—¿Qué...?

Él volvió a besarme, su nariz se presionó en mi mejilla, respiró por un segundo allí, entonces volvió a decir lo mismo.

—Tengo un trabajo... en parís, puedes vivir conmigo y el abuelo nos prestará dinero para tu universidad. Se lo pagaré todo después.

Me alejé, dando la vuelta para verle de frente.

—Jeno, no lo entiendes...

Su expresión era ilegible, algo entre la angustia y la resignación. Miró más allá de mí, hacia el mar, mi mayor miedo. Excepto que últimamente había descubierto que tenía uno más grande que ser tragado por el profundo azul.

Me aterraba quemarme en el furioso rojo.

—Explícamelo.

—Dijiste que me darías tiempo para pensarlo.

Miró hacia abajo, a sus manos que se habían enterrado en la arena.

—Nos perderemos el uno al otro.

–Tal vez sea lo correcto.

Jeno fijó sus ojos en los míos.

–¿Lo correcto? –masculló, más pálido que nunca–. Estoy cansado de lo correcto.

–Te dije lo que quería, tenía un plan –le dije, sin poder mantenerme entero–. Íbamos a disfrutar y luego terminaría, te lo dije, ¡no puedes complicarlo!

—Ambos sabemos que nunca funcionaría, desde niños, no podíamos pasar ni siquiera dos días lejos el uno del otro. Mierda— se abrazó a sí mismo, luciendo más pequeño que en ningún otro día—, incluso a los diez años seguía queriendo verte todo el tiempo, ¿crees que soy idiota? Me besaste cuando era casi un vegetal, y recibí una amenaza de tu padre antes de entrar a esa casa. Me lo dijo, dijo que me mataría si me acercaba a ti. Al principio intenté hacer lo correcto, pero te quería tanto como antes y tú lo mirabas como si fuese tu héroe, entonces me odié por querer seguir estando contigo. Te hice daño, lo lamento cada vez que voy a dormir, cada vez que despierto. Pero nada ha cambiado... sigo queriendo estar contigo, y realmente ya no quiero odiarme por ello.

Mi corazón latió con fuerza. Entre las cosas que él jamás me dijo, estas palabras encabezaban todo lo que podríamos haber sido y no fuimos.

Dicen que uno no se arrepiente de haber sido valiente, pero me costaba dar ese paso. Lo había hecho una vez y había terminado con el corazón roto. ¿Cómo podía mirarme con esos ojos y esperar que confiase en él? Que volviese a entregarle lo poco que quedaba de mi corazón.

Y él se pone de pie, su pecho sube y baja, le veo morderse la punta de la lengua y luego vuelve a mirarme, con rabia.

Sus ojos se humedecieron. Me di cuenta de que él lo supo antes que yo pudiese decirlo en voz alta.

Se puso de pie y sacudió la arena que se le pegaba a las piernas.

—Me iré, puedes pensar todo lo que quieras– dijo, limpiándose las lágrimas con la manga estirada–. Te estaré esperando en un feo y húmedo departamento en Francia... te lo prometí y cumpliré con esa promesa.

 te lo prometí y cumpliré con esa promesa

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Jeno

Las horas se acumulaban cómo pequeñas agujas clavándose en mi mente. Su aroma permaneció en mí, junto al de la playa.

Me quedé en el sofá todo el día, de vez en cuando dirigí la mirada a la única habitación en la pequeña cabaña. Jaemin dormía allí. O, tal vez, estaba despierto, sin poder dormir justo como yo no podía hacerlo.

Raspé con ansiedad la piel debajo de mi labio hasta que la zona picó. Le había dicho a Mina que la llevaría a recoger su equipaje en la casa del abuelo, también buscaría el mío. Entonces nos iríamos.

Y Jaemin podría regresar.

Su madre y ese maldito hombre le abrirían las puertas en el momento en que yo me hubiese ido. Lo sabía. Estaba seguro de que su madre lloraría pidiéndole perdón. Esperaba que lo hiciese, porque Jaemin se lo merecía.

Él siempre había merecido demasiado.

Esperaría el tiempo suficiente, lo haría hasta que él fuese quien decidiese plantar la bandera de derrota. A que él decidiese que estaba listo para regresar a su mundo. Mina se marchó esa misma noche, le dije que le avisaría cuando llegase a casa. Casa ya no sonaba como antes.

Estaría en Francia, pero no en casa.

Volvería a la rutina a la que me había amoldado, donde me sentía como una persona distinta al chico tonto y rencoroso que aparecía en el reflejo cada vez que me miraba en el espejo.

Demoraría. Él haría su vida, se convertiría en un buen hombre, alguien a quien admirar. Y, quizá, algún día, nos volveríamos a encontrar. O, quizá, sólo seríamos una marca en la piel del otro. Pero si por casualidad me elige y si por casualidad le elijo, ambos podríamos irnos... no a Francia, no a Corea... o quizás sí, lo que deparase el futuro lo aceptaría.

Un día después, Jaemin se acercó a mí. La cabaña se sentía como un agujero de gusano, un lugar sin tiempo. Me despertó una mañana lluviosa, supe en el momento en que miré sus ojos que él estaba listo. Me dijo: ¿Puedes llevarme a casa? y luego dijo: Jeno, lo siento.

No objeté nada, dejé que se escapase de mis manos, le vi entrar en casa y antes de irme hablé con el abuelo. Me fui esa noche, directo a Francia.

Cuando llegué, cansado psicológica, mental y físicamente, fueron los ladridos del pequeño Beagle del vecino lo único que me recibió.

Mi departamento estaba en el tercer piso; paredes descascaradas, una mancha enorme de humedad en la diminuta cocina y tablones de madera en el piso.

El microondas no encendió cuando intenté calentar un tazón de sopa.

Jodida suerte la mía.

Comenzaría las prácticas en agosto, debía comprar uno nuevo porque el microondas era mi arma para sobrevivir. Llamaría al trabajo en la mañana avisando que llegué; era un asistente en una galería francesa, no pagaban demasiado, pero sí más que siendo cajero del supermercado en la esquina, que fue mi segunda opción.

Me bañé, dejando que por un largo rato el agua golpease contra mi espalda. Era doloroso y agradable.

Entonces dormí como pude, esa noche, soñé en blanco.

♥️

Red - NominWhere stories live. Discover now