33º A P O L O

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cameron

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cameron

· C O R T O ·

Las llamas se extendían. El fuego destruía y relampagueaba sin piedad alguna. El bosque estaba amenazado por las llamaradas y la mirada de ellos. Garras contra colmillos. Verdades contra mentiras. Ideales contra sueños. Nada de lo que se conocía volvería a ser lo mismo, las piezas nunca más encajarían.

Sus pasos habían sido lentos, la sangre que corría por sus brazos tenue y brillante. El carmesí renovaba las hojas y en su vista se perdía el exterior. En sus lágrimas, gotas de rocío, manantiales de vida. Todo lo que conocí se estaba incinerando, convirtiéndose en cenizas de olvido. Y su apagada voz solo hacía que el odio por ellos se extendiese en venganza.

―¡Mátenla! Intentará interrumpir el trato ¡No lo permitan! ―la voz de Mylos resonó entre el claro.

―Nadie ira tras ella, Mylos ―mi mano apresaba su cuello, pero no supondría un problema para sus fuerzas. Las llamas aumentaban y el clamor hacia la muerte de Elif, condenaban al lugar.

―No sabes el problema que causarás con tu intromisión... ―sus palabras estaban entrecortadas por el apresar de mis dedos. En ellos el ímpetu de una catástrofe se recobraba―... El Á-Ágora I-Impe...

―El temor ya no concede sus dones. No tendré piedad si ellos aparecen.

El rayo cayó y mis impulsos se reconfortaron. En sus ojos atisbaban la entrada al infierno, mientras la guerra se debatía en la realidad del cielo. Las estrellas caían en torno a Marte y el fuego de Apolo se desenvolvía llevándose nuestros propios mares. El manto del cielo se teñía de escarlata mientras el edén caía a los pies de la maldad. Los ojos se perdían entre la encrucijada dejando de lado la bondad.

―Sabes que esto no traerá nada bueno a sus destinos ―amenazó Mylos demostrando una sonrisa―. Arriesgarse por una h-humana, que bajo Voltaire.

―Ahora ya no hay nada que pueda vencernos, escúchalo bien Mylos, nada. Y ella será siempre mi impulso para destruir seres como tú.

―¡A ella! ―gritó.

Mis manos se electrizaban, el agarre subía la potencia, sus fibras temblaban paralizándose entre la calidez del tártaro. El trueno se liberó de mis huesos, se redimió de mis ojos y destruyó, arrasó, desapareció las marcas del destino y las huellas de su rostro.

Nada dañaría a quien amaba, no dejaría que su sangre carcomiera nuestros finales, no dejaría que su alama se esfumara con tan solo su inspirar, no lo permitiría.

Una tempestad eléctrica se avecinaba y desató el caos entre el atisbo de los caídos.

Dama y caballero juntos al fin, en un juego de ajedrez maldito por vivir.

―¡Elif!

―¡Elif!

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SOMBRAS INMORTALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora