Capítulo 5: «Nueve años: El señor Enderson»

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La casa del árbol. Le encantaba la casa del árbol. Douglas y Mike la construyeron cuando ellas tenían ocho años y la habían convertido en su cuartel general, en su escondite, en su refugio. Un oasis de independencia ficticia y su lugar privado, alejado del mundo. En teoría era suya y de Lexa. En teoría, pero Glenn y sus amigotes la invadían constantemente y les robaban cosas. Una vez incluso soltaron miles de lombrices en el suelo de madera, solo para molestarlas. Puaj... niños de once años. ¡Qué inmaduros!

Tras aquel desagradable episodio, Lexa se había negado a poner un pie allí hasta que no hubiese desaparecido hasta el último espécimen y, evidentemente, no ayudó ni un ápice en su desalojo porque decía que le daban demasiado asco como para tocarlos. Su mejor amiga era una pusilánime, así que le tocó atrapar aquellos bichos a solas, uno a uno, esperaba que Lexa se diera cuenta de los sacrificios que tenía que hacer por ella algunas veces.

Nunca le había gustado que la llamaran chivata y menos si se lo llamaba su hermano Glenn, que era el rey del reino de los soplones, ella no consideraba que el ostentar el título de «acusica» fuera algo de lo que estar orgullosa, pero lo de las lombrices se lo había contado a sus padres sin filtros y con mucha prisa. Porque Lexa y ella tenían infinidad de asuntos importantísimos que tratar en la clandestinidad de su cabaña y Glenn debía aprender la lección para no volver a tropezar con la misma piedra. Algo así como «con nosotras no se juega, pedazo de memo» con saldo final: castigado una semana entera sin poder coger la bici. ¡Ja! ¡Toma esa, idiota!

Madre mía... qué cantidad de recuerdos le traía aquella casa de madera en lo alto de un árbol. Estaba situada en el jardín trasero de su casa y se accedía a ella trepando por seis tablas clavadas en el tronco. No era muy grande, pero tenía dos ventanas y todo. Mucha luz y espacio más que suficiente para Lexa y para ella. Allí llevaban el chocolate y demás dulces que robaban de sus casas y los pequeños tesoros que se encontraban por la calle, esos que sus padres no les permitían guardar en sus habitaciones porque decían que solo eran basura.

¡Basura! ¡Sus tesoros! Ver para creer...

Allí se reunían para contarse los más oscuros secretos, para planear su siguiente travesura o simplemente para estar la una en la compañía de la otra leyendo cómics viejos. Unas dos semanas después de haber inaugurado su nueva propiedad, Lexa había llevado una caja repleta de ellos que había encontrado en el ático de su casa. Le dijo que habían sido de Mike. Que «habían sido», en pasado, y enseguida le buscó sitio a la mercancía en un rincón de la cabaña. Podían pasarse horas allí arriba, hablando y leyendo. Espiando a Glenn y a sus amigos, mientras ellos jugaban al escondite entre los árboles del bosque adyacente a la casa, y chivándose del lugar donde el rubio se encontraba parapetado para fastidiarle la vida. Buenos tiempos.

Habían pasado muchas cosas en aquella casa del árbol, en su mayoría buenas, pero algunas no tanto. La primera vez que recordaba haber tenido miedo de verdad, mucho más de verdad que cuando se encontraron a Skippy, había sido en aquella casa de madera. Cortesía de Glenn, ¿cómo no? Y Lexa también estaba allí, ¿cómo no? En todos los grandes momentos de su vida la recordaba a su lado y la morena también había pasado miedo, mucho más que ella seguramente, porque era el doble de impresionable. Por Dios, se habían pasado tres noches seguidas sin apenas dormir después de aquello.

Insomnios aparte, dieciséis años después lo recordaba y sonreía, porque en la actualidad dormía perfectamente y aquella fue una experiencia más de las que Lexa y ella habían compartido y todas y cada una de ellas las habían llevado a las dos al presente más inmediato.

Y su presente más inmediato le encantaba.

Joder, le encantaba mucho.

Clarke y Lexa a los nueve años

RECUERDOS (Solo los primeros capítulos. Incompleta por publicación editorial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora