–¿Qué es lo que quieras hacer, Jaemin?

Las gotas cayeron sobre mi ropa y rápidamente empaparon mi cabello

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Las gotas cayeron sobre mi ropa y rápidamente empaparon mi cabello. Qué haces... insistió mi conciencia e hice oídos sordos a sus quejas. Caminé sobre la arena rodeando la casa con los dientes castañeando y las uñas moradas.

No podía escuchar nada, no sabía si me seguía, el orgullo no iba a dejarme comprobarlo. Lo peor de todo fue que tampoco estaba seguro de querer que así fuera.

Divisé el pequeño lugar donde de pequeño solía esconderme. Una casetilla que funcionaba como bodega para las cosas realmente inservibles. También era el sitio donde a papá le gustaba mantenerse cuando veníamos. Allí armaba sus barcos detallados que luego encerraba en botellas de vidrio. Siempre tuve una sensación extraña al ver esos barcos inmóviles, eternamente atrapados dentro del cristal. Casi podía sentir que me asfixiaba en lugar de ellos. Ahora colgaban de las paredes en la oficina privada del abuelo, igual de quietos, sin poder llegar al mar y zarpar de este lugar.

La puerta chirrió al abrirse y el polvo molestó a mi nariz. Me adentré en la oscuridad, escuchando el constante golpeteo de la llovizna sobre el techo, y, de repente, la luz se encendió. Lo vi por sobre mi hombro, su cuerpo igualmente empapado se mantuvo cerca de la puerta y sus manos despejaron los mechones oscuros que caían sobre su frente.

Pasé la punta del dedo contra la mesa rústica pegada la pared, llevándome el aserrín de años atrás. La caseta tenía marcas de pequeñas manos cuyas huellas eran de color azul. Fueron de aquella vez en que derramé la pintura de papá sobre el mantel y el enchastre fue tal que terminó pintando la proa de un barco. Intentar limpiarlo con mis manos no fue la mejor idea, solo empeoró el desastre. Papá no se enojó conmigo, no me persiguió, simplemente arrojó el delicado y caro modelo a la basura y comenzó uno nuevo. De todas formas me escondí debajo de esta misma mesa hasta que mamá me encontró, el rostro estropeado por el llanto y los mocos, la ropa, las paredes y las manos manchadas de un profundo color azul.

Comenzaba a creer que me había escondido aquí porque quería ser encontrado. Quería que papá dijese algo, que me abrazase o incluso se enojase. Cualquier cosa...

—Nunca me gustó este lugar— Jeno dijo, avanzando para descansar la mirada en los tarros de pintura, las herramientas oxidadas y una caja que podía ser la guarida de una rata—, es perfecto para ser el escondite de Jason o Michael Myers.

Estornudó a continuación. Oh, claro, alérgico a todo, lo olvidé. Apoyé la cadera en la mesa y abracé el poco calor que permanecía en mi cuerpo.

—Hay muchos lugares que no te gustan, ¿Francia es tu favorito ahora?

Se rió, tenue y cortante, paseándose con la gracia de un lobo cuya fortaleza recae en lucir fiero y libre incluso encerrado en una jaula.

—No creo que el lugar sea lo que defina si me gusta o no. —La sonrisa se evaporó—. No me gusta recordar a tu padre aquí.

—Entiendo... es como esa frase cursi, las personas son el hogar y esa mierda.

Red - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora