regaló chocolates a Jeno por San Valentín. ¡Agh!, lloré y pataleé hasta que me dejó comerlos por él.

Dejé que sonase, caminando con cuidado alrededor de la habitación. Era antigua y espaciosa, con un balconcito de esos que apenas podías entrar con alguien sin que sus hombros se tocasen. Imaginé a cuántas chicas Jeno habría besado en ese mismo lugar, sonreí, porque ese no era su estilo. Él habría besado en el instante en que ella accedió a irse con él, nada romántico, nada especial. Por supuesto.

Su ropa sucia estaba encima del buró, un balón de futbol escondido detrás del sillón. Todo olía como él, todo me hacía sentir seguro. Una sonrisa triste se formó en mi rostro al darme cuenta de la diferencia que había entre este lugar y el cuarto de huéspedes en casa de mis padres, donde Jeno había estado viviendo por algunos años.

Un pequeño ropero estaba entreabierto, dejándome ver su escasa ropa, la única percha colgada con extremo orden portaba una camisa blanca, pantalones de vestir y una corbata negra. Supuse que se trataba del uniforme que debía llevar para trabajar en la galería. Me puse en puntas de pies, espiando las cajas forradas con diario y papel azul, pero desistí de llegar a ellas por miedo de hacer un desastre.

Caminé hacia el escritorio con plumones de colores desordenados y el computador apagado. Un tablón de afiches se encontraba en la pared, de él colgaban diversos dibujos sostenidos por pequeños alfileres. En medio del mar de colores vi el retrato de mis ojos. Sonreí, hasta que me dolió la boca. Era una habitación simple, pero toda esquina era suya y se sentía como tal.

Jeno se movió un poco sobre la cama, pero no hizo más que seguir roncando suavemente. Apoyé la cadera en el escritorio y le miré, tranquilo, respirando pausado. Era la primera vez que le veía dormir así.

Su cabeza estaba tan revuelta en aquel entonces que vivía marchando sin pisar el freno. Me enojé conmigo mismo al pensar en que estuve ahí con él y no hice nada más que quedarme viendo hasta que se estrellase.

Si él me hubiese dicho lo de papá...

Sacudí la cabeza.

Fui hacia el baño, contuve la respiración al ver mi rostro, agotado y aún sonrojado.

Era una constante lucha de fuerzas. Por un lado, yo podría tan solo olvidarle, dolería y dolería hasta que la herida por fin comenzase a cicatrizar. Era lo correcto, porque... ni siquiera podía describir la tortura que era para mí seguir viviendo así, lejos, demasiado lejos. Por otro lado, yo le amaba y seguía estando dentro de mí esa pequeña voz interior que preguntaba a cada instante: ¿Por qué estaría mal?

¿Por qué no podemos simplemente rendirnos?

Dejar de luchar.

Red - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora