—¿Quieres esperar aquí hasta que consiga la llave?

Desprendió el cinturón, pero no amagó a bajarse, en cambio volvió a acomodar la cabeza contra la ventanilla.

—Bien, enseguida vuelvo.

—Bien, enseguida vuelvo

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Jaemin

La cabaña era un lugar tranquilo, apenas un living-comedor completamente rústico y una habitación con una cama de dos plazas.

Por instinto anhelé ser lo suficiente atlético para correr de regreso a la ciudad. Lejos de Jeno y su linda chica, quien por desgracia me caía ridículamente bien. Ni una vez en todo este horrible día ella me hizo sentir como si fuese un parásito debajo de su almohadón de plumas. Supuse que simplemente era una mejor persona que yo, porque definitivamente quería sepultar el rostro en la arena cada vez que Jeno se le acercaba y le susurraba lo suficientemente cerca para que fuese repulsivamente íntimo.

Miré el sofá destartalado en medio de la cabaña. No era idiota, no del todo, sabía cuál era mi lugar, sabía que no encajaba en la foto perfecta.

–Hay chocolates en mi bolso– me dijo, arrastrando la silla para subirse en ella y llegar al último nivel de la alacena. No encontró nada allí –. Supongo que esta noche cenaremos ligero.

Incluso me estaba ofreciendo chocolate, qué clase de persona angelical se había conseguido ese idiota. Odiarla se sentía incorrecto, mal, doloroso. Pero no podía evitar pensar que ella representaba todo lo que nunca podría tener.

Jeno entró en ese momento.

–Conseguí comida en la estación de servicio– dijo, poniendo las bolsas sobre la mesa–. También hay platos descartables, por si no había nada en lo que comer.

Ni siquiera tenía apetito. El aroma a galletitas de manzana y canela me provocó un revoltijo en las entrañas. Me encerré en el baño y vacié lo poco que llevaba en la panza. Entonces me miré las manos, la piel en ellas, lo frágil y fina que era... pensé cuan fácil se podría cortar, y como luego solo habría carne blanda y huesos que se irán desgastando con el tiempo. No era más que un pequeño punto insignificante en el universo, desaparecería dentro de unos años, tal vez más o tal vez menos. Pero mis problemas se sentían como si equivalieran al mundo entero.

Odiaba eso, odiaba sentirme nada y a la vez todo.

Enjuagué mi boca, el sabor a menta de la pasta de dientes no fue tan refrescante como imaginé. Cerré los ojos antes de lograr verme al espejo, porque temía alcanzar a percibir el dolor en mi rostro, las secuelas del cansancio mental y lo patético que me veía.

No quería permanecer junto a mi reflejo.

Pero los segundos se convirtieron en minutos, estos en una hora y luego en otra. No lloré, no grité e incluso contuve la respiración las veces que fuese necesario para no jadear.

Red - NominWhere stories live. Discover now