Aliwenko

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El señor Espejel lo espera. Pase por favor.

Entonces entré, mientras ella se retiraba meneando su pollera negra, bajando las escaleras. Luego lo vi a él acomodando, nerviosamente, unos papeles revueltos sobre su escritorio y otros por el suelo.

¿Viste lo bonita que es? - me preguntó de espaldas a mí, sin detener su quehacer.

Sí, ya observé su belleza. Supongo que es tu secretaria nueva y que ya le pediste que te demuestre sus virtudes como acostumbras- bromeé con intención de averiguar si aún estaba libre el puesto.

No, no seas estúpido. No te confundas. Admito que me hubiera gustado que así fuera, pues hace mucho una mujer me mirarme como el hombre que soy... Lamentablemente, ella es muy educada y solamente pretende trabajar. No voy a mentir diciéndote que no pensé que era mi oportunidad, pero como un estúpido la eché a perder otra vez- Él, continuaba sin mirarme mientras su voz comenzaba a temblar. Después de un pequeño silencio incómodo, tosió rascando su garganta reseca y dijo con un profundo descontento - En serio, hubiera preferido darle el trabajo a esa señorita, pero no me convenció su actitud, no es el tipo de persona que quiero en este lugar; así que alégrate hombre, desde ahora sos mi nuevo secretario, eso sí, hasta que se presente alguna otra mujer- Resaltó el "hasta" acomodándose nuevamente en su cómoda silla.

Bueno - No pude decir más que- ¡Gracias, Fausto!-

Me había alegrado tanto que olvidé lo que ocurrió en la mañana, intenté darle un apretón de manos como muestra de agradecimiento, pero enseguida me ordenó que termine de acomodar los papeles desparramados y luego le prepare una taza café bien amargo, su nuevo vicio. Supongo que había comenzado a tomar cafeína desde que descubrió lo mal que le ponían unas cuantas gotas de alcohol.

DÍA UNO (ó 187.175 antes de F.A.A.S.ES)

Recuerdo bien, como si hubiera sido ayer, aquella tarde en el valle cuando todos mis hermanos mapuches trabajaban en sus tierras. El día era perfecto, como los anteriores, no se sentía calor y el viento que soplaba era acogedor. Recolectaba frutos en el monte para llevárselo a la Machi de nuestra tribu: Yo, vestía una colorida túnica larga que mi madre había tejido para mí y calzaba unas botas de cuero pesadas que llevaba a todas partes, desde que mi hermano se había alejado de nuestras tierras. De repente, mientras arrancaba un piñón, así de la nada, el cielo azul se volvió negro, el viento se tornó cada vez más frío y destellos de luces como truenos comenzaron a caer sobre los árboles, otros sobre las rucas de mis hermanos mapuches que corrían desvalidos buscando un refugio seguro. Recuerdo que solamente era una niña en ese entonces y me perdí entre la multitud dejando caer mi bolsa de frutas sin saber qué hacer ni hacia dónde ir.

De pronto, un chispazo incandescente iluminó mi rostro y ahí nomás todo se oscureció. No sé cuánto tiempo pasó, tal vez dos o tres horas, pero cuando desperté ya estaba en la ruca, es decir, en mi casa. Quizás mi padre me levantó inconsciente y me trajo acá - pensé, porque lo primero que vi al despertar fueron sus dos grandes ojos cafés mirándome sorprendidos, como si yo hubiera vuelto a la vida.

¡Aliwenko despertó! ¡Aliwenko despertó!- gritó de felicidad mi madre que también estaba junto a mí.

¿Estás bien Aliwenko?- preguntó mi padre, que no parecía alarmado. Supongo que por ser el jefe de la familia debía mostrarse fuerte, aunque yo sabía que en su interior sí estaba muy preocupado por mi persona.

Sí, padre estoy bien- respondí con sosiego. Así lo estaba, no sentía nada raro y nada me dolía. Todo parecía funcionar muy bien en mí.

La flor del papiroWhere stories live. Discover now